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Editorial Português   Inglês    
Año 5 240 – 18 de Diciembre de 2011 


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Las desigualdades sociales son un mal que un día tendrá fin


Las protestas de los llamados “indignados” en Europa y el movimiento que tiene por meta, en Estados Unidos, el sector financiero simbolizado por Wall Street, hicieron con que se incluyese en la agenda internacional el tema desigualdad social, como a propósito está ocurriendo también en Brasil, país en que las desigualdades sociales saltan a la vista.

A pesar de los que creen que es natural que ocurran las desigualdades, el seso común es que ellas constituyen un mal que deberá un día, con certeza, ser eliminado en todas las naciones dichas civilizadas.

Ese pensamiento tiene sido abrazado por el Espiritismo desde su principio.

Las desigualdades sociales – dicen los inmortales – no son obra de Dios, pero del hombre.

Dios nos creyó iguales y destinados al mismo fin, pero los hombres, por fuerza de las imperfecciones morales que nos caracterizan, estatuyeron leyes, sistemas, planes de gobierno y coyunturas injustas que privilegian algunos, en detrimento de la mayoría.    

Como consecuencia, nacieron las desigualdades, que fueron abultándose y son más o menos acentuadas en determinados países, de acuerdo con el grado evolutivo de sus habitantes.

El progreso es, sin embargo, irresistible y, por eso, la desigualdad social, como todo lo que es inferior, día a día se atenuará, hasta que se apague en definitivo, lo que ocurrirá cuando el egoísmo y el orgullo dejaren de predominar en la Tierra. Restará, entonces, en nuestro globo solamente la desigualdad del mérito, porque vendrá un tiempo en que los miembros de la gran familia universal dejarán de considerarse como de sangre más o menos puro y comprenderán que sólo el Espíritu puede ser más o menos puro, pero eso no depende de la posición social.

No seamos, no obstante, ingenuos a punto de pensar que las desigualdades desaparecerán de repente o serán el resultado de revoluciones, de guerras, de leyes o de decretos. Nada de eso. Su extinción se hará de manera lenta y gradualmente, de acuerdo con el ritmo de los esfuerzos individuales y colectivos y como consecuencia directa del progreso moral alcanzado por la Humanidad.

Se entienda, aún, que la extinción de las desigualdades sociales no implicará la estandarización de los hombres. La sociedad terrena no se tornará un sistema mecánico. Los hombres es que pasarán a orientarse por las leyes divinas, a fin de que sus inclinaciones naturales puedan despertar y desarrollarse normalmente, sin ninguna actitud coercitiva y sin ninguna especie de privilegio.

Resta, por fin, considerar que las desigualdades sociales son lo más elevado testimonio de la realidad de la reencarnación, mediante la cual cada Espíritu tiene su posición definida de regeneración y rescate. Pobreza, miseria, guerras, ignorancia y tantas otras calamidades colectivas no pasan de enfermedades del organismo social, en razón de la situación de prueba de la casi generalidad de sus miembros.

Cesada la causa patogénica con la iluminación espiritual de todos, la molestia colectiva estará, obviamente, eliminada de los ambientes humanos, permaneciendo tan solamente en nuestro globo la desigualdad del mérito, lo que nos lleva a recordar la célebre lección de Jesús según la cual a cada uno será dado de acuerdo con su merecimiento.




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita