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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 236 – 20 de Noviembre de 2011 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 28)
 

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cuál es la posición espírita sobre el matrimonio?

B. Hay personas que viviendo en lugares de hartazgo y abundancia, no tienen los medios suficientes para su subsistencia ¿A qué debemos atribuir eso?

C. Las mortificaciones y privaciones voluntarias ¿tienen algún mérito a los ojos de Dios?

D. ¿Por qué el hombre, aún sabiendo que la muerte nos lleva a una vida mejor, tiene instintivamente miedo a morir?

E. ¿Con qué objetivo Dios castiga al hombre por medio de flagelos destructores?

Texto para la lectura

394. La indisolubilidad absoluta del matrimonio es una ley humana, contraria a la ley de la Naturaleza. (L.E., 697)

395. El celibato voluntario, cuando es practicado por egoísmo, desagrada a Dios y engaña al mundo. (L.E., 698)

396. Cuando es practicado para el bien de la Humanidad, el celibato, como cualquier sacrificio personal, es meritorio. Cuanto mayor es el sacrificio, tanto más grande es el mérito. (L.E., 699)

397. La poligamia es una ley humana cuya abolición señala un progreso social. La igualdad numérica entre los sexos, que más o menos existe en la Tierra, constituye un indicio de la proporción en que deben unirse pues todo tiene una finalidad en la Naturaleza. El matrimonio, según los planes de Dios, debe basarse en el afecto de los seres que se unen. En la poligamia eso no existe: hay sólo sensualidad. (L.E., 700 e 701)

398. El instinto de conservación es una ley de la Naturaleza y todos los seres vivos lo poseen, cualquiera sea su grado de inteligencia. (L.E., 702)

399. Todos deben concurrir al cumplimiento de los designios de la Providencia. Por eso Dios les dio la necesidad de vivir, pues la vida es necesaria para el perfeccionamiento de los seres. Los seres vivos lo sienten instintivamente, sin darse cuenta de ello. (L.E., 703)

400. Dios siempre proporcionó al hombre los medios de subsistencia. Si él no los encuentra, es que no los comprende. No es posible pensar que Dios haya dado al hombre la necesidad de vivir sin darle los medios para conseguirlo. He ahí la razón por la cual la Tierra produce para proveer lo necesario a sus habitantes, puesto que sólo lo necesario es útil. Lo superfluo nunca lo es.  (L.E., 704)

401. La Naturaleza es una excelente madre. La tierra produciría siempre lo necesario, si el hombre supiese contentarse con ello. Pero él emplea en lo superfluo lo que podría ser destinado a lo necesario. Mira al árabe en el desierto, que encuentra siempre de qué vivir porque no se crea necesidades ficticias. En verdad os digo: imprevisora no es la Naturaleza sino el hombre, que no sabe administrar su vivir. (L.E., 705)

402. Hay siempre mérito en sufrir todas las pruebas de la vida con coraje y abnegación. Los que sacrifican a sus semejantes para matar el hambre, cometen doble falta, que será doblemente castigada. (L.E., 709)

403. En los mundos más adelantados, los seres vivos tienen necesidad de alimentarse, pero sus alimentos están en relación con su naturaleza. (L.E., 710)

404. El uso de los bienes de la Tierra es un derecho de todos los hombres, pues ese derecho es consecuencia de la necesidad de vivir. (L.E., 711)

405. Los atractivos existentes en el goce de los bienes materiales fueron creados por Dios para incitar al hombre al cumplimiento de su misión y probarle por medio de la tentación. El objetivo de la tentación es desarrollar en él la razón, que debe preservarle de los excesos. (L.E., 712 y 712-a)

406. La Naturaleza trazó los límites a los goces para indicarnos el límite de lo necesario. Entretanto, por los excesos el hombre llega a la saciedad y se castiga a sí mismo. El hombre que busca en esos excesos el refinamiento de los goces es más digno de lástima que de envidia, pues está muy cerca de la muerte física y de la muerte moral. (L.E., 713 y 714)

407. El hombre prudente conoce el límite de lo necesario por intuición pero muchos sólo llegan a conocerlo por experiencia y a expensas de sí mismo. Al ser insaciable, los vicios alteran su constitución y le crean necesidades que no son reales.  (L.E., 715 y 716)

408. Los que acaparan los bienes de la Tierra para proporcionarse lo superfluo, en perjuicio de quienes carecen de lo necesario, olvidan la ley de Dios y tendrán que responder por las privaciones que hayan causado a otros.  (L.E., 717)

409. Es ley que el hombre busque proveer a las necesidades del cuerpo porque sin fuerza y salud es imposible el trabajo. También es natural el deseo del bienestar. Dios sólo prohíbe el abuso por ser contrario a la ley de conservación y no condena la búsqueda del bienestar, siempre que no sea consiga a expensas de otro, ni debilite sus fuerzas físicas, ni sus fuerzas morales. (L.E., 718 y 719)

410. Es permitido al hombre alimentarse de todo aquello que no perjudique su salud. Dada su constitución física – dicen los Espíritus -, la carne alimenta la carne; de lo contrario, el hombre perece. Tiene pues que alimentarse según lo requiere su organización. (L.E., 722 e 723)

411. Abstenerse de la alimentación animal sólo es meritorio si se hace en beneficio de los demás. A los ojos de Dios sólo existe la mortificación cuando hay privación seria y útil. (L.E., 724)

412. Los sufrimientos naturales son los únicos que elevan, porque vienen de Dios. Los sufrimientos voluntarios de nada sirven cuando no contribuyen al bien de los demás. ¿Por qué en vez de sacrificarse, no trabajan por el bien de sus semejantes? Vistan al indigente, consuelen al que llora, trabajen por el que está enfermo, sufran privaciones para aliviar a los infelices, y entonces sus vidas serán útiles y, por lo tanto, agradables a Dios. Sufrir voluntariamente sólo por el propio bien es egoísmo; sufrir por los otros es caridad. (L.E., 725 y 726)

413. El instinto de conservación fue dado a todos los seres. Fustigad a vuestro Espíritu y no a vuestro cuerpo; mortificad vuestro orgullo, sofocad vuestro egoísmo, que se asemeja a una serpiente que os roe el corazón, y haréis mucho más por vuestro adelantamiento que inflingiéndoos rigores que ya no son de este siglo.   (L.E., 727)

414. Es necesario que todo se destruya para renacer y regenerarse. Lo que llamáis destrucción no es sino una transformación, que tiene por objeto la renovación y la mejoría de los seres vivientes. (L.E., 728)

415. Las criaturas son instrumentos de los que Dios se sirve para alcanzar sus objetivos. Los seres vivos se destruyen recíprocamente para alimentarse. Esa destrucción tiene un doble fin: mantener el equilibrio en la reproducción y utilizar los despojos de la envoltura, que es un simple accesorio, no la parte esencial del ser pensante, que no se destruye y se elabora en las metamorfosis por las que pasa.  (L.E., 728-a)

416. La Naturaleza rodea a los seres vivos de medios de preservación y conservación con la finalidad de que la destrucción no ocurra antes de tiempo. Toda destrucción anticipada obstaculiza el desarrollo del principio inteligente. (L.E., 729)

417. La necesidad de destrucción guarda proporción con el estado más o menos material de los mundos, cuyas condiciones de existencia son muy diferentes en los mundos más adelantados que la Tierra.  (L.E., 732)

418. La necesidad de destrucción se debilita en el hombre a medida que el Espíritu se sobrepone a la materia. Es por eso que el horror a la destrucción crece con el desarrollo intelectual y moral. (L.E., 733)

419. El hombre no tiene derecho ilimitado de destrucción sobre los animales: ese derecho se encuentra regulado por la necesidad de atender su sustento y su seguridad. El abuso jamás constituyó un derecho. (L.E., 734)

420. La destrucción, cuando traspasa los límites de las necesidades de sustento y seguridad, como la caza como un simple placer, revela el predominio de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual y constituye una violación de la ley de Dios, de la que el hombre tendrá que rendir cuentas. (L.E., 735)

421. Dios emplea todos los días – además de los flagelos destructores – otros medios para conducir a la Humanidad al perfeccionamiento moral, puesto que dio a cada uno los medios de progresar mediante el conocimiento del bien y del mal. Como el hombre no aprovecha esos medios, es necesario que sea castigado en su orgullo y sienta su propia debilidad. (L.E., 738)

422. Durante la vida, el hombre lo relaciona todo con su cuerpo, pero piensa de manera diferente después de la muerte. Ahora bien, la vida del cuerpo es poca cosa. Un siglo en nuestro mundo es un relámpago en la eternidad. Los Espíritus forman el mundo real. Los cuerpos son meros disfraces con los que ellos aparecen en el mundo. En las grandes calamidades –como los flagelos destructores – que diezman a los hombres, la situación es semejante a la de un ejército, cuyos soldados durante la guerra se quedan con los uniformes gastados, rotos o perdidos. El general, sin embargo, se preocupa más por los soldados que por su vestimenta.  (L.E., 738-a)

423. Si considerásemos la vida como ella es, y cuán poca cosa representa con relación al infinito, le daríamos menos importancia. En otra vida, las víctimas de los flagelos hallarán amplia compensación por sus sufrimientos, si saben soportarlos sin murmurar. (L.E., 738-b)

424. Los flagelos destructores también tienen utilidad desde el punto de vista físico, pero el bien que resulta de ellos sólo lo experimentarán las generaciones venideras. (L.E., 739)

425. En cierto modo, es posible al hombre conjurar los flagelos que le afligen. Muchas calamidades son consecuencia de la imprevisión del hombre. Pero entre los males que afligen a la Humanidad, existen algunos de carácter general que están en los designios de la Providencia y de los cuales cada individuo recibe, más o menos, la repercusión. A esos el hombre sólo puede oponer su resignación a la voluntad de Dios. (L.E., 741)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cuál es la posición espírita sobre el matrimonio?

El matrimonio, es decir, la unión permanente de dos seres, es un progreso en la marcha de la Humanidad porque  establece la solidaridad fraternal. Su abolición sería un retroceso a la infancia de la Humanidad y colocaría al hombre por debajo incluso de ciertos animales que le dan el ejemplo de uniones constantes. (El Libro de los Espíritus, preguntas 695, 696 y 697.)

B. Hay personas que viviendo en lugares de hartazgo y abundancia, no tienen los medios suficientes para su subsistencia ¿A qué debemos atribuir eso?

Al egoísmo de los hombres que no siempre hacen lo que deben. Después, la mayoría de las veces, debido a ellos mismos. “Buscad y encontraréis” – estas palabras no quieren decir que para encontrar lo que se desea basta al hombre mirar el suelo, sino que es necesario buscarlo, no con pereza sino con ardor y perseverancia, sin desanimarse ante los obstáculos que muy a menudo son simples medios de los que se vale la Providencia para probar la constancia, paciencia y firmeza. En las situaciones en que la falta de los medios de subsistencia no depende de la voluntad de las personas, su privación constituye una prueba muchas veces cruel para aquél que la sufre, a la cual sabía de antemano que estaría expuesto. Su mérito entonces, consiste en someterse a la voluntad de Dios. Si la muerte le llega, debe recibirla sin murmurar, ponderando que la hora de la verdadera libertad llegó y que la desesperación en el último momento puede hacerle perder el fruto de toda su resignación. (Obra citada, preguntas 704 a 708 y 717.)

C. Las mortificaciones y privaciones voluntarias ¿tienen algún mérito a los ojos de Dios?

Depende. Procuremos saber a quién benefician y tendremos la respuesta. Privarse a sí mismo y trabajar para los demás es la verdadera mortificación según la caridad cristiana. Lo meritorio es resistir la tentación que arrastra al exceso y al goce de las cosas inútiles; es para el hombre quitar de lo que le es necesario para dar a los que carecen de lo suficiente. Si la privación no es más que un simulacro, es una burla. (Obra citada, preguntas 720 y 721.)

D. ¿Por qué el hombre, aún sabiendo que la muerte nos lleva a una vida mejor, tiene instintivamente miedo a morir?

El hombre debe tratar siempre de prolongar la vida para cumplir su tarea. Por ese motivo Dios le dio el instinto de conservación, instinto que le sostiene en las pruebas. Si no fuese así, se entregaría con frecuencia al desánimo. La voz íntima que lo induce a rechazar a la muerte, le dice que todavía puede realizar algo por su progreso. Ese es el principal motivo por el que los hombres en general le temen a la muerte. (Obra citada, pregunta 730).

E. ¿Con qué objetivo Dios castiga al hombre por medio de flagelos destructores?

Para hacerlo progresar más rápido. La destrucción es una necesidad para la regeneración moral de los Espíritus, que en cada nueva existencia suben un peldaño en la escala de la perfección. Los llamados flagelos son a menudo necesarios para que se dé más rápido el advenimiento de un orden de cosas mejor y para que se realice en pocos años lo que habría exigido muchos siglos. En otra  vida, sus víctimas hallarán amplia compensación por sus sufrimientos, si saben soportarlos sin murmurar. Los flagelos son además, pruebas que dan al hombre la ocasión de ejercitar su inteligencia, de demostrar su paciencia y resignación ante la voluntad de Dios, y que le ofrecen la oportunidad de manifestar sus sentimientos de abnegación, de desinterés y de amor al prójimo, si no lo domina el egoísmo. (Obra citada, preguntas 729, 737 a 741.)

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita