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Año 6 272 – 5 de Agosto de 2012 
JOSÉ LOURENÇO DE SOUSA NETO   
lourencobh@gmail.com 
Belo Horizonte, MG (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 


José Lourenço de Sousa Neto

¿Existe mal uso del libre albedrío?

 

El auto conocimiento es fundamental para que hagamos elecciones mejores, usando de forma más feliz el libre albedrío


 
El habla de Pablo – “Todas las cosas me son lícitas...” – en I Color 6:12  parece sugerir que no hay ningún mal, en principio, en el empleo del libre albedrío. Existe el uso del libre albedrío, pura y simplemente. El uso en sí no es bueno ni malo – es una posibilidad, en el sentido de ser posible, viable, que se pode hacer. Sea allá lo que sea decidido por el sujeto, en el uso de su libre albedrío, siempre es algo que le es permitido hacer, que le es posible, que está apto a hacer, consigue hacer y no hay obstáculo suficiente para impedirlo. Entonces, actuar con libertad de albedrío es sólo hacer lo que se propone a hacer, desde que lo consiga. Eso no es bueno ni malo por sí sólo.


La idea de que Dios prohibe alguna cosa – como, por ejemplo, el comer del árbol del bien y del mal – carece de sentido si no fuera tomada como simple fuerza de expresión o una metáfora.


Dios no sería Dios se sus “órdenes” pudieran ser incumplidas. Si un hombre común, con algún poder, consigue tomar providencias para que sus determinaciones y deseos sean cumplidos, por lo menos parcialmente y en la medida de su poder, Dios, como todo-poderoso, tendría plenas condiciones para asegurar total adhesión a sus órdenes. De hecho, ni necesitaría dictar órdenes – las criaturas simplemente no tendrían con actuar diferente. De ahí la posibilidad de entender que el uso del libre albedrío no es, en sí, bueno o malo.

Además, el libre albedrío es concedido al hombre como prerrogativa de ser lo que es, diferente de los otros animales.


El resultado de la elección hecha puede ser
bueno o malo, o hasta incluso neutro


El uso del libre albedrío implica elección. No tiene sentido decir que se utilizó el libre albedrío donde no había elección. Si el camino es único, no hay opción a hacer y, luego, no hay acción arbitraria – de decisión, de elección. Y, en la vida, estamos siempre haciendo elecciones – estamos condenados a la libertad (Sartre), no existir o “no escoger”.


Pero, si el acto de escoger no es bueno o malo, el mismo no se da con sus consecuencias. El resultado de la elección hecha puede ser bueno o malo, o incluso neutro – ni una cosa, ni otra. Y aquí entra la secuencia del decir de Pablo – “... pero no todas las cosas convienen.”. El verbo convenir remite a la adecuación y aplicación del acto. ¿Para que sirvió la acción ejecutada? ¿Ella es adecuada a los propósitos evolutivos del Espíritu? ¿Está en consonancia con lo que ya aprendió sobre la realidad mayor? Es ahí que comienza el desafío. No basta consultar el deseo – ¿quiero o no quiero? –, ni las posibilidades
operacionales – ¿consigo o no consigo?. Es necesario ir más allá y preguntar: ¿las consecuencias de la elección interesan o no? ¿Qué añaden para el alcance del objetivo principal? Y, muy importante: ¿es soportable al Espíritu que escoge, o sea, está él conocedor y preparado para la vuelta del acto, que será inevitable?


Pablo complementa, sabiamente: “Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna”. O sea, la mesa está puesta y la variedade de opciones es enorme, pero no me prenderé a ninguna y sólo escogeré las que realmente me hagan un bien mayor.


La alerta sobre el uso del libre albedrío sólo tiene sentido en la pauta de la ley de causa-y-efecto. Una vez disparado el proceso – usado el derecho de arbitrar y actuar – o, em otros términos, plantado el acto, el resultado es mera consecuencia, la cosecha es inevitable.


Lo que es agradable al hombre de la metrópoli puede ser desagradable al hombre del interior


Así, si no se quiere un fruto desagradável, se escoge bien la semilla a plantar. Siendo la “responsabilidad consecuencia necesaria de la libertad”, el agente responderá, quiera o no, por las elecciones hechas.


Por otro ángulo, aún las consecuencias no serían buenas o malas simplemente. Si consideráramos el Espíritu en evolución, todas sus elecciones, con los respectivos resultados, son elementos de aprendizaje. Se aprende siempre, sea cuál sea la opción/resultado, o causa/efecto.  


Si, para alcanzar el objetivo X, el individuo escoge el camino A, soltándose de la B, y yerra el blanco, como mínimo él aprenderá qué camino no escoger la próxima vez. No se trata, a rigor, de elección/resultado bueno o malo – pues, de una forma o de otra, hubo aprendido. Y hay siempre la posibilidad de repetir lecciones...


Hay una tendencia a considerar lo bueno o malo como similar a agradable o desagradável. Esa forma de ver es limitada, porque ser agradable o no depende exclusivamente del nivel en que el individuo está, en su evolución espiritual. Lo que es agradable al hombre de las grandes
metrópolis puede ser extremadamente desagradável al salvaje en el interior del bosque. No todos los animales comen, felices, un pedazo de carne, como no todos aceptan alpiste como comida. Por lo tanto, juzgar si algo es bueno o malo por la alegría o tristeza inmediatas que nos conduce no es un buen critério.


La percepción de la realidad espiritual, el darse cuenta de que se es más un conglomerado de carne y hueso, verse como un Espíritu en evolución, en eterno servirse, el asumirse como hijo de Dios – “Vosotros sois dioses, y vosotros sois todos hijos del Altíssimo” (Sal 82:6) –, como detentor
de la llama divina – “Resplandeça vuestra luz” (Jesus, Mt 5:16) –, amplía la perspectiva del individuo y lo “desliga” del suelo, mostrándole horizontes mucho más allá del campo limitado de los sentidos humanos.


Se sabe que la evolución es un proceso al que todos
los Espíritus están sometidos


Correcto o equivocado, bueno o malo, agradable o desagradable toman otra configuración y “el hombre es la medida de todas las cosas” (Protágoras de Abdera) es sustituido por “el Espíritu es la medida de todas las cosas”.


Acciones, comportamientos o elecciones, desagradables al mirar limitado del inmediatismo, son tomadas de bueno grado si el Espíritu ve en ellos elementos que agregan a su caminar evolutivo. Lo que parece sufrimiento, cuando es medido con la regla corta del aquí y ahora, es sorbido tranquilamente, cuando
el Espíritu percibe como necesario, útil para su emancipación. Por eso la invitación de Jesus – “tomad sobre vosotros mi yugo (...), porque mi yugo es suave y mi fardo es leve” (Mt 11:29-30) – se combinan también con su consuelo – “misericórdia quiero y no sacrificio” (Mt 9:13).


Siendo la evolución un proceso al que todos los Espíritus están sometidos y del cual ninguno puede abdicar, como deja claro la Ley del Progreso, bien descrita en El Libro de los Espíritus, es inteligente cuestionar, al ejercer el libre albedrío, sobre lo que es más conveniente para ese empleo. No es muy lógico escoger
una satisfacción momentanea en perjuicio de algo duradero. Sólo se justifica una alegría pasajera que no acarree una tristeza mayor después.


La alerta de Pablo dice al respecto, también,  a la pasiones, que tantos dolores acarrean a aquellos por ellas esclavizados.


Los griegos ya hacían ese alerta. La tan incompreendida y distorcida filosofía de Epicuro ya predicaba el equilibrio en las elecciones como apanágio de los sabios El hombre no puede ser feliz si no es libre, y no es libre dejándose esclavizar por las pasiones. Así, sus elecciones deben tener en cuenta un placer mayor, duradero, y no la alegría fugaz.


El progreso es fatal en las formas inferiores de la Maturaleza, pero con los hombres es diferente


Em otra vertiente, los estoicos enseñaron la conducta ética y la rectitud moral como una forma de traducir, en la acción individual, el Logos universal. Eso exige la comprensión de la totalidad, lo que es propio del sabio.


Más tarde, San Agustín, vinculando helenismo y Cristianismo, irá a enseñar que el hombre, al buscar la felicidad, está, de hecho, buscando el bien, que estaría en la vida virtuosa y en la práctica del amor. Para él no existe el Mal, y sí el Bien Absoluto – siendo Dios perfecto, su creación no puede ser imperfecta;
“de la perfección absoluta de Dios transcurre la perfección relativa del universo creado”. (1) Agustín no niega la existencia del error, que es consecuencia del ejercicio de la libertad – el hombre opta por lo relativo en lugar de lo absoluto y paga el precio por eso. Pero para escoger correctamente, el hombre necesita conocer... El “conoce a ti mismo”, tan al gusto de Sócrates, es, por lo tanto, emblemático. Sólo tomando posesión de sí, tanto como individualidad espiritual como un elemento en el contexto de la ciudad (y podemos extender el sentido de ciudad para el universo, o la creación), sabiendo de sus potencialidades y lo que es esperado de él, puede el individuo hacer las elecciones más adecuadas.

Concluimos con todo eso que el autoconocimiento es fundamental para que hagamos elecciones mejores, usando de forma más feliz nuestro libre albedrío. Si el progreso “es fatal en las formas inferiores de la Naturaleza”, en el hombre él sólo ocurre al unir la “voluntad con las Leyes Eternas” (2), y eso es imposible sin conocerse.


Y conoceréis la verdad, y la verdad os liberará”  (Jesús, Jo 8:30).

 


Notas:

 

(1) Franklin Leopoldo e Silva, in Felicidade. São Paulo: Ed. Claridade, 2007, pág. 47.


(2)
Léon Denis, in O problema do ser, do destino e da dor. Rio de Janeiro: FEB, 2007, pág. 166.


 


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita