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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 273 – 12 de Agosto de 2012

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Confianza

 

Isabela, niña viva y alterada, estaba haciendo siempre cosas equivocadas y era repreendida por los padres.

Como el padre estaba menos en casa, a causa del trabajo, difícilmente llamaba su atención, pero cuando lo hacía, se quedaba enfadado y hablaba firme:

— ¡Nunca más hagas eso, jovencita!

Con miedo, Isabela se encogía, prometiendo nunca más hacer nada equivocado. Y, por eso, ella creía que el padre no la amaba.

El Día de los Padres se aproximaba y habría una gran fiesta en la escuela y todos los niños estaban eufóricos. 

Habría una presentación artística, con músicas, bailes y hasta una pieza de teatro. Las madres harían tartas, sandwiches y refrescos. Para finalizar, cada padre recibiría un regalito confeccionado por el propio hijo.

Con anticipación, los alumnos comenzaron a adornar el salón con lindas cintas y flores coloridas.

Isabela estaba en la mayor expectativa. Amaba mucho a su padre y quería demostrar su amor por él en esa fiesta. En casa, tres días antes, ella avisó:

— Papá, el domingo tienes una fiesta en la escuela. ¿Tú vas, no es?

— Voy, sí.

En ese instante, el padre se llevó la mano a la cabeza, acordándose de alguna cosa, miró a la madre, con expresión preocupada, y dijo:

— Querida, mañana voy a tener que viajar.

Al oír la noticia, la niña abrió los ojos, sorprendida y decepcionada:

— ¡Papá! Quieres decir que tú no vas a la fiesta?

— ¡Claro que voy, hijita!

— ¿Y si no consiguieras llegar a tiempo? ¿Por qué tienes que viajar inmediatamente mañana?...

El padre le explicó que tenía um negocio urgente que realizar.

— No puedo dejar de ir. Pero te prometo que llegaré para la fiesta.

En aquella noche, Isabela no consiguió dormir bien. Por su cabecita pasaban mil pensamientos: “A mí padre no le gusto. Si él me amara y se preocupase por mí, no viajaria. ¿Será que él no sabe como esa fiesta es importante para mi?”.

A la mañana siguiente, el padre se despidió, abrazando a la hija con cariño:

— Isabela, prometo que estaré de vuelta el domingo.

Colocando la maleta en el coche, él partió.

Isabela pasó aquel día ensayando la pieza y ayudando en el arreglo del salón.

Cuando terminaron, estaba lindo.

Ella volvió para casa cansada y con hambre. Cenó y se durmió enseguida.

Por la mañana tempranito, el teléfono sonó. Era alguien avisando que su padre había sufrido un accidente. La madre quedó trémula, afligida, intentando obtener noticias del marido. Después, con cuidado, contó a la hija:

— Isabela, tu padre tuvo un pequeño accidente y el coche estaba con problemas, pero no es nada. Después él estará aquí con nosotras.

— Mi padre no viene, mamá. Él no viene. ¡Tengo seguridad! — dijo la chica poniéndose a llorar, aterrorizada.

La madre la abrazó com afecto, tranquilizándola:

— Claro que él viene, hija mía. Confía en Dios, que también es Padre. Vamos a orar y tengo seguridad de que el Señor atenderá nuestros pedidos.  

— Yo no voy más a la fiesta, mamá.

— ¿Como no, hija? ¡La fiesta fuiste tu la que ayudó a preparar! ¿Y quien hará tú papel en la pieza teatral?

— No sé y no me importa.

La madre pensó un poco y consideró:

— Isabela, tú estás demostrando que no confías ni en tu padre ni en Dios, hija mía. Y también que no tienes respeto por el trabajo de los otros. ¡Sin ti, tus compañeros no podrán presentar la pieza!

La niña se quedó callada, pensativa. Su madre tenía razón. Ella debería confiar más en Dios y también en el padre que siempre había hecho todo por ella, que nunca la había decepcionado. Elevando el pensamiento, oró mucho suplicando a Dios que protegiese a su padre, que nada de malo le sucediese y que el volviese bien para casa.

Aún, las horas pasaban y el padre no llegaba.

A la hora marcada, con el corazón apretado, fueron para la fiesta. Comenzó la presentación y los números fueron sucediéndose. El último era la pieza.

Cuando las cortinas se abrieron, Isabela lanzó una mirada por la asistencia, esperando ver al padre. Pero vanamente. Él no había llegado. Concentrada, en aquel momento ella sólo penso en su papel que estaba representando.

En la última escena, Isabela iba a decir un texto dirigido a los padres. Entonces, ella se volvió de frente para el público.

En eso, sorprendida y aliviada, ella vio a

su padre en medio del pueblo. Con una cura en la cabeza, pero risueño.  

Com lágrimas, Isabela dijo en voz bien alta:

— Papá, tú eres muy importante en nuestra vida. ¡Nosotros te amamos y confiamos en ti! ¡FELIZ DÍA DE LOS PADRES!

Isabela, con el regalo en las manos, descendió del escenario y corrió junto al padre.

— Pensé que tú no vinieras, papá.

— Gracias a Dios, estoy aquí. Yo jamás iría a decepcionarte, hija mía.

Abriendo los brazos, ellos se abrazaron con infinito amor, mientras ella agradecía a Dios por tenerlo que vuelta.   
 

 

                                                        Tia Célia
 

 



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita