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Año 5 254 – 1 de Abril de 2012            


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Un ejemplo de lo que no debemos hacer


En el inicio del año, como la prensa brasileña divulgó con natural alarde, ocurrió en la ciudad de Maringá-PR un hecho deplorable y doblemente lamentable: primero porque tuvo como protagonistas un grupo de jóvenes; segundo, porque tales jóvenes pertenecen a familias socialmente bien situadas, lo que aleja, desde luego, la idea de que serían individuos movidos por un acto de desespero. 

Nos referimos a la prisión en flagrante de 11 candidatos a la prueba de acceso a la Universidad  acusados de tentativa de fraude en la selectividad para ingreso en el curso de Medicina del Centro Universitario de Maringá (Cesumar). El hecho se dio en Enero de este año.

Según el noticiario, los teléfonos móviles aprehendidos con ellos habían recibido, por mensajes de texto, las respuestas completas de la prueba. Además de los móviles, los envueltos utilizaban puntos electrónicos para recibir las respuestas. La confirmación se dio después que fueron sometidos al aparato de detección de metales.

En el mensaje de texto que contenía las respuestas existían códigos. “Una de las candidatas explicó los códigos. Ella dijo que cada número significaba una letra”, explicó a la prensa el comisario Leandro Roque Munin.

Hecha la denuncia, algunos de los 11 envueltos revelaron a la Policía que pagarían R$ 10 mil por las respuestas, en cuanto otros dijeron que el precio sería de R$ 30 mil y que la deuda sería saldada después, en caso de la aprobación en la Selectividad.

Cuando se dice que el progreso intelectual no es seguido de inmediato de la misma manera que el avance en el campo moral, he aquí algo que todos saben, independientemente de la creencia que defiendan, y el hecho ocurrido en Maringá es, en ese sentido, más una prueba de eso.

El uso de la tecnología avanzada para la transmisión de la información, la ayuda de alguien que conocía el asunto y la propia decisión de los interesados en buscar el camino del fraude para que pudiesen tornarse médicos, he aquí pormenores reveladores de una pobreza moral que causa lástima y no sólo indignación.

Se agrega a eso la propia participación de los padres de los defraudadores, una vez que sabemos que en la edad en que un joven busca el ingreso en la facultad es muy difícil que él pueda disponer, sin ayuda de los padres, de los valores arriba mencionados.

Estamos en una época en que ya era tiempo que todos entiendan que, en la carretera de la vida, existen, como enseña el Evangelio, dos sendas: la senda de la perdición y la senda de la rectitud.

La primera es atractiva, repleta de facilidades, de astucias e ilusiones. La segunda es difícil, llena de desafíos y de dificultades.

Buscar el ingreso en una facultad por el camino del fraude, perjudicando los otros candidatos que se esforzaron, que se dedicaron al estudio, no es, convengamos, el camino que una persona sensata debe seguir, porque todo lo que hacemos en nuestra vida genera consecuencias, tanto para el bien cuanto para el mal.  

Para toda acción corresponde una reacción, quien matar por la espada morirá bajo la espada, quien con hierro hiere con hierro será herido, la siembra es libre pero la cosecha es   obligatoria, a cada uno según sus obras. Esas reglas tan conocidas, estatuidas por Dios, es que dirigen con sabiduría el rumbo, las localizaciones, las alternativas de la vida, que parecen tan confusas e improvisadas, pero que obedecen a una programación meticulosa y a un orden que no pueden ser comprendidas por los materialistas y por aquellos que piensan que dinero es todo.

Escribió Paulo a los Galatas: “No erréis: Dios no se deja escarnecer; porque todo lo que el hombre sembrar, eso también segará. Porque lo que siembra en su carne, de la carne segará la corrupción; pero lo que siembra en el Espíritu, del Espíritu segará la vida eterna.” (Galatas, 6:7-8.)  

Que el lamentable episodio ocurrido en Maringá sea para todos nosotros y para nuestros hijos ejemplo de lo que no debemos hacer, si quisiéramos realmente llegar a la meta para la cual Dios nos creó. 



 


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