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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 247 – 12 de Febrero de 2012 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 39)

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. Las penas y los goces en la vida espiritual, ¿tienen algo de material?

B. ¿En qué consiste la felicidad de los Espíritus realmente buenos?

C. ¿En qué consisten los sufrimientos de los Espíritus inferiores?

D. La responsabilidad del Espíritu culpable ¿resulta sólo del mal que ha realizado, o va más allá?

E. Cuando un Espíritu bueno ve a sus familiares más queridos padeciendo tristezas y sufrimientos crueles, ¿perturba ese hecho su felicidad?

Texto para la lectura

600. Una de las características de la felicidad de los Espíritus buenos es la ausencia de las necesidades materiales, cuya satisfacción es para el hombre común una fuente de gozo, es decir, el gozo propio del animal y cuya privación constituye para el hombre una tortura. (L.E., 968)

601. La expresión hallarse reunidos en el seno de Dios y ocupados en cantar sus alabanzas es una alegoría que no se debe tomar al pie de la letra. Todo en la Naturaleza, desde el grano de arena, canta, esto es, proclama el poder, la sabiduría y la bondad de Dios. Pero no pensemos que los Espíritus bienaventurados estén en contemplación por toda la eternidad. Eso sería una bienaventuranza estúpida y monótona. Ellos están exentos de las tribulaciones de la vida corporal: eso ya constituye un goce. Además, conocen y saben todas las cosas y emplean de manera útil la inteligencia que adquirieron, ayudando al progreso de los otros Espíritus. Esa es su ocupación que es, al mismo tiempo, un goce. (L.E., 969)

602. La influencia que ejercen unos Espíritus sobre otros es siempre buena, de parte de los Espíritus buenos. Los perversos tratan de desviar de la senda del bien y del arrepentimiento a los que les parecen susceptibles de dejarse llevar y que son, muchas veces, los que ellos mismos arrastraron al mal durante la vida terrena. (L.E., 971)

603. Las comunicaciones espíritas tuvieron como resultado mostrar el estado futuro del alma, ya no sólo como teoría sino como una realidad. Nos muestran todas las peripecias de la vida más allá de la tumba, como consecuencias perfectamente lógicas de la vida terrestre. Infinita es la variedad de esas consecuencias, pero como tesis general, podemos decir: cada uno es castigado por aquello en que pecó. Así es que unos lo son por la vista incesante del mal que hicieron; otros, por los pesares, por el temor, por la vergüenza, por la duda, por el aislamiento, por las tinieblas, por la separación de los seres más queridos, etc.  (L.E., 973, comentario de Kardec)

604. La doctrina del fuego eterno es una imagen, una alegoría semejante a tantas otras, tomada como realidad. (L.E., 974)

605. Pero el temor de ese fuego ¿no produce buen resultado? Evidentemente que no, pues no sirve de freno ni a los que lo predican. Si se enseñan cosas que más tarde la razón rechazará, se provoca una impresión que no será duradera ni saludable. (L.E., 974-a)

606. La creencia en el fuego eterno data de la más remota antigüedad, habiéndola heredado los pueblos modernos de los más antiguos. También por eso el hombre dice, en su lenguaje figurado: el fuego de las pasiones, arder de amor, de celos, etc. (L.E., 974, comentario de Kardec)

607. Ya que los Espíritus no pueden ocultarse recíprocamente sus pensamientos, el culpable está perpetuamente en presencia de su víctima. (L.E., 977)

608. El recuerdo de las faltas cometidas en el pasado no perturba la felicidad de las almas que se purificaron, porque ya rescataron esas faltas y salieron victoriosas de las pruebas a las que se sometieron con ese fin. (L.E., 978)

609. Las pruebas por las cuales un Espíritu todavía impuro tendrá que pasar constituyen causa de penosa aprensión. He ahí por qué él no puede gozar de la felicidad perfecta, sino cuando esté completamente purificado. Pero para aquél que ya se elevó, nada tiene de penoso pensar en las pruebas que todavía tiene que sufrir. (L.E., 979)

610. El alma que llegó a un cierto grado de pureza goza de la felicidad. La embarga un sentimiento de grata satisfacción. Se siente feliz por todo lo que ve y la rodea. Se levanta el velo que encubría los misterios y las maravillas de la Creación, y las perfecciones divinas se le presentan en todo su esplendor. (L.E., 979, comentario de Kardec)

611. Sólo el bien asegura la suerte futura. Y el bien es siempre el bien, cualquiera que sea el camino que a él conduzca.  (L.E., 982)

612. La creencia en el Espiritismo ayuda al hombre a mejorarse, pues enseñándole a soportar las pruebas con paciencia y resignación, lo aleja de los actos que puedan retrasar su felicidad, pero nadie dice que sin él no pueda conseguirla. (L.E., 982, comentario de Kardec)

613. Cuando el alma está reencarnada, las tribulaciones de la vida son para ella un sufrimiento; pero sólo el cuerpo sufre materialmente. Al hablar de alguien que murió, acostumbramos a decir que dejó de sufrir, pero esto no siempre explica la realidad. Como Espíritu, está libre de dolores físicos; pero según sean las faltas que haya cometido, puede estar sujeto a dolores morales más agudos y puede ser más infeliz aún en una nueva existencia. El mal rico tendrá que pedir limosna y luchará contra todas las privaciones que trae la miseria; el orgulloso, contra todas las humillaciones; el que abusa de la autoridad y trata con desprecio y dureza a sus subordinados se verá obligado a obedecer a un superior más duro que lo que él fue. Todas las penas y tribulaciones de la vida son la expiación de las faltas de otra existencia, cuando no, la consecuencia de las de la vida actual. (L.E., 983)

614. El hombre que se considera feliz en la Tierra porque puede satisfacer sus pasiones, es el que menos esfuerzo realiza para mejorarse. Muchas veces comienza su expiación ya en esta misma vida de felicidad efímera, pero con seguridad expiará en otra existencia tan material como aquella. (L.E., 983)

615. Las vicisitudes de la vida son pruebas impuestas por Dios, o que nosotros mismos escogemos como Espíritus antes de encarnar para la expiación de las faltas cometidas en otra existencia, porque jamás queda impune la infracción a las leyes de Dios y, sobre todo, a la ley de justicia. Si no fuera castigada en esta existencia, lo será necesariamente en la otra. He ahí por qué uno, que nos parece justo, muchas veces sufre. Es el castigo por su pasado. (L.E., 984)

616. Reencarnar en un mundo menos grosero es la consecuencia de la depuración del alma porque, a medida que se van purificando, los Espíritus reencarnan en mundos cada vez más perfectos, hasta que se hayan despojado totalmente de la materia y lavado de todas las impurezas para gozar eternamente de la felicidad de los Espíritus puros en el seno de Dios. (L.E., 985)

617. En los mundos donde la existencia es menos material que en este, menos groseras son las necesidades y menos agudos los sufrimientos físicos. Allá los hombres no conocen las malas pasiones que en los mundos inferiores los hacen enemigos los unos de los otros. (L.E., 985, comentario de Kardec)

618. Un Espíritu que progresó en su existencia terrena puede reencarnar en el mismo mundo. Si no ha logrado concluir su misión, él mismo puede pedir que le sea otorgado completarla en una nueva existencia. Pero entonces, ya no está sujeto a una expiación. (L.E., 986)

619. ¿Qué le sucede al hombre que, sin hacer el mal, tampoco hace nada para liberarse de la influencia de la materia? Puesto que no da ningún paso hacia la perfección, tiene que recomenzar una existencia de naturaleza idéntica a la precedente. Al quedar estacionario, puede prolongar los sufrimientos de la expiación. (L.E., 987)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. Las penas y los goces en la vida espiritual, ¿tienen algo de material?

Como el alma no es materia, dice el sentido común que no pueden ser materiales. Nada tienen pues de carnal esas penas y esos goces; sin embargo, son mil veces más vivos que los que experimentamos en la Tierra porque el Espíritu una vez liberado es más impresionable y la materia ya no embota sus sensaciones. (El Libro de los Espíritus, preguntas  965, 966 y 968.)

B. ¿En qué consiste la felicidad de los Espíritus realmente buenos?

En conocer todas las cosas; en no sentir odio, celos, envidia, ambición, ni ninguna de las pasiones que ocasionan la desgracia de los hombres. El amor que les une es fuente de suprema felicidad. No experimentan las necesidades, los sufrimientos y las angustias de la vida material, y son felices por el bien que hacen.  (Obra citada, preguntas 967 y 980.)

C. ¿En qué consisten los sufrimientos de los Espíritus inferiores?

Son tan variados como las causas que los determinan y proporcionados al grado de inferioridad, como los goces lo son al de superioridad. Pueden resumirse así: envidian lo que les falta para ser felices y no lo obtienen; ven la felicidad y no pueden alcanzarla; sienten pena, celos, rabia, desesperación, motivados por lo que les impide ser dichosos; tienen remordimientos, ansiedad moral indefinible. Además, desean todos los goces y no pueden satisfacerlos: he ahí lo que los atormenta. (Obra citada, preguntas 970 y 973.)

D. La responsabilidad del Espíritu culpable ¿resulta sólo del mal que ha realizado, o va más allá?

Su responsabilidad va más allá, porque el Espíritu sufre por todo el mal que realizó, o del que fue causante voluntario, por todo el bien que hubiera podido hacer y no hizo, y por todo el mal que resulta de no haber hecho el bien. (Obra citada, preguntas 975 y 982.)

E. Cuando un Espíritu bueno ve a sus familiares más queridos padeciendo tristezas y sufrimientos crueles, ¿perturba ese hecho su felicidad?

Ese hecho no constituye motivo de aflicción para los Espíritus buenos, porque consideran nuestros sufrimientos desde otro punto de vista. Saben que éstos son útiles a nuestro progreso si los soportamos con resignación. Se afligen, pues,  mucho más por la falta de valor que nos retrasa, que por los sufrimientos en sí mismos, que son todos pasajeros. (Obra citada, preguntas 976 y 976-a.) 

 

 


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