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Editorial Português   Inglês    
Año 5 242 – 8 de Enero de 2012 


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

La transformación se sigue a la adquisición de la creencia


Leemos en la edición de Enero del periódico O Imortal el texto siguiente, que no sólo apoyamos, pero publicamos también como nuestro editorial de esta semana:

Siempre que somos mira de una ingratitud o de un acto cualquiera de animosidad, la dificultad en aceptar el hecho aumenta mucho cuando vemos en el otro lado la persona de alguien que conoce la doctrina espirita y se dice adepto de ella. 

Nos preguntamos, entonces, con cierta frecuencia: - ¿Por qué es tan difícil a un individuo asimilar los principios espiritas y agregarlos a los actos comunes de su vida?

Esa dificultad fue objeto en la obra de Kardec de oportuno esclarecimiento, transmitido por un guía espiritual que actuó junto de una médium en socorro a un Espíritu de nombre Xumène.

He aquí las palabras que el instructor espiritual dirigió a la médium:

‘Hija, tendrás mucho trabajo con este Espíritu endurecido, pero el mayor mérito no resulta de salvar a los no perdidos. Coraje, perseverancia, y triunfarás a fin y al cabo. No hay culpados que no puedan regenerarse por medio de la persuasión y del ejemplo, visto que como los Espíritus, por más perversos que sean, acaban por corregirse con el tiempo. El hecho de muchas veces ser imposible regenerarlos prontamente, no resulta en la inutilidad de tales esfuerzos. Mismo a disgusto, las ideas sugeridas a tales Espíritus nos hacen reflexionar. Son como semillas que, temprano o tarde, tuviesen que fructificar. No se rompe la piedra con el primer mazazo.    

‘Esto que te digo puede aplicarse también a los encarnados y tú debes comprender la razón porque el Espiritismo no hace inmediatamente hombres perfectos, mismo entre los adeptos más creyentes. La creencia es el primer paso; viniendo en seguida la fe y la transformación a su turno; pero, además de eso, la fuerza es que muchos vienen vigorizarse en el mundo espiritual. Entre los Espíritus endurecidos, no hay sólo perversos y malos. Grande es el número de los que, sin hacer el mal, estacionan por orgullo, indiferencia o apatía. Estos, ni por eso, son menos infelices, pues tanto más los aflige la inercia cuanto más se ven privados de las mundanas compensaciones. Intolerables, por cierto, se les torna la perspectiva del infinito, sin embargo, ellos no tienen ni fuerza ni voluntad para romper con esa situación.’ (El Cielo y el Infierno, cap.VII, Espíritus endurecidos – Xumène.)

Las palabras arriba pueden ayudarnos a comprender la cuestión inicialmente propuesta.

La creencia – dice el instructor espiritual – es el primer paso. La fe vendrá después. Pero la transformación, ese hecho que va a caracterizar el verdadero espirita, podrá venir bien más tarde y, tal vez, puede ser que, antes de eso, el individuo venga a “vigorizarse en el mundo espiritual”, es decir, tenga de pasar por el proceso del desencarne y por el balance inherente a esa etapa fundamental en la vida de todos nosotros.

La dificultad de transformación no es, pues, algo inherente a la doctrina espirita o a su incapacidad de renovar las criaturas, pero dice respecto tan solamente al grado evolutivo de las personas que, en algún momento de la existencia, se encuentran con la verdad. 

Los hechos revelan que la acción transformadora del Espiritismo puede darse a lo largo de una misma existencia, sin necesidad de que la persona, para transformarse, tenga que atravesar los umbrales de la muerte.

Hilário Silva nos cuenta a respecto de un caso muy curioso, por él intitulado La confesión del portero, que el lector puede leer en el libro Almas en Desfile, 2ª parte, cap. 21, psicografado por Francisco Cândido Xavier.

La historia envuelve un hombre que buscó en el Espiritismo la paz que él había perdido desde que, cinco años antes, encontró un cadáver de un amigo – Fulgêncio de Abreu – en el rincón de un bar que ambos frecuentaban. El cuerpo estaba de espaldas en el suelo. El muchacho fuera asfixiado por una débil cuerda después de haber recibido fuerte golpe en el cráneo.

Acusado por el crimen que no cometió, sufriera él pesadas humillaciones en la policía, pero, mismo en libertad, no conseguía sacar de la mente el cuadro del amigo muerto. En toda parte, veía la frente, los labios, los ojos desmesuradamente bien abiertos, el collar de sangre… Más tarde, se descubrió, que el homicidio envolvía un caso de mujer, pero la vida de él continuó un caos, porque no comía, no dormía y permanecía agarrado a la impresión del lamentable episodio.   

Conducido por un amigo a una Casa Espirita, las cosas fueron, poco a poco, normalizándose. Las reuniones de estudio, las conferencias, los pases, el auxilio al prójimo le restituyeron la paz y lo tornaron una nueva persona, un hombre transformado, dedicado al trabajo y espirita convicto.

Cuanto al autor de la muerte de Fulgêncio, el conocimiento del Espiritismo ejerció también importante papel, que no relataremos aquí para no sacar del lector el delicioso placer de saber de ese desenlace yendo directamente a la fuente.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita