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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 266 – 24 de Junio de 2012      

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El gatito huérfano

 

Dina era una linda perra de ojos tiernos y aterciopelado, pelo suave y largas orejas. Era muy alegre y le gustaba jugar con los niños.

Gustavo, su dueño, cuando volvía de la escuela, jugueteaba con ella o la llevaba para pasear. A él le gustaba ver a Dina corriendo por la calzada, con los pelos castaños, dorados por el sol, agitándose al viento, y latiendo de satisfacción. Pero Dina creció y llegó la hora de constituir también una familia.

Gustavo estaba muy feliz al saber que Dina estaba esperando la venida de los hijitos.

Cuando los hijitos nacieron, fue una alegría. Eran cinco en total, pero uno de ellos, muy flaquito, no resistió y murió. Dina quedó muy triste y lamía con amor a los otros hijitos, abrazándolos a su cuerpo.

Algunos días después, apareció, en el patio de la casa de Gustavo, un gatito flaco y feo. Él maullaba para dar pena. Era recién nacido y andaba con mucha hambre.

Gustavo lo enseñó a su madre:

— ¡Mira, mamá, lo que encontré! ¡Un gatito! ¿Estará perdido?

— No sé, hijo mío. Ve a la vecindad si encuentras a la madre de él.

Gustavo buscó... buscó... buscó, pero nada encontró.

Preguntó a los vecinos, al quiosquero de la esquina, a las personas que pasaban apresuradas por la calle. Nadie sabía dar noticias de la madre del gatito. Gustavo volvió para casa radiante.

— ¿Mamá, puedo quedarme con el gatito? ¡Él no tiene familia! ¡Está solo en el mundo. ¿Puedo?

La bondadosa señora acarició al gatito, llena de compasión, diciendo:

— Claro, Gustavo. Sin embargo, hijo mío, temo que él no resista.

— ¿Por qué, mamá?

— Porque es aún muy pequeño y precisa de la leche y del calor de la madre. Podremos intentar suplir esa falta, pero no sé si lo conseguiremos. ¡Pero Dios nos va a ayudar!

Gustavo y su madre comenzaron a dar leche en el biberón para el gatito y lo colocaron en una caja de zapatos forrada con un paño. Pero a pesar de todos los

cuidados, él continuaba flaquito y tristón, maullando de pena. Gustavo lo abrazó, preocupado, viendo que, allí cerca, los hijitos de Dina estaban cada vez más bonitos y gorditos.

— Mamá, ¿Dina no podría cuidar de mi gatito huérfano? — preguntó el niño cierto día.

— Difícil, hijo mío. Perros y gatos son enemigos naturales.

— ¡Aún así, voy a intentar! — decidió el chico.

Colocó al gatito cerca de Dina, pero la perra reaccionaba, ladrando furiosa y obligando a Gustavo a retirar el animalito cerca de ella.

En aquella noche la temperatura bajó. Estaban en invierno y Gustavo, desde su cuarto, oía el viento soplar fuera.

Acordándose del infeliz gatito, se levantó y

corrió para verlo, creyendo que él no había resistido al frío, pues no oía ningún maullido.

Al llegar al lugar donde acostumbraba dejar la caja, no lo encontró. Se puso a buscarlo, apenado, con las lágrimas saltándole de los ojos. Pero — ¡Oh! ¡Sorpresa! — vio una escena que quedaría grabada para siempre en su memoria: Dina, durmiendo acogía a sus hijitos, y el gatito enroscado entre ellos, tranquilo y satisfecho.

Una gratitud inmensa por la mamá candelita surgió en su corazón, percibiendo la grandeza de aquel animal que, venciendo los instintos, dejó que prevaleciera la solidaridad y el amor, ante alguien más necesitado.

Hizo una plegaria agradeciendo a Dios la solución para su problema, pensando que, si todos los hombres fueran como su perra Dina, no habría huérfanos y desamparados en el mundo.  

A la mañana siguiente, después de despertar, llevó a la madre para ver la bella escena. Cuando llegaron al patio, los cachorritos y el gatito mamaban, y Dina parecía toda orgullosa de su prole.

Gustavo se volvió para la madre y sugirió:

— ¿Mamá, vamos a adoptar un bebé necesitado?

La señora miró al niño y comprendió la intención. Abrazó al hijo, concordando:

— Sí, Gustavo. Tú tienes toda la razón. Finalmente, si Dina puede, nosotros también podemos, ¿no es así?
 

                                                                  Tia Célia 



                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita