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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 241 – 1º de Enero de 2012 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 33)
 

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Existe fatalidad en los acontecimientos de la vida? Si es así ¿estarían determinados previamente los actos de nuestra existencia?

B. ¿Es fatal la hora de la muerte? Si así fuera, ¿por qué debemos tomar precauciones para no morir?

C. ¿De dónde proviene el presentimiento que algunas personas tienen del momento de la muerte?

D. Hay personas que nunca tienen éxito en nada, y hasta parece que son perseguidas por un mal genio en sus empresas. Y existen otras que parecen favorecidas por la suerte. ¿A qué se atribuye esto?

E. ¿Cómo se explica que la suerte favorezca a algunas personas, como en el juego?

Texto para la lectura

494. La alteración de las facultades intelectuales debida a la embriaguez no sirve de excusa a los actos reprobables que pueda cometer, porque el ebrio voluntariamente se privó de su razón para satisfacer pasiones brutales. De esta manera, en vez de una falta, comete dos. (L.E., 848)

495. La facultad predominante en el hombre en estado salvaje es el instinto, lo que no le impide, sin embargo, actuar con entera libertad en lo que respecta a ciertas cosas. Aún así, él aplica esa libertad a sus necesidades, como los niños, pues ella se desarrolla con la inteligencia. Por lo tanto, el hombre más esclarecido es también más responsable de lo que hace, que un salvaje por sus actos.  (L.E., 849)

496. La posición social del hombre puede constituir, a veces, un obstáculo para la entera libertad de sus actos. Dios es justo y toma en cuenta todo. Pero Él os deja sin embargo, la responsabilidad de los escasos esfuerzos empleados para vencer los obstáculos. (L.E., 850)

497. El infortunio que parece perseguir a algunas personas de manera persistente es, a veces, una prueba que deben sufrir y que ellas eligieron. Pero aún así, echáis la culpa al destino de lo que en la mayoría de los casos es sólo una consecuencia de vuestras propias faltas. Tened pura la conciencia en medio de los males que os afligen y ya bastante consolados os sentiréis. (L.E., 852)

498. Encontramos más sencillo y menos humillante para nuestro amor propio atribuir antes a la suerte o al destino los fracasos que experimentamos, que a nuestra propia falta. Es cierto que a eso contribuye, algunas veces, la influencia de los Espíritus, pero también es cierto que podemos librarnos siempre de esa influencia, rechazando las ideas que ellos nos sugieren cuando son malas. (L.E., 852, comentario de Kardec)

499. No son inútiles las precauciones que tomáis para evitar la muerte, puesto que tales medidas os son sugeridas con el objetivo de evitar la muerte que os amenaza. Son uno de los medios empleados para que ella no ocurra.  (L.E., 854)

500. El hecho de que tu vida sea puesta en peligro, constituye una advertencia que tú mismo deseaste para desviarte del mal y volverte mejor. Si escapas de ese peligro, estando aún bajo la impresión del riesgo que corriste, piensas más o menos seriamente en  mejorar, según sea más o menos fuerte sobre ti la influencia de los Espíritus buenos. Si sobreviene el Espíritu malo, piensas que de igual manera escaparás de otros peligros y dejas que tus pasiones se desencadenen de nuevo. (L.E., 855)

501. Por medio de los peligros que corréis, Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vuestra existencia. Si examinarais la causa y la naturaleza del peligro, verificareis que casi siempre sus consecuencias habrían sido el castigo de una falta cometida o de la negligencia en el cumplimiento de un deber. (L.E., 855)

502. Los que presienten la muerte, la temen generalmente menos que los demás, porque aquél que la presiente piensa más como Espíritu que como hombre. Él comprende que ella es su liberación y la espera.  (L.E., 858)

503. Hay hechos que forzosamente deben suceder, pero que tú en  estado de Espíritu, viste y presentiste cuando hiciste tu elección. No creáis sin embargo, que todo lo que sucede esté escrito. Un acontecimiento cualquiera puede ser la consecuencia de un acto que practicaste por tu libre voluntad, de tal manera que, si no lo hubieses realizado, el acontecimiento no se habría dado. (…) Sólo los grandes dolores, los hechos importantes y capaces de influir en lo moral, los prevé Dios porque son útiles a tu purificación y a tu instrucción. (L.E., 859-a)

504. El hombre puede, por su voluntad y por sus actos, hacer que no ocurran acontecimientos que deberían suceder, si ese aparente cambio tuviera lugar en la secuencia de la vida que él eligió. Para hacer el bien, como es su deber –pues eso constituye el único objetivo de la vida- le es permitido impedir el mal, sobre todo aquél que pueda contribuir a la producción de un mal mayor. (L.E., 860)

505. Al escoger su existencia, el Espíritu no sabe que llegará a ser un asesino. Al elegir una vida de luchas, sabe que tendrá oportunidad de matar a uno de sus semejantes, pero no sabe si lo hará, puesto que al crimen precederá casi siempre de su parte, la deliberación de ejecutarlo. Ahora bien, aquél que delibera sobre algo es siempre libre de hacerlo o no. Si supiese previamente que como hombre cometería un crimen, el Espíritu estaría predestinado a ello. Pero sabed que no hay nadie predestinado al crimen y que todo crimen, como cualquier otro acto, es siempre resultado de la voluntad y del libre albedrío. (L.E., 861)

506. Además, siempre confundís dos cosas muy distintas: Los sucesos materiales de la vida y los actos de la vida moral. La fatalidad que algunas veces se presenta, sólo existe en relación a los acontecimientos materiales cuya causa reside fuera de vosotros y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, éstos emanan siempre del hombre mismo que, por consiguiente, tiene siempre la libertad de elegir. En lo que respecta pues a esos actos, nunca  hay fatalidad. (L.E., 861)

507. Son los hombres y no Dios quienes crean las costumbres sociales. Si ellos se someten a éstas, es porque les conviene. Esa sumisión por lo tanto, representa un acto de libre albedrío, puesto que si lo quisiesen, podrían liberarse de semejante yugo. ¿Por qué se quejan, entonces? Carecen de razón al acusar a las costumbres sociales. Deben culpar de todo al tonto amor propio del que viven llenos y que los hace preferir morir de hambre a infringirlas. Nadie les toma en cuenta ese sacrificio hecho a favor de la opinión pública, mientras que Dios sí les tomará en cuenta el sacrificio que hagan de su vanidad. (L.E., 863)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Existe fatalidad en los acontecimientos de la vida? Si es así ¿estarían determinados previamente los actos de nuestra existencia?

La fatalidad, tal como es comúnmente entendida, supone la decisión previa e irrevocable de todos los sucesos de la vida, cualquiera que sea su importancia. Si tal fuese el orden de las cosas, el hombre sería una máquina sin voluntad. ¿De qué le serviría la inteligencia si estuviese dominado invariablemente en todos sus actos por la fuerza del destino? Semejante doctrina, si fuera verdadera, supondría la destrucción de toda libertad moral; ya no existiría para el hombre la responsabilidad y en consecuencia ni el bien ni el mal, ni delitos o virtudes. Sin embargo, la fatalidad no es una palabra vana. Existe en la posición que el hombre ocupa en la Tierra y en las funciones que allí desempeña, como consecuencia del género de vida que su Espíritu eligió como prueba, expiación o misión. Sufre fatalmente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las tendencias buenas o malas que le son inherentes. Pero allí termina la fatalidad, pues de su voluntad depende ceder o no a esas tendencias. Los pormenores de los acontecimientos quedan subordinados a las circunstancias que él mismo crea por sus actos, siendo que en esas circunstancias los Espíritus pueden influir por medio de los pensamientos que le sugieren.

Existe la fatalidad, por lo tanto, en los acontecimientos que se presentan, por ser éstos consecuencia de la elección que el Espíritu hizo de su existencia como hombre. Puede dejar de haber fatalidad en el resultado de tales acontecimientos, puesto que es posible para el hombre modificar su curso por su prudencia. Nunca hay fatalidad en los actos de la vida moral. (El Libro de los Espíritus, preguntas 851, 861 y 866. Ver también el ítem 872.)

B. ¿Es fatal la hora de la muerte? Si así fuera, ¿por qué debemos tomar precauciones para no morir?

Sólo es fatal, en el verdadero sentido de la palabra, el instante de la muerte. Llegado ese momento, de una forma o de otra, no podemos sustraernos a él. En lo que concierne a la muerte, por lo tanto, el hombre se encuentra sometido a la inexorable ley de la fatalidad, puesto que no puede escapar a la sentencia que le señala el término de la existencia, ni al género de muerte que habrá de cortar ese hilo.

Del hecho de ser infalible la hora de la muerte no se debe deducir, sin embargo, que sean inútiles las precauciones que adoptemos para evitarla, puesto que las precauciones que tomamos nos son sugeridas con el propósito de evitar la muerte que nos amenaza. Son uno de los medios empleados para que ésta no suceda. (Obra citada, preguntas 853, 853-a, 854, 855 y 859.)

C. ¿De dónde proviene el presentimiento que algunas personas tienen del momento de la muerte?

Ese presentimiento viene de sus Espíritus protectores, que de esta manera les advierten para que estén preparadas para partir, o que fortalezcan su coraje en los momentos en que más lo necesitan. Puede venirles también de la intuición que tienen de la existencia que eligieron, o de la misión que aceptaron y que saben que deben cumplir. (Obra citada, preguntas 857 y 856.)

D. Hay personas que nunca tienen éxito en nada, y hasta parece que son perseguidas por un mal genio en sus empresas. Y existen otras que parecen favorecidas por la suerte. ¿A qué se atribuye esto?

Ese hecho viene generalmente del género de la existencia elegida. Esas personas quisieron ser probadas mediante una vida de decepciones, a fin de ejercitar la paciencia y la resignación. Es necesario considerar también que el hecho muchas veces es el resultado del camino equivocado que tales personas han tomado, en discrepancia con su inteligencia y sus aptitudes. Tiene grandes probabilidades de ahogarse quien pretende atravesar un río a nado, sin saber nadar. Lo mismo sucede relativamente en la mayoría de los acontecimientos de la vida. El hombre tendría éxito casi siempre si sólo emprendiera lo que estuviese en relación con sus facultades. Los que le pierden son su amor propio y su ambición que le desvían de su senda y le hacen considerar como vocación aquello que no pasa de ser el deseo de satisfacer ciertas pasiones. Fracasa por su culpa. Pero en vez de culparse a sí mismo, prefiere quejarse de su mala estrella. Por ejemplo, uno que podría ser un buen obrero y ganarse la vida honestamente, se mete a ser un mal poeta y muere de hambre. Para todos habría un lugar en este mundo, si cada uno se supiese ubicar en el lugar que le corresponde.

En lo relacionado a las personas que parecen favorecidas por la suerte, puesto que todo les sale bien, eso sucede porque generalmente esas personas saben conducirse mejor en sus empresas. Pero puede ser también una clase de prueba. El éxito las embriaga; se fían de su destino y muchas veces pagan más tarde ese éxito, mediante reveses crueles que la prudencia hubiera podido evitar. (Obra citada, preguntas 862 a 864.)

E. ¿Cómo se explica que la suerte favorezca a algunas personas, como en el juego?

Algunos Espíritus eligen anticipadamente ciertos tipos de placer. La buena suerte que les favorece es una tentación. Aquél que gana como hombre, pierde como Espíritu. Es una prueba para su orgullo y para su codicia. (Obra citada, pregunta 865.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita