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Año 6 261 – 20 de Mayo de 2012   
ANSELMO FERREIRA VASCONCELOS  
afv@uol.com.br     
São Paulo, SP (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 


Anselmo Ferreira Vasconcelos

155 años de Espiritismo: evolución y progreso 


Se celebra en el corriente año un importante evento para nosotros los espíritas: se trata de la conmemoración de los 155 años de la doctrina. Por lo tanto, el Espiritismo aún es novicio, por así decir, en comparación con otras religiones y doctrinas milenarias, a pesar de la relación entre vivos y muertos ser tan antigua como la propia humanidad. Pero antes de abordar algo sobre ese importante marco es preciso recordar que el año de 1853 “... Europa entera tenía las atenciones generales convergidas para el fenómeno de las llamadas ‘mesas girantes y danzantes’...”.

La prensa de la época daba amplia cobertura al extraño fenómeno. Más aún, ilustraciones relativas a aquel periodo retratan “... los salones del alta aristocracia parisiense con... señores respetables, señoras y señoritas elegantes...” reunidos en torno a mesas redondas, con las manos espalmadas un poco por encima de ellas formando una corriente por el contacto de los dedos meñiques de todos con el objetivo de hacerlas mover. Curiosamente, los asuntos que monopolizaban las conversaciones tanto en los más elegantes boulevard como en los ambientes más humildes eran (1) las mesas parlantes y la (2) guerra de Rusia contra Turquía.

A finales de 1854, el Sr. Fortier, magnetizador con quién Hippolyte León Denizard Rivail – que más tarde vendría a adoptar el pseudónimo de Allan Kardec – mantenía relaciones de amistad, le comunicó la extraña novedad sobre la cual “... las mesas también ‘hablaban’...” cuando preguntadas, tal cuál si fueran seres inteligentes.  Esclareció adicionalmente que las mesas “…por uno de sus pies, dictaba hasta magníficas composiciones literarias y musicales”.

Rivail, por su parte, oyó atentamente el relato y respondió como investigador dotado de una sólida formación académica: “Sólo creeré cuando lo viera y cuando me prueben que una mesa tiene cerebro para pensar, nervios para sentir y que pueda hacerse sonámbula. Hasta allá, permita que yo no vea en el caso más un cuento de mentira”. De todos modo, él se propuso examinar los hechos relacionados a la tales “mesas parlantes” con criterios racionales y la mayor exención posible, además de deliberadamente evitar que eventuales prejuicios religiosos pudieran, de alguna forma, guiar sus conclusiones.

Posteriormente, dijo él que: “Habiendo adquirido, en el estudio de las ciencias exactas, el hábito de las cosas positivas, sondee, investigué esta nueva ciencia (el Espiritismo) en sus más íntimos dobleces; busqué explicarme todo, porque no acostumbro a aceptar idea alguna, sin conocer el cómo y el por qué”.

La 1ª edición de El Libro de los Espíritus (LE)
tenía 501 preguntas

En mayo de 1855, Kardec fue invitado a asistir a una reunión en la casa de la Sra. Plainemaison y allá presenció, pela 1ª vez, el intrigante fenómeno de las mesas que “giraban, saltaban y corrían en condiciones tales que no dejaban margen a cualquier duda”. Además de eso, constató in loco las respuestas inteligentes que la mesa producía por medio de golpes, así como tuvo el deseo de asistir “a algunos ensayos de escritura mediúmnica en una lamina, con el auxilio del primitivo proceso de la cesta de pico”.

Dotado de elevada acuidad mental, Kardec rápidamente percibió – declararía él más tarde – que en aquellas supuestas futilidades y pasatiempos había algo muy serio, es decir, la revelación de una nueva ley que él asumió la incumbencia de investigar profundamente. Puesto esto, fue observando, comparando y juzgando los hechos – siempre con alto grado de meticulosidad y persistencia –, que Kardec concluyó que la causa inteligente subyacente a aquellos fenómenos venía de los propios Espíritus de aquellos que habían muerto. De ese modo, él dedujo las leyes inherentes a las manifestaciones, además de ellas extraer importantísimas conclusiones filosóficas y doctrinarias que destacan aspectos esenciales como esperanza, consuelo y solidaridad, entre otras cosas.

“Más tarde – escribió él – cuando vi que aquello constituía un todo y ganaba las proporciones de una doctrina, tuve la idea de publicar las enseñanzas recibidas, para instrucción de toda la gente”. Por otro lado, sus biógrafos esclarecen que, asistido directa e indirectamente por una pléyade de Espíritus superiores liderados por el Espíritu de la Verdad, Kardec desarrollaba y perfeccionaba su trabajo. Así, el 18 de abril de 1857 era publicada la 1ª edición del Libro de los Espíritus (LE) con 501 preguntas.

Puesto esto, Kardec ha sido recordado por el trabajo que emprendió, entre otras cosas, como “... el creador de una sociología del mundo espiritual” (Marlene Noble) o “como el buen sentido encarnado” (Camille Flammarion) o aún “como el codificador del Espiritismo” por los compañeros. Son justos reconocimientos y homenajes, sin embargo, cabe también no olvidar que Kardec fue el portavoz (compilador) de una revelación con profundas implicaciones para la evolución humana aún no suficientemente aquilatadas. Es importante resaltar que en marzo de 1860 fue publicada la 2ª edición, substancialmente ampliada con 1019 preguntas, 4 partes, además de decenas de notas abarcando tópicos científicos, filosóficos y religiosos.

La encarnación es el camino natural
para alcanzar la perfección

El LE nos trae importantes revelaciones celestiales y leyes universales que nos cabe conocer y aplicar para mejor dirigir nuestras vidas con miras a que, por medio de esa obra, quedamos sabiendo, por ejemplo, que “Dios existe” (cuestión 14), o sea, el Creador no es un producto de la abstracción humana o una idea vana y sin sentido. De hecho, basta que miremos para cualquier dirección o ángulo y si tuviéramos la mente y la sensibilidad abiertas – percibiremos con facilidad su “mano” en todo, incluso en el caos.

Para comprender ciertas cosas nos es necesario ciertas facultades que aún no poseemos (cuestión 18). Somos criaturas muy atrasadas y, en esa condición, no sabemos todo. Se sabe de Dios como hemos de aprender y a desarrollar en nosotros mismos hasta llegar a la angelitud. Además, los mundos son habitados – la ufología en la actualidad, de hecho, comprueba por medio de pruebas robustas e irrefutables esa tesis eminentemente espírita – y nosotros humanos estamos muy lejos de ser los primeros en inteligencia, bondad y perfección (cuestión 55).

Que el principio vital lleva a la animalización de la materia (cuestión 62) o, en otras palabras, es la fuerza que anima los cuerpos orgánicos (cuestión 67a). Por otro lado, el periespíritu sirve de envoltorio al Espíritu propiamente dicho, así como el periesperma que envuelve el germen de un fruto (cuestión 93). Que Dios nos creó Espíritus simple e ignorantes y cada uno de nosotros debe esforzarse para llegar a la perfección por medio del conocimiento de la verdad y por la experiencia del enfrentamiento de las pruebas (cuestión 115). Finalmente, ya dijo Jesús con propiedad: “Conoceréis la verdad y la verdad os liberará” (João 8: 32).

Que poseemos la extraordinaria condición de disfrutar del libre albedrío (cuestión 121), pues no somos – gracias a la misericordia divina – seres autómatas o robotizados. A nosotros es dada la oportunidad de escoger y decidir consonante nuestra voluntad, aunque acompañada de las responsabilidades y deberes subyacentes a tal condición. En el LE somos esclarecidos que Dios establece la encarnación como el camino natural para alcanzar la perfección (cuestión 132). Somos también informados de que mientras menos imperfectos, tantos menos padecimientos habremos de sufrir. O sea, “Aquel que no es envidioso, ni celoso, ni avaro, ni ambicioso no sufrirá las torturas que originan de esos defectos” (cuestión 133a). Que el alma pasa por muchas existencias corporales (cuestión 166) hasta conseguir  depurarse completamente.

Los conocimientos adquiridos en cada
existencia no se pierden

Y desde que el Espíritu “... si halle limpio de todas las impurezas, no tiene más necesidad de las pruebas en la vida corporal” (cuestión 168), haciéndose, por lo tanto, Espíritu bien-aventurado o Espíritu puro (cuestión 170). Que vivimos nuestras diversas existencias en diferentes mundos (cuestión 172). Además, los Espíritus encarnan tanto como hombres como mujeres, ya que necesitan progresar en todo (cuestión 202). De hecho, si quedáramos circunscritos a sólo un género tendríamos una percepción muy limitada de las cosas, además, los Espíritus – con la evolución – van perdiendo tales características diferenciales.

Que los conocimientos adquiridos en cada existencia no se pierden. En la materia nosotros los olvidamos momentáneamente, pero liberados de ella los recuperamos íntegramente (cuestión 218a). Pero, el LE resalta que el Espíritu puede perder temporalmente sus capacidades intelectivas al reencarnar en otro cuerpo desde que las haya empleado para el mal (cuestión 220). Entonces, se concluye que personas portadoras de Síndrome de Down, Autismo, entre otras deficiencias físicas altamente limitadoras, están expiando sus faltas de antaño.

Cuando en la erraticidad, antes de comenzar nueva encarnación, por lo normal, escogemos el género de pruebas que enfrentaremos por intermedio de nuestro libre albedrío (cuestión 258). Que la unión del alma al cuerpo se inicia en la concepción y se completa en el nacimiento (cuestión 344). Que el aborto provocado constituye una grave trasgresión a la ley de Dios (cuestión 358) y, por extensión, la eutanasia. El LE nos informa igualmente que la superioridad moral no siempre guarda exacta relación con la superioridad intelectual y los grandes genios están sujetos a enfrentar dolorosos procesos expiatorios (cuestión 373a).

Que tendríamos gravísimos inconvenientes si nos acordáramos de lo que fuimos e hicimos anteriormente en otras encarnaciones. Ciertamente, “en ciertos casos, nos humillaría sobremanera” (cuestión 394). Con relación a las vicisitudes de la vida corpórea, estas constituyen expiación de las faltas cometidas en el pasado, bien como pruebas redentoras. En ese sentido, “nos depuramos y elevándonos si las soportamos resignados y sin murmurar” (cuestión 399). Por lo tanto, no basta sufrir; es imperioso aceptar esa experiencia con humildad y paciencia para que ella tenga efecto, es decir, como se fuera un medicamento necesario a la cura. Felizmente, no hay faltas que la experiencia expiatoria no pueda redimir (Introducción, VI). Además, “la naturaleza de esas vicisitudes y de las pruebas que sufrimos también nos puede esclarecer acerca de lo que fuimos y de lo que hicimos...” (cuestión 399).

La moral implica fundamentalmente en
obrar volcados al bien

Que los buenos Espíritus tienen afinidad con las personas volcadas al bien, a la corrección de carácter o susceptibles de progresar; en contrapartida, los Espíritus inferiores se aproximan y establecen una trama con las que buscan las adicciones o son muy imperfectas (cuestión 484). Que cada uno de nosotros tiene un ángel de guardia (un Espíritu protector) que por nosotros vela como el padre por el hijo. Se alegran cuando nos ven en el buen camino, pero sufren cuando les despreciamos las inspiraciones e intuiciones benéficas (LE-495).

El LE nos revela también que la ley de Dios está esculpida en la conciencia de cada uno (cuestión 621). Así, el aparentemente frío e indiferente genocida del presente, por ejemplo, un día tendrá su conciencia despertada. Que en todos los tiempos Dios nos envió Espíritus superiores que encarnaron con la misión de ayudar al progreso de la humanidad (cuestión 622). Por otro lado, la moral implica fundamentalmente en actuar volcados al bien, pues se apoya en la observancia de la ley de Dios. A propósito, la criatura “... procede bien cuando todo hace por el bien de todos...” (cuestión 629).

Que la plegaria hace mejor a la criatura humana; esto, de hecho, es un socorro que jamás Dios le rechaza cuando el pedido es impregnado con sinceridad de propósitos o intenciones (cuestión 660). Todo aquel que detenta el poder, por su parte, es responsable por el exceso de trabajo – y, así pues, humillaciones, presiones o persecuciones – que se imponga a los que le están debajo jerárquicamente porque, al así hacerlo, trasgrede la ley de Dios (cuestión 684). El LE informa de algo fundamental para ampliar nuestra comprensión de las tragedias humanas. O sea, que los flagelos destructores son medios empleados por Dios para hacer a las criaturas progresar más rápidamente (cuestión 737).

Más aún, “los flagelos son pruebas que dan al hombre ocasión de ejercitar su inteligencia, de demostrar su paciencia y resignación ante la voluntad de Dios y que le ofrecen deseo de manifestar sus sentimientos de abnegación, de desinterés y de amor al prójimo, si no lo domina el egoísmo” (cuestión 740). Que la moral y la inteligencia son dos dimensiones del Espíritu que necesitan de tiempo para equilibrarse (cuestión 780). Que no tenemos el poder de paralizar el progreso; sin embargo, podemos eventualmente perjudicarlo por medio de nuestro libre albedrío (cuestión 781). El LE nos deja entrever que la desigualdad desaparecerá en el mundo cuando el egoísmo y orgullo no encuentren más espacio en el corazón humano (cuestión 806).

El hombre es casi siempre el obrero de su infelicidad

Algo muy mal comprendido por la humanidad, la fatalidad, es también claramente elucidada por el LE. Esencialmente, la fatalidad consiste en la elección que el Espíritu hace, antes de reencarnar, en someterse a determinada prueba a lo largo de la existencia corporal para sufrir (cuestión 851). Siendo así, muchas tragedias y eventos catastróficos que pueblan nuestro día a día – en los cuales a veces decenas y centenas de personas sucumben fatalmente – están incluidos en esa categoría.

Que hay virtud siempre que la criatura resiste a los llamamientos del mal. Además, la sublimidad de la virtud está asentada en el sacrificio del interés personal buscando el bien del prójimo sin otras intenciones. La virtud más loable es la caridad (cuestión 893). Con acierto, los Espíritus argumentan que nos falta voluntad en la mayoría de las veces – y empeño para vencer nuestras malas inclinaciones (cuestión 909). En ese sentido, el egoísmo es la matriz de todas las adicciones, mientras la caridad es la de todas las virtudes. Por eso, nuestros esfuerzos deben ser en el sentido de eliminar los aspectos viciosos que yacen en nosotros y desarrollar los virtuosos de modo a alcanzar la felicidad (cuestión 917).

La criatura humana no puede pretender disfrutar de completa felicidad en la Tierra (cuestión 920). La condición evolutiva de esa morada de Dios no faculta tal posibilidad, por lo menos por ahora. Es duro para nosotros admitir, pero “el hombre es casi siempre el obrero de su propia infelicidad” (cuestión 921). Pero es muy reconfortante y consolador saber que la perdida de un ente querido, cogido por el fenómeno de la muerte, es un hasta pronto. (ver cuestión 935)

En un gesto de profunda humildad Kardec reconoció que “El Espiritismo no es obra de un hombre. Nadie puede inculcarse como su creador, pues tan antiguo es el como la creación” (Conclusión, Tópico VI). Y que, finalmente, “... el Espiritismo no trae moral diferente de la de Jesús” (Conclusión, Tópico VIII). En relación a ese aspecto cabe mencionar que El Libro de los Espíritus vino en el momento oportuno a cumplir la profecía de Jesús registrada en Juan (14: 26) – o sea: “Pero aquel Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese os enseñará todas las cosas, y os hará recordar de todo cuanto os he dicho”.

Por ese breve resumen, se concluye que el Espiritismo, por el ángulo científico, está estribado en bases epistemológicas prácticamente inexploradas aún, mientras que por el lado filosófico-ético-moral representa un farol – operado por el propio Jesús – a iluminar las conciencias en la dirección de realizaciones y conquistas sublimes. Pero caben a nosotros humanos el buen sentido y el empeño indispensable de conformarnos y de adaptarnos a tales designios. Por fin, el Espiritismo trae y continuará trayendo luz, esclarecimiento y bálsamo para la humanidad. 


 

Bibliografia: 

KARDEC, A. O Livro dos Espíritos. 58ª edição. Rio de Janeiro: FEB, 1983.

NOBRE, M. 150 anos de pioneirismo científico. Reformador, ano 125, n. 2137, p. 14-15, abril 2007.

WANTUIL, Z.; THIESEN, F. Allan Kardec. 3ª edição. Vol. II. Rio de Janeiro: FEB, 1984.
 

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita