WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Editorial Português   Inglês    
Año 5 243 – 15 de Enero de 2012 


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

La fatalidad y sus matices


El tema fatalidad continúa siendo una incógnita para muchas personas, mismo en el seno de los espiritistas.

Al fin y al cabo, ¿hay o no hay fatalidad en los acontecimientos de la vida? ¿Los hechos de nuestra existencia están o no previamente marcados?

Ambas preguntas fueron objeto de explicaciones dadas con claridad en la primera obra de Allan Kardec, considerada por muchos como la más importante del Espiritismo, o sea, El Libro de los Espíritus.

En lo que se refiere a la fatalidad, dos aspectos deben ser considerados.

Si la imaginamos como siendo la decisión previa e irrevocable de los sucesos de la vida, la respuesta es no. Esa decisión previa – que las personas asocian a la palabra fatalidad – no existe.

Con efecto, si tal fuese el orden de las cosas, los hombres no pasarían de máquinas, que, como sabemos, no tienen voluntad propia. ¿De qué les serviría la inteligencia, desde que hubiese de estar invariablemente atados, en todos sus actos, a la fuerza del destino?

Semejante doctrina, si verdadera, equivaldría a la destrucción de toda libertad moral. No habría para el hombre responsabilidad y, por consiguiente, ni merito o desmerito en aquello que hiciese.

Si, no obstante, entendamos la fatalidad como siendo un plan general definido por la propia persona antes de reencarnar, una resultante del género de vida que escogió, como prueba, expiación o misión, luego se puede decir que la fatalidad no es una palabra vana, por cuanto la persona sufrirá, en el decurso de la existencia corporal, todas las vicisitudes que ella misma escogió y todas las tendencias buenas o malas que le son inherentes.

Cesan, sin embargo, ahí los efectos de la fatalidad, como fruto de la llamada programación de reencarnación, porque depende del individuo – y solamente de él – ceder o resistir a las mencionadas tendencias e influencias.

Cuanto a los pormenores de los acontecimientos, quedan ellos subordinados a las circunstancias que la propia persona crea por medio de sus actos. Sólo para ejemplificar: Si el individuo opta por la vía del crimen, tendrá que sufrir todos los percances decurrentes de eso; si se entrega a la bebida y se torna un alcohólico, enfrentará los sinsabores y las enfermedades decurrentes de ese vicio.    

En resumidas cuentas, podemos entonces afirmar que hay fatalidad, sí, en los acontecimientos que se presentan, por ser estos consecuencia de la escoja que el Espíritu hizo de su existencia como hombre, pero puede dejar de haber fatalidad en el resultado de tales acontecimientos, visto que sea posible a él, por su prudencia, modificarles el curso. Jamás, no obstante, habrá fatalidad en los actos de la vida moral, o sea, el crimen, el suicidio, el abandono de la prole, la traición, el adulterio y todo lo que dice respecto a la conducta de la persona no tiene nada que ver con la escoja hecha por ella antes de la inmersión en la carne.

Finalizando, recordemos que, según el Espiritismo, fatal, en el verdadero sentido de la palabra, sólo el instante de la muerte lo es. Llegado ese momento, de una manera o de otra, a él no podemos hurtarnos.

Es, por lo tanto, ahí que el hombre se encuentra sometido, en absoluto, a la inexorable ley de la fatalidad, una vez que no puede escapar a la sentencia que le marca el término de la existencia ni al género de muerte que haya de cortar a ésta el hilo. Los casos de moratoria constituyen, es fácil comprender, meras excepciones a esa regla.



 


Volver a la página anterior


O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita