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Año 6 259 – 6 de Mayo de 2012       


 

Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

La idea relativa a las cuitas eternas es un equívoco


La doctrina de las cuitas eternas, enseñada por la Iglesia, es tratada de forma objetiva en las cuestiones 1.006 a 1.009 d’ El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec. El Espiritismo, como sabemos, no admite tal doctrina, y los motivos están puestos en las mencionadas cuestiones.

La tesis de la eternidad de las penas reservadas a aquellos que infringen las leyes del bien y del amor, tanto cuanto la existencia del infierno, no resisten a un análisis objetivo. El raciocinio lógico nos conduce a la siguiente premisa: Si el Espíritu sufre en función del mal que practicó, su infelicidad debe ser proporcional a la falta cometida.

Efectivamente, respondiendo a la pregunta “Podrán durar eternamente los sufrimientos del Espíritu?”, San Luís (Espíritu) afirmó: “Podrían, si él pudiese ser eternamente malo, eso es, si jamás si arrepintiese y mejorase, sufriría eternamente. Pero Dios no creó seres teniendo por destino para que permanezcan vueltos perpetuamente al mal. Apenas los creó a todos sencillos e ignorantes, teniendo todos, no obstante, que progresar en tiempo más o menos largo, conforme el transcurrir de la voluntad de cada uno. Más o menos tardía puede ser la voluntad, de la misma manera que hay niños más o menos precoces, sin embargo, temprano o tarde, ella aparece, bajo el efecto de la irresistible necesidad que el Espíritu siente de salir de la inferioridad y de tornarse feliz. Eminentemente sabia y magnánima es, pues, la ley que rige la duración de las penas, por cuanto subordina esa duración a los esfuerzos del Espíritu. Jamás lo priva de su libre albedrío: si de éste hace él mal uso, sufre las consecuencias.” (El Libro de los Espíritus, cuestión 1.006.)     

Debemos considerar también que la condenación perpetua no se coadunaría con la idea cristiana de la sublimidad de la justicia y de la misericordia divina. Jesús dio testimonio de la bondad y del amor de Dios, al afirmar que el Padre celeste no quiere que perezca un sólo de sus hijos.

La razón nos indica que Dios es, como enseña el Espiritismo, un ser infinito en sus perfecciones, pues es filosóficamente imposible concebir el Creador de otra manera, puesto que, si Él no presentase infinita perfección, podríamos concebir otro ser que le fuese superior. Siendo, pues, infinitamente sabio, justo y misericordioso, no podemos creer que tenga creado personas para que sean  eternamente desgraciadas en virtud de una falta o un error pasajero, derivado evidentemente de su propia imperfección.

La doctrina de las cuitas eternas consustanciada en la teología católica surgió de las ideas primitivas que concibieron la existencia de un Dios colérico y vengativo, a quien el hombre atribuyó características puramente humanas. El fuego eterno es una figura de que se utilizó para materializar la idea del infierno, con el objetivo de resaltar la crueldad de la pena, en la presuposición de que el fuego es el suplicio más atroz y que produce el tormento más efectivo.

Esas ideas sirvieron, en cierto periodo de la historia de la Humanidad, para controlar las pasiones de criaturas aún imperfectas, pero no sirven al hombre de la actualidad, que en ellas no consigue vislumbrar sentido lógico.

Jesús se valió de las figuras del infierno y del fuego eterno para ponerse al alcance de la comprensión de los hombres de su época. 

Las imágenes fuertes que utilizó eran, entonces, necesarias para impresionar la imaginación de individuos, que poco entendían de las cosas del Espíritu y cuya realidad estaba más cerca de la materia y de los fenómenos que les impresionaban los sentidos físicos. Pero también fue Él quien enfatizó la idea de que Dios es Padre misericordioso y bueno y afirmó que, de las ovejas que el Padre le confió, ninguna se perdería. 



 


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