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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 243 – 15 de Enero de 2012 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 35)

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. Si el deseo de poseer es una aspiración natural, ¿cuál es el carácter de la propiedad legítima?

B. ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra caridad, tal como la entendía Jesús?

C. ¿Qué se debe pensar de la limosna?

D. ¿Cuál es el papel de la educación en la reforma moral del individuo y de la sociedad?

E. ¿Cuáles son la más meritoria de las virtudes y la señal más característica de la imperfección?

Texto para la lectura

525. Es natural el deseo de poseer, pero cuando el hombre desea poseer sólo para sí mismo y para su satisfacción personal, es egoísmo. Hay hombres insaciables que acumulan bienes sin provecho para nadie, o sólo para saciar sus pasiones. ¿Crees que Dios ve eso con buenos ojos? Aquél que, por el contrario, junta por medio de su trabajo con miras a socorrer a sus semejantes, practica la ley del amor y la caridad, y Dios bendice su trabajo. (L.E., 883)

526. Cierto es que nadie puede dedicar a sus enemigos un amor tierno y apasionado. No fue eso lo que Jesús quiso decir. Amar a los enemigos es perdonarles y retribuirles bien por mal. Los que así proceden se vuelven superiores a sus enemigos, mientras que los que buscan tomar venganza, se colocan por debajo de ellos.  (L.E., 887)

527. Condenándose a la mendicidad, el hombre se degrada física y moralmente: se embrutece. Una sociedad que se base en la ley de Dios y en la justicia, debe proveer a la vida del débil, sin humillarle. Debe asegurar la subsistencia de los que no pueden trabajar, sin dejar su vida a merced de la casualidad  y de la buena voluntad de algunos. (L.E., 888)

528. No se reprueba la limosna: lo que merece reprobación es la manera como habitualmente es dada. El hombre de bien, que comprende la caridad según Jesús, va al encuentro del desdichado, sin esperar que éste le tienda la mano. La verdadera caridad es siempre bondadosa y benévola: está tanto en el acto, como en la manera en que es practicado. Doble valor tiene un servicio prestado con delicadeza. Si se hiciera con altanería, puede que la necesidad obligue a quien lo recibe a aceptarlo, pero su corazón poco se conmoverá. (L.E., 888-a)

529. Recordad también que a los ojos de Dios, la ostentación quita mérito al beneficio. Dijo Jesús: “No sepa vuestra mano izquierda lo que hace vuestra derecha”. De esa manera, os enseñó a no manchar la caridad con el orgullo. (L.E., 888-a)

530. Se debe distinguir la limosna propiamente dicha de la beneficencia. No siempre el que pide es el más necesitado. El temor a una humillación detiene al verdadero pobre, que muchas veces sufre sin quejarse. A éste es a quien el hombre verdaderamente humanitario sabe ir a buscar sin ostentación. (L.E., 888-a)

531. Amaos los unos  a los otros, es toda la ley, la ley divina, por medio de la cual gobierna Dios los mundos. El amor es la ley de atracción para los seres vivientes y organizados. La atracción es la ley del amor para la materia inorgánica. (L.E., 888-a)

532. No olvidéis nunca que el Espíritu, cualquiera que sea su grado de adelanto, esté encarnado o en la erraticidad, está siempre colocado entre uno superior que le quía y perfecciona, y uno inferior hacia el cual tiene que cumplir esos mismos deberes. Sed pues caritativos, practicando no sólo la caridad que os hace dar fríamente el óbolo que sacáis del bolsillo al que osa pedíroslo, sino la que os lleve al encuentro de las miserias ocultas. Sed indulgentes con los defectos de vuestros semejantes. En vez de sentir por ellos desprecio por su ignorancia y sus vicios, instruid a los ignorantes y moralizad a los viciosos. Sed amables y benévolos con todo el que os sea inferior. Lo mismo con los seres más ínfimos de la creación y habréis obedecido la ley de Dios. (L.E., 888-a)

533. Hay sin duda, hombres que se ven condenados a mendigar por su propia culpa; pero si una buena educación moral les hubiese enseñado a practicar la ley de Dios, no habrían caído en los excesos que causaron su perdición. De ello, sobre todo, depende la mejora de este planeta. (L.E., 889)

534. El amor materno es, al mismo tiempo, una virtud y un sentimiento instintivo. La Naturaleza dio a la madre el amor a sus hijos en el interés de su conservación. En el animal ese amor se limita a las necesidades materiales y luego cesa. En el hombre persiste toda la vida e implica una devoción y una abnegación que son virtudes. Incluso, sobrevive a la muerte y acompaña al hijo hasta más allá de la tumba. (L.E., 890)

535. El odio que algunas madres tienen por sus hijos constituye, a veces, una prueba que el Espíritu del hijo eligió, o una expiación, en caso él haya sido un mal padre, o una madre perversa, o un mal hijo en otra existencia. Claro que en esos casos la mala madre es un mal Espíritu que trata de crear obstáculos para que su hijo sucumba. Pero esa violación de las leyes de la Naturaleza no queda impune, y el Espíritu del hijo será más tarde recompensado por los obstáculos sobre los que haya triunfado. (L.E., 891)

536. Aún cuando los hijos causen disgustos a los padres, no existe disculpa para la falta de ternura de los padres a los hijos, porque esto representa un encargo que les es confiado y su misión consiste en esforzarse para encaminar a los hijos en el bien. Además, esos disgustos son, a menudo, la consecuencia de un mal hábito que los padres dejaron que sus hijos adquirieran desde la cuna. Cosechan entonces lo que sembraron. (L.E., 892)

537. Hay personas que hacen el bien espontáneamente: eso es una señal del progreso que han realizado. Lucharon en el pasado y triunfaron. Por eso, los buenos sentimientos no les cuestan ningún esfuerzo y sus acciones les parecen muy sencillas. El bien se convirtió en hábito para ellos. Se les debe honrar como se acostumbra homenajear a los viejos guerreros que conquistaron sus altos puestos. (L.E., 894)

538. Las personas pródigas ¿tienen algún mérito por su desprendimiento? Sí. Tienen el mérito del desinterés, pero no el del bien que podrían hacer. El desinterés es una virtud, pero la prodigalidad irreflexiva constituye siempre una falta de juicio. La fortuna, del mismo modo que no es dada a algunos para ser encerrada en una caja fuerte, tampoco es dada a otros para ser desparramada al viento. Representa un depósito del que todos tendrán que rendir cuentas porque tendrán que responder de todo el bien que podían hacer y no hicieron, de todas las lágrimas que hubieran podido enjugar con el dinero que dieron a los que no lo necesitaban. (L.E., 896)

539. El bien debe ser hecho por caridad, es decir, con desinterés. Indudablemente, no constituye un mal esperar algo mejor en el futuro en función del bien que practicamos; pero aquél que hace el bien, sin una idea preconcebida, por el solo  placer de ser agradable a Dios y a su prójimo que sufre, ya se encuentra en un cierto grado de progreso que le permitirá alcanzar la felicidad mucho más pronto que su hermano el cual, más positivo, hace el bien por interés. (L.E., 897 y 897-a)

540. Procede como egoísta todo aquél que calcula lo que cada una de sus buenas acciones le pueda rendir en la vida futura. Sin embargo, no hay ningún egoísmo en el hombre que quiera mejorar para aproximarse a Dios, pues ése es el fin al que todos debemos tender. (L.E., 897-b)

541. Sin duda, es útil que nos esforcemos en adquirir conocimientos científicos. Primero, ello nos pone en condiciones de ayudar a nuestros hermanos; luego, nuestro Espíritu se elevará más rápido, si ya hubiera progresado en inteligencia. En los intervalos de las encarnaciones, aprenderemos en una hora lo que en la Tierra exigiría años de aprendizaje. Ningún conocimiento es inútil; todos contribuyen más o menos al progreso porque el Espíritu, para ser prefecto, debe saberlo todo y porque el progreso ha de cumplirse en todos los sentidos, todas las ideas adquiridas ayudan al desarrollo del Espíritu. (L.E., 898)

542. De dos hombres ricos que emplean sus riquezas exclusivamente en satisfacciones personales, es más culpable aquél que conoció los sufrimientos, porque sabe lo que es sufrir. Conoce el dolor, al que no busca aliviar, pero como sucede con frecuencia, ya no lo recuerda. (L.E., 899)

543. Aquél que acumula bienes incesantemente sin hacer el bien a nadie, ¿encontrará disculpa en la circunstancia de acumular con el objetivo de legar una mayor suma a sus herederos? No; se trata de un compromiso con la mala conciencia. (L.E., 900)

544. De dos avaros, uno que se priva a sí mismo de lo necesario y muere en la miseria sobre su tesoro, y otro que sólo es avaro para los demás y pródigo consigo mismo, es más culpable el que goza, porque es más egoísta que avaro. El primero ya recibió parte de su castigo. (L.E., 901)

545. El deseo de obtener riquezas con el objetivo de hacer el bien es un sentimiento loable, si es realmente puro. Pero tal deseo, ¿será siempre desinteresado? ¿No ocultará ningún objetivo de orden personal? (L.E., 902)

546. Incurre en una gran culpa el hombre que estudia los defectos ajenos para criticarlos y divulgarlos, porque eso es faltar a la caridad. Pero si lo hace para sacar de allí algún beneficio, para evitarlos, ese estudio podrá serle de alguna utilidad. Es importante no olvidar, sin embargo, que la indulgencia para con los defectos de los demás es una de las virtudes comprendidas en la caridad. Antes de censurar las imperfecciones de los demás, ved si no podrán decir lo mismo de vosotros. Tratad pues de poseer las cualidades opuestas a los defectos que criticáis en vuestro semejante. Ese es el medio de tornaos superiores a él. Si le censuráis la avaricia, sed generosos; si es el orgullo, sed humildes y modestos; si es la dureza, sed tiernos; si es la mezquindad, sed magnánimos. En una palabra, haced de manera que no se os puedan aplicar las palabras de Jesús: Ve la paja en el ojo de su vecino y no ve la viga en el suyo.  (L.E., 903)

547. La culpa de aquél que indaga las llagas de la sociedad y las expone en público, depende del sentimiento que le anime. Si el escritor únicamente busca producir escándalo, sólo se proporciona una satisfacción personal y podrá ser castigado por ello. No siempre es útil juzgar la pureza de las intenciones del escritor. Si escribe cosas buenas, aprovechadlas. Si procede mal, es una cuestión de conciencia que le atañe a él exclusivamente. Además, si se empeña en probar su sinceridad, que apoye lo que dice con ejemplos propios. (L.E., 904)

548. Algunos autores han publicado bellísimas obras de gran moral, que ayudan al progreso de la Humanidad, pero de las cuales ellos no sacaron ningún provecho. ¿Les será tomado en cuenta, como Espíritus, el bien que sus obras han hecho? No; la moral sin acciones es lo mismo que la semilla sin fruto. ¿De que os sirve la semilla si no hacéis que dé los frutos que os alimenten? Grave es la culpa de esos hombres, porque disponían de inteligencia para comprender. Al no practicar las máximas que ofrecían a los demás, renunciaron a cosechar los frutos. (L.E., 905)

549. Ya que el hombre puede tener conciencia del mal que hace, igualmente debe tenerla del bien, a fin de saber si obró bien o mal. Al pesar todos sus actos en la balanza de la ley de Dios, y sobre todo en la de la ley de justicia, amor y caridad, podrá decirse a sí mismo si sus obras son buenas o malas. No se puede, por lo tanto, censurarle por reconocer que ha triunfado sobre sus malas inclinaciones y por sentirse satisfecho, mientras que no se envanezca de esto, porque entonces caería en otra falta. (L.E., 906)

550. El principio que da origen a las pasiones no es malo. La pasión está en el exceso que hace crecer la voluntad; el principio que le da origen fue puesto en el hombre para el bien, puesto que las pasiones pueden llevarlo a la realización de grandes cosas. El abuso que de ellas se hace es lo que causa el mal. (L.E., 907)

551. Las pasiones son como un caballo, que sólo es útil cuando está gobernado y se vuelve peligroso cuando él pasa a gobernar. Una pasión se vuelve peligrosa a partir del momento en que dejáis de poder gobernarla y da por resultado un perjuicio cualquiera para vosotros mismos o para los demás. (L.E., 908)

552. La pasión propiamente dicha es la exageración de una necesidad o de un sentimiento. Está en el exceso y no en la causa, y ese exceso se vuelve un mal cuando tiene como consecuencia un perjuicio cualquiera. Toda pasión que aproxima al hombre a la naturaleza animal, lo aleja de la naturaleza espiritual. (L.E., 908, comentario de Kardec) 

Respuestas a las preguntas propuestas

A. Si el deseo de poseer es una aspiración natural, ¿cuál es el carácter de la propiedad legítima?

Sólo es propiedad legítima aquella que fue adquirida sin perjuicio de otros. (El Libro de los Espíritus, preguntas 883, 884 y 885.)

B. ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra caridad, tal como la entendía Jesús?

Benevolencia para con todos, indulgencia para las imperfecciones de los demás, perdón de las ofensas. La caridad según Jesús, no se limita a la limosna y abarca todas las relaciones en que nos encontramos con nuestros semejantes, sean ellos nuestros inferiores, iguales o superiores. Nos ordena la indulgencia, porque de la indulgencia necesitamos nosotros mismos, y nos prohíbe humillar a los desafortunados, contrariamente a lo que se acostumbra hacer. (Obra citada, preguntas 886 y 888).

C. ¿Qué se debe pensar de la limosna?

Nada hay contra la limosna. Lo que merece reprobación no es la limosna, sino la manera como habitualmente se entrega. El hombre de bien que comprende la caridad según Jesús, va al encuentro del desdichado, sin esperar que éste le tienda la mano. La verdadera caridad es siempre bondadosa y benévola; está tanto en el acto como en la manera en que es practicado.

Se debe también distinguir a la limosna propiamente dicha de la beneficencia. No siempre el más necesitado es quien la pide. El temor de una humillación detiene al verdadero pobre, que muchas veces sufre sin quejarse. A éste es quien el hombre verdaderamente humanitario sabe ir a buscar sin ostentación. No olvidemos que el Espíritu, cualquiera que sea el grado de su adelantamiento y su situación como reencarnado o desencarnado, está siempre colocado entre un superior que le guía y perfecciona y un inferior para con el cual tiene que cumplir esos mismos deberes. Seamos pues, caritativos, practicando no sólo la caridad que nos hace dar fríamente el óbolo que sacamos del bolsillo a aquél que lo pide, sino que nos lleve al encuentro de las miserias ocultas. (Obra citada, preguntas 888 y 889.)

D. ¿Cuál es el papel de la educación en la reforma moral del individuo y de la sociedad?

La educación, convenientemente entendida, constituye la llave del progreso moral. Cuando se conoce el arte de manejar los caracteres, como se conoce el de manejar las inteligencias, se conseguirá corregirlos, del mismo modo que se enderezan las plantas nuevas.

El egoísmo es la fuente de todos los vicios, como la caridad lo es de todas las virtudes. Destruir una y desarrollar la otra, tal debe ser el objetivo de todos los esfuerzos del hombre, si quisiera asegurar su felicidad en este mundo, tanto como el futuro.

El egoísmo se funda en la importancia de la personalidad. Destruyendo esa importancia o, por lo menos, reduciéndola a sus legítimas proporciones, se reduce gradualmente el sentimiento de egoísmo. Ahora bien, el Espiritismo bien comprendido, muestra las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece, de cierta manera, ante la inmensidad.

A medida que los hombres se instruyen acerca de las cosas espirituales, menos valor dan a las cosas materiales, atenuando por consiguiente la fuerza del sentimiento egoísta en el mundo en que vivimos. Ese propósito incumbe a la educación. (Obra citada, pregunta 889. Ver también las preguntas 685, 813, 914 y 917.)

E. ¿Cuáles son la más meritoria de las virtudes y la señal más característica de la imperfección?

Toda virtud tiene su mérito propio, porque todas ellas indican progreso en la senda del bien. Hay virtud siempre que existe una resistencia voluntaria a la atracción de las malas inclinaciones. Pero la sublimidad de la virtud está en el sacrificio del interés personal por el bien del prójimo, sin otro pensamiento escondido, y la más meritoria es la que se basa en la caridad más desinteresada.

Con respecto a las imperfecciones de los hombres, su señal más característica es el interés personal. El verdadero desinterés, según el Espiritismo, es tan raro en la Tierra que cuando se manifiesta, todos lo admiran como si fuera un fenómeno. El apego a las cosas materiales constituye una señal notoria de inferioridad porque cuanto más se aferra el hombre a los bienes de este mundo, tanto menos comprende su destino. Al contrario, por el desinterés demuestra que encara el futuro desde una posición más elevada. (Obra citada, preguntas 893 y 895.)   

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita