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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 246 – 5 de Febrero de 2012 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 38)

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿De dónde le viene al hombre el miedo a la muerte?

B. ¿Dónde nace el disgusto por la vida que, sin motivos aceptables, se apodera de ciertas personas?

C. Sabemos que el hombre no tiene el derecho de disponer de su vida: sólo a Dios le asiste ese derecho. ¿Cuáles son entonces, en general, las consecuencias del suicidio en relación al estado de Espíritu?

D. ¿Cuál es el sentimiento que domina a la mayoría de las personas en el momento de la muerte: la duda, el temor, o la esperanza?

E. ¿Existe el llamado juicio final?

Texto para la lectura

569. El Espíritu es sensible al recuerdo y  a la nostalgia de aquellos a quienes amó en la Tierra, pero un dolor incesante e irrazonable le afecta desconsoladamente, porque ve en ese dolor excesivo una falta de fe en el porvenir y de confianza en Dios, lo que será un obstáculo al adelantamiento de los que lo lloran y, tal vez, a su reunión con éstos. (L.E., 936)

570. Las decepciones que se originan en la ingratitud son una fuente de amarguras, pero debéis tan sólo sentir lástima por los ingratos y los infieles porque serán mucho más infelices que vosotros. La ingratitud es hija del egoísmo, y el egoísta se encontrará más tarde con corazones insensibles, como él mismo lo fue. Recordad a todos a los que han hecho más bien que vosotros y tuvieron por pago la ingratitud. Recordad que el mismo Jesús fue injuriado y despreciado cuando estuvo en el mundo. Sea el bien que hubiereis hecho vuestra recompensa en la Tierra, y no prestéis atención a lo que digan los que recibieron vuestros beneficios. La ingratitud es una prueba para vuestra perseverancia en la práctica del bien; os será tomada en cuenta, y los que fueron ingratos serán tanto más castigados cuanto mayor haya sido su ingratitud. (L.E., 937)

571. Es un error endurecer el corazón debido a las decepciones causadas por la ingratitud, porque el hombre de corazón se siente siempre feliz por el bien que hace y sabe que si ese bien fuera olvidado en esta vida, será recordado en la otra, y que el ingrato se avergonzará y tendrá remordimiento por su ingratitud. (L.E., 938)

572. Sentid lástima por aquellos que tienen con vosotros un procedimiento que no  hayáis merecido, porque muy triste se les presentará el reverso de la medalla. Pero no os aflijáis por eso: será el medio de colocaros por encima de ellos.  (L.E., 938-a)

573. ¿Cómo puede el afecto que une a dos seres convertirse en antipatía y hasta en odio? Eso constituye un castigo, aunque es pasajero. Además, ¡cuántos hay que creen amar perdidamente, porque sólo juzgan por las apariencias, y cuando son obligados a vivir con las personas amadas no tardan en reconocer que experimentaron sólo un encantamiento material! No basta a una persona estar enamorada de otra que le agrade y suponer en ella  bellas cualidades. Sólo viviendo realmente con ella podréis apreciarla. (L.E., 939)

574. Hay dos clases de afecto: el del cuerpo y el del alma, y sucede con frecuencia que se confunde a uno con el otro. Cuando es puro y simpático, el afecto del alma es duradero; el del cuerpo es efímero. De allí viene que, muchas veces, los que creían amarse con amor eterno pasan a odiarse cuando la ilusión se desvanece. (L.E., 939)

575. La falta de simpatía entre los seres destinados a vivir juntos constituye una fuente de amargos sinsabores. Pero esa es una de las desdichas de las que sois, la mayoría de las veces, la causa principal. (L.E., 940)

576. No siempre el suicidio es voluntario: el loco que se mata no sabe lo que hace. (L.E., 944-a)

577. ¡Pobres Espíritus que no tienen el valor para soportar las miserias de la existencia! Dios ayuda a los que sufren, no a los que carecen de energía y valor. Las tribulaciones de la vida son pruebas o expiaciones. Dichosos los que las soportan sin murmurar, porque serán recompensados. (L.E., 946)

578. ¡Ay de los que hayan conducido al desdichado al suicidio! Responderán como de un asesinato. (L.E., 946-a)

579. Es un suicidio dejarse morir de hambre, cuando se está luchando contra la mayor miseria, pero los que fueron su causa o hubieran podido impedirlo, son más culpables que él, a quien la indulgencia espera. Sin embargo, no penséis que sea absuelto totalmente, si le faltaron firmeza y perseverancia y si no usó toda su inteligencia para salir del atolladero. ¡Ay de él, sobre todo si su desesperación nace del orgullo! (L.E., 947)

580. ¡Hay personas que prefieren morir de hambre a renunciar a lo que llaman su posición social! Sin embargo, habrá mil veces más grandeza y dignidad en luchar contra la adversidad que en sucumbir ante ella en nombre del orgullo. (L.E., 947)

581. El suicidio no borra la falta. El hombre que se mata para escapar a la vergüenza de una mala acción, en vez de una comete dos faltas. Cuando se tiene valor para practicar el mal, es necesario tenerlo para sufrir las consecuencias. Dios, que es quien juzga, puede atenuar los rigores de su justicia según la causa. (L.E., 948)

582. Aquél que se suicida para evitar que la vergüenza caiga sobre los hijos o sobre la familia, no procede bien. Pero como piensa que lo hace, Dios le toma eso en cuenta porque es una expiación que él se impone a sí mismo. La intención disminuye la falta, pero no por eso deja de haber falta. (L.E., 949)

583. ¡Se engaña aquél que se mata con la esperanza de llegar más pronto a una vida mejor! Que haga el bien y estará más seguro de llegar allá, porque matándose retrasa su entrada en un mundo mejor, y tendrá que pedir que le permitan volver para concluir la vida a la que puso fin bajo la influencia de una idea falsa. Una falta, sea cual fuere, jamás abre a nadie el santuario de los elegidos. (L.E., 950)

584. El sacrificio de la vida, para salvar la de otros o ser útil a sus semejantes, es sublime y –si esa fuera realmente la intención – no constituye un suicidio. Pero si el sacrificio está manchado por el orgullo, Dios no puede verlo con agrado. Sólo el desinterés vuelve meritorio el sacrificio y, a veces, quien lo hace oculta un pensamiento que le disminuye su valor a los ojos de Dios. (L.E., 951)

585. El hombre que muere víctima de sus pasiones, que sabía que apresurarían su fin pero a las cuales no podía resistir por constituir un hábito arraigado, comete un suicidio moral. En ese caso, es doblemente culpable, porque hay en él falta de valor y bestialidad, además del olvido de Dios. (L.E., 952)

586. Ése es más culpable que el que se quita la vida por desesperación, porque tiene tiempo de reflexionar sobre su suicidio. En aquél que lo comete instantáneamente, hay muchas veces una especie de delirio, que algo tiene de locura. (L.E., 952-a)

587. Es siempre culpable aquél que no espera el término que Dios le marcó a su existencia, aunque abrevie sus sufrimientos en algunos instantes. ¿Quién podrá estar seguro de que, a pesar de las apariencias, ese final haya llegado? (L.E., 953)

588. Aunque la muerte parezca inevitable y que la vida es acortada sólo algunos instantes, el suicidio es siempre una falta de resignación y de sumisión a la voluntad del Creador. (L.E., 953-a)

589. Las consecuencias de tal acto serán una expiación proporcionada a la gravedad de la falta, como siempre, según las circunstancias. (L.E., 953-b)

590. No existe culpa, si no hay intención o conciencia perfecta de la práctica del mal. (L.E., 954)

591. Aquellos que se matan con la esperanza de encontrar a las personas queridas que la muerte corporal se llevó, obtienen un resultado muy diferente al que esperan. En vez de reunirse con los que eran objeto de sus afectos, se alejan de ellos por un largo tiempo, porque Dios no puede recompensar un acto de cobardía y el insulto que le hacen al dudar de su providencia. Los que de esa manera se suicidan, pagarán ese instante de locura con aflicciones mayores que las que pensaron abreviar, y no tendrán para compensarlas la satisfacción que esperaban. (L.E., 956)

592. El hombre tiene instintivamente horror a la nada, porque la nada no existe. (L.E., 958)

593. El sentimiento instintivo de la vida futura se explica así: antes de encarnar, el Espíritu conocía todas esas cosas y conserva un vago recuerdo de lo que sabe o de lo que vio en el estado espiritual. (L.E., 959)

594. La creencia de la existencia de penas y recompensas venideras, que encontramos en todos los pueblos, resultan del presentimiento de la realidad dado al hombre por el Espíritu en él encarnado. No es en vano que una voz interior nos habla. Nuestro error consiste en que no le prestamos suficiente atención, porque nos haríamos mejores si pensáramos mucho en eso, y muchas veces. (L.E., 960)

595. El número de escépticos es mucho menor de lo que se cree. Muchos fingen ser  espíritus fuertes durante la vida sólo por orgullo. Sin embargo, en el momento de la muerte dejan de ser tan fanfarrones. (L.E., 962)

596. Nos dicen la razón y la justicia que en el reparto de la felicidad, a la que todos aspiran, no pueden estar mezclados los buenos y los malos. Dios no puede querer que unos gocen sin trabajo de los bienes que otros sólo alcanzan con esfuerzo y perseverancia. (L.E., 962, comentario de Kardec.)

597. Dios se ocupa de todos los seres que creó, por muy pequeños que sean. Nada carece de valor para su bondad. (L.E., 963)

598. Las leyes de Dios rigen nuestras acciones. Si las violamos es nuestra culpa. Cuando un hombre comete cualquier exceso, Dios no pronuncia un juicio contra él. Él trazó un límite: Las enfermedades y muchas veces la muerte, son la consecuencia de los excesos. He ahí el castigo; es el resultado de la infracción de la ley. Así sucede en todo. (L.E., 964)

599. Todas nuestras acciones están sometidas a las leyes de Dios. Ninguna hay, por más insignificante que nos parezca, que no pueda ser una violación de aquellas leyes. Si sufrimos las consecuencias de esa violación, debemos quejarnos sólo de nosotros mismos, porque de esa manera nos constituimos en los autores de nuestra felicidad o infelicidad futura. (L.E., 964, comentario de Kardec)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿De donde le viene al hombre el miedo a la muerte?

El origen del miedo a la muerte viene, en primer lugar de la enseñanza impartida hace miles de años por las religiones tradicionales según la cual, después de la muerte corporal hay sólo dos alternativas para el individuo: el infierno o el paraíso. Las personas que creen en eso, teniendo consciencia de sus imperfecciones, temen evidentemente el fuego eterno que las quemará, de manera diferente de lo que ocurre con el justo, a quien la muerte no inspira temor alguno, porque con la fe tiene la certeza del futuro y la esperanza le hace esperar una vida mejor al final de la existencia corporal. En cuanto al materialista, más cautivo a la vida corporal que a la vida espiritual, su felicidad consiste generalmente en la satisfacción fugaz de todos sus deseos y, de esta manera, la muerte le asusta porque duda del futuro y sabe que tendrá que dejar en el mundo sus afectos y esperanzas. El hombre moral que se colocó por encima de las necesidades ficticias creadas por las pasiones, experimenta ya en este mundo goces que el materialista desconoce. La moderación de sus deseos da a su Espíritu calma y serenidad. Dichoso por el bien que hace, no hay para él decepciones, y las contrariedades le deslizan sobre su alma sin dejar ninguna huella dolorosa, motivo por el cual no existe razón para temer lo que le espera más allá de la tumba. (El Libro de los Espíritus, pregunta 941.)

B. ¿Dónde nace el disgusto por la vida que, sin motivos aceptables, se apodera de ciertas personas?

Ese desagrado viene de la ociosidad, de la falta de fe y también de la saciedad. (Obra citada, pregunta 943.)

C. Sabemos que el hombre no tiene el derecho de disponer de su vida: sólo a Dios le asiste ese derecho. ¿Cuáles son entonces, en general, las consecuencias del suicidio en relación al estado de Espíritu?

Muy diversas son las consecuencias del suicidio. No hay penas determinadas y, en todos los casos, corresponden siempre a las causas que lo produjeron. Sin embargo, hay una consecuencia a la que el suicida no puede escapar: es la decepción. Pero la suerte no es la misma para todos; depende de las circunstancias. Algunos expían la falta inmediatamente, otros en una nueva existencia, que será peor que aquella cuyo curso interrumpieron. (Obra citada, pregunta 957. Ver también preguntas 944, 945, 946, 947, 948, 949, 950, 955 y 956.)

D. ¿Cuál es el sentimiento que domina a la mayoría de las personas en el momento de la muerte: la duda, el temor, o la esperanza?

La duda, en los escépticos empedernidos; el temor en los culpables; la esperanza en los hombres de bien. (Obra citada, preguntas 961 y 981. Ver también pregunta 941.)

E. ¿Existe el llamado juicio final?

No. Dios tiene sus leyes que rigen todas nuestras acciones. Si las violamos, es nuestra culpa. Indudablemente, cuando un hombre comete un exceso cualquiera, Dios no pronuncia un juicio contra él, diciéndole por ejemplo: “Fuiste glotón, voy a castigarte”. Él trazó un límite; las enfermedades y muchas veces la muerte son la consecuencia de nuestros excesos. He ahí el castigo: es el resultado de la infracción de la ley. Así sucede en todo. Pero el Creador es previsor, pues nos advierte a cada instante si estamos haciendo el bien o el mal, y nos envía a los Espíritus para que nos inspiren. Además de eso, otorga siempre al hombre recursos, concediéndole nuevas existencias, para reparar sus errores pasados y, de ese modo, volver al camino de la rectitud moral. (Obra citada, preguntas 963 y 964.)

 

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita