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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 261 – 20 de Mayo de 2012

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La vaquita Manchada

 

En una linda hacienda, los animales vivían felices, conviviendo en armonía.

Las gallinas, los patos y los pavos picoteaban en el terreno, mientras las ovejas, los carneros, los bueyes, las vacas, los caballos y las yeguas, aprovechaban el sol para pastar en un bello campo, donde encontraban comida a voluntad y agua en un rincón cristalino.  

Cierto día, una de las ovejas oyó al capataz decir a uno de los empleados:

— Luego el becerrito de la vaca Manchada será vendido. Ya vino un comprador que va a pagar un alto precio por él.

La oveja no perdió tiempo y fue a contar a su amiga Manchada:
 

— Manchada, ¿sabes de tu becerrito, el Bello?

— Sí. ¿Qué tiene él? — indagó  Manchada, rumiando.

— ¡Va a ser vendido! Oí una conversación entre el capataz y un empleado.

Manchada casi se ahogó con lo que estaba comiendo:

— ¡No puede ser! ¡El patrón es bueno y no iría a separarme de mi Bello!

Manchada quedó muy triste con la noticia. Se aproximó a su cría y no salió más de cerca de ella. Cuando el empleado que cuidaba de los animales llegó a la cuadra, vio a Manchada junto a Bello.

Él quiso retirar el becerrito cerca de la madre, pero Manchada se levantó

y lo amenazaba mugiendo, con cara de pocos amigos.

El empleado fue a avisar al patrón que Manchada estaba muy extraña. El dueño de la hacienda indagó si había ocurrido alguna cosa y él respondió:

— No, patrón. Esa reacción de Manchada comenzó hoy, ¡no sé por qué!

Intrigado, el patrón decidió ir hasta las cuadras para verificar por sí mismo. Susie, su hija pequeña, que le gustaban mucho los animales, decidió acompañar al padre. Llegando allá, fueron hasta donde Manchada andaba con su cría.  

El patrono se aproximó e intentó poner la mano en Bello, pero Manchada se puso a mugir, bajando la cabeza como si fuera a atacarlo. Intrigado, él se alejó con cuidado.  

Ni la pequeña Susie, de quién Manchada le gustaba y que le hacía siempre una caricia especial, pudo aproximarse. La niña se alejó, asustada.

— ¡Papá! ¿Qué será que está ocurriendo con nuestra Manchada? ¡Ella nunca fue así!

— Es verdad, hija mía. ¡No te aproximes más a ella! ¡No sabemos lo que puede hacer!

La chica se sentó en un banco y se quedó observando a la vaquita. Notó que ella no salía de al lado del becerrito, preocupada con él y comentó con el padre:

— ¿Papá, ocurrió algo con Bello? ¡Malhada está defendiendo a su becerro!

El padre pensó un poco y respondió:

— No, hijita. No ocurrió nada.

Él paró de hablar y quedó pensando, después comentó:

— La única cosa es que recibí una excelente oferta por Bello, y pienso en venderlo. ¡Pero ciertamente no será por eso que la Manchada está enfadada!...

Susie miró a la vaca mientras el padre estaba hablando y vio la reacción de ella, que se aproximó más del becerrito como si hubiera entendido la conversación y quisiera protegerlo.  

— Papá, creo que tú te engañas. De alguna forma, Manchada supo que quieren separarla de Bello. ¿Quieres verlo?

Y llegando cerca de la vaca, la niña dijo:

— Manchada, queda tranquila. Nadie va a separarte de Bello, ¿entendiste? Queda tranquila. No permitiré que mi padre haga eso.

Hablando así, la niña se aproximó a Manchada y pasó la mano por su cabeza con cariño. La vaquita volvió los ojos para Susie y ella percibió que Manchada estaba más calmada.

— ¿No te dije, papá? Ahora ven, aproxímate a ella y confirma lo que yo dije.

El padre, perplejo, sin poder creer en lo que estaba ocurriendo, conversó con Manchada explicándole que no vendería a Bello, que no la separaría de su becerrito. La vaca ahora estaba serena, como si todo estuviera resuelto. Enseguida, Manchada se levantó y, alejándose de la cría, fue hasta el pasto, poniéndose a comer. Ciertamente andaba con hambre, pues no se había alejado de su becerrito en todo ese tiempo.

— ¿Estás viendo, papá? Los animales entienden todo lo que la gente siente y habla. Por eso debemos respetarlos. ¡Ellos son seres de Dios en evolución, como nosotros, y son nuestros hermanos! — explicó Susie sonriendo, satisfecha con el resultado.

— ¡¿Donde aprendiste eso, hija?!... — indagó el padre, perplejo.

— En la Escuela de Evangelización en el Centro Espírita, adónde voy con mamá.

— ¡Ah! Creo que voy a tener que meditar la manera de lidiar con mis animales. Prometo estudiar el asunto, hija mía.
 

La niña miró para el padre y completó:

— Papá, no sólo con los animales. ¡Con las plantas también!

— ¡¿Quieres decir que las plantas también tienen sensibilidad?!... — sorprendido, preguntó el padre, abrazando a su pequeña:

— ¡Claro, papá!

— ¡Está bien, hijita! Reconozco que tú eres muy lista para tu edad. Tú y tu madre aún van a hacerme frecuentar esa Casa Espírita y estudiar de nuevo. ¡Puedes apostar!

En el fondo, él estaba contento. Ver a su pequeña Susie tan inteligente y tan experta lo había llevado a reflexionar en asuntos por los cuales nunca se había interesado hasta aquel momento. 
 

                                                                  MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, em 9 de abril de 2012.)   


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita