WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 243 – 15 de Enero de 2012 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Lección de generosidad

 

Leonardo, de doce años, era un chico muy inteligente, estudioso y le gustaba aprender. Siempre que aparecía algo desconocido, curioso, buscaba informarse.

Estaba siempre con un libro en la mano, leyendo; o desmontando un aparato roto para conocer sus piezas y saber cómo funcionaba para intentar arreglarlo.

En la escuela era siempre el primer alumno de la clase y los demás lo admiraban.

Sin embargo, Leonardo tenía un grave defecto: no le gustaba compartir lo que sabía. Cuando uno de los amigos pedía una explicación sobre cualquier materia, afirmando no haber entendido bien, él respondía con la cabeza erguida:

— ¡Yo no! ¡Busca informarte, perezoso! ¡Coge el libro y lees!  

Y así ocurría siempre que alguien le pedía ayuda. Nunca estaba disponible.

Al poco, en virtud de su orgullo y egoísmo, los compañeros y amigos se alejaron de él. Al verse solo, Leonardo extrañó la actitud de ellos y un día comentó con la madre, molesto:

— ¡Mamá, yo no sé lo que pasó! ¡Nadie me busca más! ¡Mis amigos no vienen más aquí a casa ni me invitan para jugar! ¡¿Qué será lo que ocurrió?!...

La madre, que conocía bien al hijo y su manera de actuar, consideró:

— Hijo mío, varias veces vi a tus compañeros buscándote pidiendo ayuda y tú siempre te negaste. ¿Será que no están molestos por eso?

A lo que Leonardo respondió, muy irritado:

— ¿Y tú crees que yo debía ayudarlos? ¡Ellos tienen los mismos libros y reciben las mismas clases que yo! ¿Por qué no aprenden? ¡La verdad es que a ellos no les gusta estudiar!

— Leonardo, no es pereza. Es que no todos tienen las mismas facilidades que tú. Las personas son diferentes, muchas ni entienden lo que los profesores explican en la clase.    

— ¿Crees eso, madre? — indagó el chico, pensativo.

— Creo. Y aún más. ¿Alguien enciende una luz y la coloca bajo la mesa?

— ¡Claro que no, madre!  

— Pues fue Jesús que dijo cierta vez: que nadie enciende una luz y la coloca bajo la mesa, sino sobre ella, para que pueda iluminar a todos. Esa luz de que Jesús nos habla es la del conocimiento, hijo mío. ¿De qué sirve que sepamos mucho si, egoístamente, no dividimos lo que sabemos con alguien?

Por algunos instantes, el niño se quedó callado y pensativo, después habló:

— Entendí, mamá. ¿Es cómo hacen los profesores, no es? Existen personas de todas las áreas que dividen sus conocimientos con otros, que, a su vez, van a pasar a otros... ¡Nunca había pensado en eso!  

— Eso mismo, hijo mío. Repartimos lo que tenemos, y recibimos lo que los otros tienen para enseñarnos. Hay siempre un cambio constante entre las personas.  

Leonardo prosiguió pensando, pensando. Necesitaba dar una forma de cambiar esa situación que él mismo había creado.  

Se sentía animado. Las palabras de la madre lo habían alertado sobre su comportamiento y él quería cambiar, pero no sabía cómo. Hasta que, por la noche, haciendo su plegaria él pidió auxilio a Jesús.

A la mañana siguiente Leonardo despertó sabiendo qué hacer: como él había alejado a los amigos, ahora le competía dar el primer paso para la reconciliación.  

Pensando, él fue a la casa de cada amigo pidiendo disculpas por sus actitudes e invitando para jugar al fútbol. Y cuando el amigo preguntaba el día, Leonardo explicaba:  

— ¡Será el día primero de enero! Vamos a entrar en el Año Nuevo con el pie derecho. ¡Año nuevo y vida nueva!

Así, todos fueron avisados. El día primero, reunidos en el campo donde acostumbraban a jugar, dividieron los equipos y dieron inicio al juego. Fue una alegría estar juntos nuevamente. Ellos sentían mucha falta de Leonardo.  

Al acabar la partida, el resultado fue 3x1. El equipo de Leonardo había perdido. Pero eso no tenía importancia. Él se sentía feliz, y avisó a los amigos:

— Mi madre está esperándonos en casa para una merienda. ¿Vamos?

Todos tocaron las palmas. Estaban cansados, pero animados. Pasaron la tarde juntos, comiendo sándwiches, tarta y tomando zumos. Jugaron, corrieron y se divirtieron. Uno de ellos preguntó:

— ¡Leonardo, tú estás diferente! ¿Qué ocurrió?

Y él respondió:

— Yo cambié, Luiz. Antes, yo creía que todo el mundo debería aprender cómo yo y, muchas veces, os traté a vosotros mal por eso. Ahora yo sé que todo lo que tenemos debe ser repartido con las otras personas. Es un cambio constante: la gente da y recibe. ¡Todo en el mundo funciona de esa forma! Cuando eso no ocurre, es como el arado que sin actividad es corroído por la herrumbre, el alimento que guardamos y acaba estropeándose, la ropa que no usamos y es roída por las polillas, etc... Y así también ocurre con aquello que sabemos; si no dividimos, acaba perdiéndose. ¡Vean a Jesús! Él se donó por entero y nada recibió de los hombres, sin embargo sus lecciones permanecen hasta hoy iluminando nuestros caminos. Debemos eso a la generosidad de nuestro Maestro.  

Todos lo miraban con admiración y respeto al oírlo hablar de aquella manera. Al final, los amigos se abrazaron contentos. ¡Estaban unidos de nuevo y eso era muy bueno!

El nuevo Año comenzaba trayendo paz, alegría y amistad entre todos. Y ellos entendieron que, desde que exista buena voluntad, todo puede ser modificado para mejor en nuestras vidas, especialmente si consideremos la lección de la generosidad. 

                                                                  MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo em Rolândia-PR 12/12/2011.)

 


                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita