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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 267 – 1º de Julio de 2012       

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Aprovechamiento escolar

 

Cierto día, la madre de Guilherme, niño de diez años, charlaba con una profesora quejándose de las notas bajas que su hijo había traído en el boletín.

Nerviosa, ella desahogaba su insatisfacción. Hablaba sobre la falta de cuidados de la escuela con la educación de los niños, alegando que su hijo no estaba recibiendo la atención adecuada.

La profesora Vera, con paciencia, le explicaba que el aprendizaje depende de cada alumno, de la manera como él recibe las enseñanzas y de la buena voluntad que demuestre en aprender.

La madre, descontenta, no concordaba con esa teoría.

Caminando por el pasillo, pasaron por la biblioteca donde tres alumnos hacían sus deberes después de las aulas. Para exemplificar, la profesora preguntó al primero:

— ¿Tú qué estás haciendo?

El chico, irritado, respondió:

— Estoy castigado, haciendo la droga de esa tarea que debería haber sido entregado ayer.
 

¡Ahora, no puedo ni jugar!

— ¿Y tú? — preguntó al segundo.

— ¡Hago la tarea porque no quiero tener un cero! Después voy a jugar a la pelota con los amigos — respondió apresurado.

— ¿Y tú? — indagó al tercer niño.

El chico, sonriendo, respondió de buena voluntad:

— ¡Ah! ¡Estoy haciendo estos ejercicios porque quiero aprender! La profesora acabó de explicar esta materia y estoy intentando fijarla para no olvidar lo que aprendí en el aula.

Volviéndose para la madre, que observaba la escena callada, la profesora concluyó:

— ¿Lo notó? El contenido es el mismo, pero la reacción y la motivación de los tres niños es completamente diferente una de la otra.

La madre se disculpó, cabizbaja, reconociendo la razón de la profesora.

— En el fondo, sé que a mi hijo no le gusta estudiar y que la falta de aprovechamiento es culpa de él mismo. Sin embargo, somos pobres y me preocupo con su futuro, viendo que él no se interesa en aprender. ¿Qué hacer?

La profesora Vera pensó un poco y respondió:

— Busque saber lo que su hijo desea, lo que lo hace feliz o algo por lo cual tenga interés.

A camino de casa, la madre pensó bastante y finalmente descubrió. Guilherme hacía tiempo quería un ordenador, y ella no le había dado atención creyendo que era dinero tirado fuera.

Aquel mismo día conversó con el marido y resolvieron atender al deseo del hijo. Tendrían que hacer un gran esfuerzo y trabajar aún más para pagar el ordenador, pero tal vez mereciera la pena.

Antes de echarse, el padre llamó a Guilherme y comentó:

— Hijo mío, nosotros sabemos que tú deseas un ordenador, pero nada has hecho para merecerlo. Mejora tu aprovechamiento en la escuela y podemos pensar en el asunto.

Más animado con esa promesa, al día siguiente Guilherme despertó bien dispuesto y resuelto a esforzarse. En la escuela su comportamiento fue diferente, buscando tener más atención en las aulas. En casa, hacía sus deberes escolares y después estudiaba la materia.

Con el pasar de los días, tomó verdadero gusto por el estudio, aficionándose a los libros.
 

Resultado: cuando trajo el boletín, orgulloso, las notas eran mucho mejores y los padres quedaron muy felices.

Al día siguiente, cuando Guilherme volvió de la escuela — ¡sorpresa! — ¡encontró un ordenador ya instalado y con todos los equipamientos!

Con ojos abiertos de espanto, se volvió para los padres, que lo observaban desde la puerta:

— ¡Es tuyo, hijo mío! — confirmó el padre.

Guilherme los abrazó con lágrimas en los ojos:

— ¡Papá, gracias! ¡Era todo lo que yo más quería!

Sin embargo, en duda, miró para los padres:

— Os agradezco el regalo. Pero sé cuánto eso debe haber costado. Mira, en verdad, ya consiguieron su objetivo. Ahora aprendí a gustarme estudiar de verdad. ¡No necesitabais más darme un ordenador!

— Tu hiciste por merecerlo, hijo mío. Él es tuyo.

Guilherme, más tranquilo, consideró:

— Bien, si es así, ahora necesito hacer cursos, aprender a usar el ordenador. Después, más tarde, voy a poder ganar dinero con él y devolver un poco de lo mucho que vosotros me habéis dado todo este tiempo.

Los padres, emocionados, consideraron que el valor del regalo era pequeño delante de la felicidad

que veían en el hijo.  

Volviendo a la escuela para agradecer a la profesora Vera por la ayuda, la madre, que antes sólo recibía reclamaciones sobre el hijo, oyó, satisfecha, de la profesora:

— ¡Felicidades! Su hijo está muy diferente. ¡Parece un milagro! ¿Como consiguió eso?

La madre sonrió e informó:

— Es simple. Con cariño, atención y estímulo. ¡Y un ordenador, naturalmente! 


          Tia Célia



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita