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Editorial Português   Inglês    
Año 5 237 – 27 de Noviembre de 2011 


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Los niños no bautizados
y su destino


En Abril de 2012 hará cinco años desde que fue publicado el documento “La esperanza de salvación para bebés que mueren sin que sean bautizados”, en lo cual la Comisión Teológica Internacional de la Iglesia Católica consideró inadecuado el concepto de limbo.

Originaria del latín, la palabra limbo – limbu, ‘orla´- tiene varios significados, pero, en el ámbito de la religión, es el nombre que se daba al lugar donde, según la teología católica posterior al siglo XIII, se encontrarían las almas de los niños mucho menores que, aunque no tuviesen alguna culpa personal, murieron sin el bautismo que las librase del pecado original.  

El texto publicado en Abril de 2007 por la Iglesia “dice que la gracia tiene preferencia sobre el pecado, y la exclusión de bebés inocentes del cielo no parecía reflejar el amor especial que Cristo tenía por los niños”. El documento, de 41 páginas, considera que el concepto de limbo reflejaba una “visión excesivamente restrictiva de la salvación”. Según sus autores, “Dios es piadoso y quiere que todos los seres humanos sean salvado”. Y adujeron: “Nuestra conclusión es que los varios factores que analizamos fornecen una base teológica y litúrgica seria para esperar que los bebés no bautizados que mueren sean salvado “. 

En razón de este nuevo entendimiento de la Iglesia, los bebés que mueren sin bautismo son considerados inocentes y su destino, por lo tanto, pasa a ser el cielo, verificándose el mismo con los llamados infieles, o no bautizados, desde que tengan llevado una vida justa.

El pensamiento arriba trae algunas implicaciones que poca atención merecieron de los estudiosos en materia de religión.   

Una de ellas dice respecto directamente al bautismo, conocido sacramento de la Iglesia Católica, considerado indispensable para borrar los efectos del pecado original y las faltas cometidas por la persona antes de su admisión, lo cual pasa a no ser más condición necesaria para la salvación, hecho que representa una evolución del pensamiento católico y hace justicia a la bondad y a la misericordia de Dios.

Antes de eso, bajo el pontificado de Juan Pablo II, el infierno dejara de ser considerado un lugar determinado, para tornarse, según las palabras del propio papa, un estado de espíritu. Los años se sucedieron y, con el documento ahora en examen, la idea de limbo dejó también de existir.

La Iglesia, sin embargo, aún insiste en un equívoco lamentable al enseñar a sus fieles que el alma es creado por ocasión de la concepción, lo que explicaría su condición de inocencia en el periodo de la niñez, cuando sabemos, con base en hechos innúmeros, que el alma de un niño puede llegar a una nueva existencia corpórea trayendo un largo pasivo de errores y engaños.

Según las enseñanzas espiritas, creado simple e ignorante, el Espíritu tiene de pasar por la experiencia de la encarnación para progresar. La perfección es su meta, pero el camino hasta ella es arduo y largo, lo que significa que tendrá que pasar por una serie de existencias hasta que esté depurado lo suficiente para desligarse de los lazos materiales.

La Iglesia, al no reconocer el limbo, avanza para una visión más justa de la vida humana y rompe con el sectarismo que caracteriza la necesidad del bautismo para el destino feliz del hombre. Esta nueva visión está, además de eso, de conformidad con la lógica, por cuanto, como sabemos, sólo un tercio de los que habitan nuestro planeta profesa las ideas cristianas, en cuanto que dos tercios las ignoran y, evidentemente, no se someten al bautismo cristiano.

¿No siendo bautizadas, para donde irán esas personas?

Hasta Abril de 2007, según la Iglesia, no podrían ir para el cielo. Pero, ahora, con las nuevas ideas contenidas en el documento en examen, sí. Basta que tengan llevado una vida justa.

Recordémonos, sin embargo, siempre que hablemos en cielo y en infierno, de las palabras proferidas por el inolvidable papa Juan Pablo II.

“Ni el infierno es un horno ni el cielo un lugar”, afirmó el papa. 

“El cielo no es el paraíso en las nubes ni el infierno es aterrador horno. El primero es una situación en que existe comunión con Dios y el segundo es una situación de rechazo.” (Correo de la Mañana, de 29/7/1999.)



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita