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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 – Nº 275 – 26 de Agosto de 2012

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Los dos terrenos

 

José y Helena formaban una pareja alegre y simpática que soñaba tener muchos hijos.

Tal vez para satisfacerles el deseo, el Señor les mandó, de una sólo vez, dos niños, que recibieron los nombres de Roberto y Alberto, y que se se volvieron el centro de las atenciones de toda la família.

Sin embargo, Beto y Neto, como pasaron a ser llamados, inmediatamente mostraron a todos que, si eran idénticos en la apariencia, eran bien diferentes espiritualmente.

Mientras Beto era nervioso, no dormía bien y lloraba mucho, Neto era sereno, dormía bien y estaba siempre sorriendo, de buen humor.

Los gemélos crecieron y sus padres buscaban educarlos de la mejor manera posible, mostrándoles como deberían actuar ante las otras personas, los animales, las plantas y todo lo que formaba parte de nuestro mundo.

Cierto día, el padre llamó a los dos hijos, y los llevó para el jardín. Después, les mostró dos terrenos limpios, y les dijo:

— Beto y Neto, vosotros ya tenéis ocho años, y decidí dar un terreno para cada uno cuidar. Podéis escoger.

Beto, más rápido, respondió:

— ¡Este de aquí es el mío! — escogiendo lo que juzgaba era el mejor.

Neto, siempre sensato, aceptó, quedándose con el otro. Después preguntó al padre:

— ¿Papá, que haremos con el terreno?

— Vosotros vais a cuidar de él de la mejor manera, escogiendo las plantas que deseéis. Mi única exigencia es que, tras plantadas, cuidéis bien de las plantitas que irán a nacer. Recordad: ¡la responsabilidad es de vosotros!

Neto adoró la idea del padre y golpeaba las palmas, satisfecho por la oportunidad de poder trabajar con cambiar y simientes. Ya Beto, irritado, protesto:

— ¡¿Padre, pero voy a tener que quedarmne aquí cuidando de plantas?!... ¡Quiero hacer otras cosas! ¡Salir, divertirme, jugar com el balón, jugar!

— Hijo mío — respondió el padre paciente —, yo quiero ver cómo vosotros salís de la tarea que os doy. ¡Es una orden! Además de eso, vosotros no necesitaréis quedaros todo el tiempo cuidando del jardín. Gastaréis máximo uma hora por dia y no creo que ella os hará falta. ¡Entonces, manos a la obra!

El padre se volvió y caminó para dentro de casa, dejando a los hijos solos en el jardín.

A La hora del almuerzo, apareció Neto con las manos sucias de tierra, todo feliz por la oportunidad de plantar, encaminándose para tomar un baño. Al ver que Beto no aparecía, el padre fue hasta el jardín a ver lo que estaba haciendo. Lo encontró dormido en una red entre dos árboles. Sin decir nada, el padre lo desperto:

— Hijo mío, es la hora del almuerzo.

El chico se irguió, frotó los ojos y desperezándose, mientras se disculpaba:

— Yo estaba cansado, papá.

Así el tiempo fue pasando. Como el padre no controlaba ni vigilaba la tarea que dio a los hijos, ambos fueron haciendo conforme lo deseaban.

Al vencer el plazo dado, el padre fue a verificar como estaban las plantaciones.

El terreno de Neto era una belleza. Él había plantado pequeñas flores que ahora florecían en tonalidades diversas, adornando aquel tramo del jardín.

El terreno de Beto era un horror. Las plantitas, marchitas, indicaban falta de água y de cuidados; y hojas muertas caían por el suelo seco.

— ¿Qué ocurrió con tú jardín, Beto? — indagó el padre.

El niño, avergonzado, se justificó:

— ¡Ah, padre! La tierra de mi terreno es mala. ¡Tiene sol todo el tiempo y, por eso, las plantitas quedaron feas! El terreno de Neto está en la sombra y eso ayuda bastante. ¡Además de eso, la tierra de mi hermano es buena!...

Oyendo lo que el hijo decía, el padre estaba indignado:

— ¡Beto, tú escogiste tu terreno! Neto cogió el otro que tú

no quisiste. ¡Además de eso, hijo, el hecho de tener un terreno que tenga bastante sol, es fundamental para el plantio; además de eso, tú tenías agua a voluntad en el pozo próximo!  

Después, preguntó a Neto cómo había conseguido flores tan bellas.

— Como no pude contar mucho con la luz del sol, fui a buscar orientación en una tienda y ellos me vendieron semillas que brotan y florecen a la sombra. En cuanto al agua, yo cogía con una regadera del pozo y, así, todos los días yo regava las plantitas, que crecieron fuertes y bonitas. Dio trabajo, pero mereció la pena! Beto estaba avergonzado. Com la cabeza baja, lamentaba no haberse esforzado bastante para cumplir la tarea que el padre le diera.

El padre, lleno de piedad por la situación del hijo que no había sabido aprovechar la oportunidad que le hubo sido concedida, pero justo, dijo:

— Beto, como tú no valoraste la oportunidad de la tarea que te di, voy a entregar la responsabilidad de cuidar del terreno que era tuyo para tu hermano Neto, que supo trabajar el terreno, resolver las dificultades y entregarme el jardín florido y vistoso.

El padre paró de hablar por algunos instantes, miro para el hijo, y prosiguió:

— Que esto te sirva de lección, Beto. Aquí, fue una tarea concedida por tu padre y que, por amarte mucho, te dará otras oportunidades de vencer. Pero, en la vida, cuando tu crezcas, percibirás que no siempre las cosas y situaciones serán tan fáciles con un jardín. Nuestras decisiones, en el mundo, podrán causar problemas graves, situaciones insuperables, que podríamos haber solucionado haciendo lo mejor.

— Tienes razón, papá. Sé que me equivoque. Pero prometo esforzarme más, la próxima vez.

                                                                  MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, em 23/7/2012.)


 



                                                                                   



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