Chico Xavier y
los niños que
nacen mutilados
El tema del
momento, en tema
del aborto en
los casos de
anencefalia
continúa
presente en
nuestra revista,
como lo muestra
el Especial
titulado
“Suicidio y
aborto de
anencefálicos”,
escrito por
nuestro
colaborador Luiz
Carlos Formiga.
El mensaje de
Joanna de
Angelis citado
por el colega no
constituye,
hablando con
propiedad, una
novedad en
nuestro medio,
puesto que sólo
confirma lo que
Chico Xavier ya
nos había
presentado en
varias obras
como, por
ejemplo, en los
libros “Chico
Xavier en
Goiania” y “En
la era del
Espíritu”.
Como existen,
fuera del medio
espirita, muchas
dudas con
relación al
origen de las
dificultades que
envuelven a los
llamados
anencefálicos,
recordemos lo
que el
nostálgico
médium consignó,
atribuyéndolo a
Emmanuel, en la
primera de las
obras
mencionadas.
Le preguntaron a
Chico Xavier:
“¿Cómo
comprender el
martirio de un
niño que nace
mutilado?”
He aquí la
respuesta:
“Cuando
cometemos
determinado
delito e
instalamos la
culpa en
nosotros,
engendramos el
caos en nuestra
propia alma y,
regresando a la
Vida Mayor,
después de la
desencarnación,
envueltos en la
sombra de la
culpa,
naturalmente
padecemos
nosotros mismos
los resultados
de nuestros
propios actos
infelices.
Reconociendo
esto, pedimos o
deseamos
intensamente
regresar a la
Tierra en las
condiciones que
trazamos para
nosotros mismos.
Si armamos
nuestro brazo
contra alguien y
destruimos la
vida de alguien,
conscientemente,
en la Vida
Mayor, muchas
veces nos
sentiremos
amargados con
aquel segmento
de nuestro
cuerpo
espiritual que
se transformó en
vehículo de
nuestra propia
pérdida, y
rogamos el
permiso a la
Leyes Divinas
para renacer en
procesos de
mutilación
correspondientes,
casi siempre al
lado de aquellos
que se hicieron
nuestros
deudores o que
se transformaron
igualmente en
nuestros
benefactores y
que, en la
Tierra, nos
auxilian por
amor” (Chico
Xavier en
Goiania, Editora
GEEM, 1977)
Cuatro años
antes, el libro
“En la Era
del Espíritu”
(Editora GEEM,
1973), escrito
en colaboración
con J. Herculano
Pires, Chico
Xavier consignó
un poema
titulado
“Romance en la
Vida”, de la
autoría de
Alphonsus de
Guimaraens, que
retrata la
historia pasada
de un niño
excepcional cuya
madre se
encontraba
presente en la
sesión cuando el
poema fue
psicografiado.
Al día siguiente
de la reunión,
Chico Xavier fue
visitado por una
señora. He aquí
como él contó
este hecho: “Con
sorpresa, (...)
a la mañana
siguiente de la
reunión, al
salir de casa,
nos dio el
encuentro una
señora que nos
trajo a su
hijito
excepcional
para que lo
conociéramos,
solicitando el
amparo del Dr.
Bezerra de
Menezes en su
favor. Esa
señora, de
mucha escasez,
nos dijo que
había estado
presente en la
reunión pública
de la víspera;
no pudo traer al
pequeño enfermo
por haber
llegado muy
tarde procedente
de Ouro Preto.
Dejó al
enfermito
descansando en
una pensión. A
pesar de tanto
sufrimiento,
prestó atención
al mensaje y
vino a pedir una
copia. Me
conmovió mucho y
me quedé
meditando el
asunto.”
Aquí esta, en su
totalidad, el
poema “Romance
en la Vida”:
En el campo,
donde la luz de
la luna engalana
el cáñamo,
La pareja se
estremece de
amor, la noche
duerme y brilla.
Él, el aldeano
poeta, era un
humilde pastor;
Ella, la
hidalga, exponía
la juventud en
flor.
A lo lejos de la
mansión,
¡cuántos besos
al viento!…
¡Cuántos
juramentos de
afecto a la luz
del firmamento!
Cierta noche, la
elegida envía a
un antiguo paje
Que entrega al
mozo ansioso
improvisto
mensaje.
“Perdone – la
carta dice – si
no le fui
sincera
Desposaré ahora
el hombre que me
espera.
Nunca mancharé
el nombre de mis
padres.
Nuestro amor fue
un sueño… Un
sueño. Nada
más.”
Llora el mozo
infeliz, sin
nadie que lo
consuele,
Sordo a la
razón, ansía
arrojarse a la
muerte.
Corre a la choza
de barro. En
gesto súbito,
Se arma
desesperado y
destruye su
propio cráneo.
Pasó el tiempo…
Y, en el más
allá, el
trovador suicida
Era un loco
implorando un
nuevo cuerpo
para la vida.
Un día, la dama
del castillo, en
el refugio de
oro;
Muere amargada,
afligida, por
las lecciones
del pasado.
Cuelgan blancos
jazmines del
féretro
encaramado,
Los hijos lloran
despidiéndose en
espirales de
incienso.
Dejando, por
fin, los adornos
de plata,
Se siente ahora
la dama
envilecida e
ingrata.
Recuerda el
campo de otrora
y al pobre mozo
aldeano,
Pide volver a
verlo y rogar su
perdón.
Lo encuentra,
finalmente, en
vasta
enfermería,
Demente, ciego y
mudo en angustia
sombría.
Ella soporta en
llanto la culpa
que la condena,
Quiere volver a
la Tierra y
darle nueva
vida.
El amor se
revela, en la
ley eterna del
amor
Retorna al
cuerpo denso en
sencilla aldea.
Hoy, la madre
que sufre, muere
poco a poco
Cargando al
cuello a un
hijo mudo y
loco…
Y mientras el
enfermo expresa
la mirada triste
y sin brillo…
Ella vive para
rogar: “¡No me
dejes, hijo
mío!…
El romance sigue
y los momentos
se van…
Bendito sea el
dolor que talla
la perfección.
*
A los, cofrades
que,
inadvertidamente,
dicen que tales
informaciones,
provenientes de
Chico Xavier o
por medio de
Divaldo Franco,
no tienen el
debido respaldo
en las obras de
Allan Kardec,
recordamos que
el tema está
enfocado en las
preguntas 372 y
373 de “El Libro
de los
Espíritus”, aquí
reproducidas:
372. ¿Qué objeto
tiene la
Providencia,
creando seres
desdichados como
los cretinos y
los idiotas?
“Los que habitan
los cuerpos de
los idiotas son
Espíritus
sujetos a un
castigo. Sufre
como
consecuencia de
las limitaciones
que
experimentan, y
por su
impotencia en
manifestarse por
medio de órganos
no desarrollados
e imperfectos.”
373. ¿Qué mérito
puede tener la
existencia de
seres que, como
los idiotas y
los cretinos, no
pudiendo hacer
el bien ni el
mal, se
encuentran
impedidos de
progresar?
“Es una
expiación
impuesta al
abuso que
hicieron de
ciertas
facultades; es
un estado
estacionario
temporal.”
Estas son, por
lo tanto,
razones más que
suficientes para
que entendamos
que la vida que
Dios nos ofrece,
sean cuales
fueran las
condiciones en
la que la
recibamos, es
siempre valiosa
para que
alcancemos la
meta para la
cual fuimos
creados, que es
la perfección.
Los
contratiempos y
las vicisitudes
que enfrentamos
son parte del
proceso y no
existen para
aplastarnos,
sino para que
sean superados.
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