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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 231 – 16 de Octubre de 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El mejor regalo

 

Gabriel estaba muy preocupado. El Día de los Niños se aproximaba y él aún no descubrió lo que iba a tener de regalo. Dio varias sugerencias a sus padres, pero ellos sonreían, fingiendo no entender.

Entonces, en aquella mañana, Gabriel fue para la escuela con ese “grave” problema en la cabeza. En el recreo, conversando con los compañeros, quise saber lo que ellos habían pedido de regalo. ¡Finalmente, el Día de los Niños estaba llegando!

Cada uno de ellos dio una respuesta diferente. Lúcio sonrió apenas y dijo, resignado:

— Gabriel, yo nunca pido nada. Mi padre gana poco y quedamos contentos cuando hemos comida en la mesa. Además de eso, mi madre se recupera de una grave enfermedad. Así, el hecho de estar juntos y con salud ya es una gran bendición.

Otra chica, Júlia, que permaneció con la cabeza baja, levantó los ojos y contó:
 

— Cuando mi madre quedó embarazada de mí, mi padre se fue por no querer asumir a un niño. Entonces, yo crecí sin conocer una figura paterna. ¡Estoy muy agradecida a mi madre¡; ¡si no fuera ella tal vez yo ni hubiera nacido! Pero en verdad me gustaría mucho de tener un padre. Si pudiera, yo sólo pediría a Dios un padre que me amara.

Los demás quedaron en silencio por algunos instantes, cuando Daniel consideró:

— Júlia, si tú tienes una madre amorosa y presente, debes considerarte feliz. Mis padres se separaron cuando yo tenía tres años, dejándome al cuidado de mi abuela. Ella es muy buena conmigo, pero no hay un sólo día en que yo no eche en falta a mis padres.

Así, cada uno de ellos habló de sus problemas y dificultades, que siempre tenían relación con la familia, dinero o enfermedades; cuando tenían una cosa, ellos no tenían otra. Gabriel los oía, sorprendidos. Conviviendo con los compañeros hace años, jamás imaginaría que ellos guardaran dentro de sí tantos sufrimientos.

En ese momento, oyó a Davi que le preguntaba:

— Y tú, Gabriel, ¿cómo es tu vida, cuál es tu problema?

Oyendo la pregunta, él comenzó a pensar en su vida. Nunca había tenido problemas. En su casa no faltaba comida; al contrario, había exceso. Su padre lo ganaba bien y él tenía todo lo que quería: ropas, calzados, juguetes, libros. La familia estaba unida y se amaba.

Gabriel se sentía avergonzado ante los compañeros. ¿Cómo decirles que no tenía problemas? Él iba a responder la pregunta, cuando tocó la señal y ellos tuvieron que volver para la sala de clases. ¡Se sintió aliviado!                      

Después de esa conversación Gabriel nunca más sería el mismo. Después de las clases, él volvió para su casa, pensativo.

A La hora del almuerzo, sentados en torno a la mesa, él sintió el olorcito bueno de la comida que su madre hubo hecho con tanto amor y, por primera vez, pidió para hacer la plegaria.

— Señor Jesús, yo doy las gracias por la familia que el Señor me dio, por la casa, por la comida que vamos a comer y, especialmente, por el amor que existe entre nosotros. ¡Así sea!

Sus padres intercambiaron una mirada, sorprendidos. Ellos percibieron que Gabriel estaba conmovido, lo que era novedad. Generalmente, él sólo pedía cosas, pedía paseos y regalos. Entonces, después de la comida, el padre sonrió y preguntó a los hijos:

— ¿Qué es lo que vosotros vais a querer de regalo el Día de los Niños?

Los menores pidieron un carrito y una muñeca. Como Gabriel permaneciera callado, el padre insistió:

— ¿Y tú, hijo mío, ya escogiste lo que deseas?

El chico pensó un poco y respondió, con firmeza:

— Nada, papá. No deseo nada. Ya tengo todo lo que necesito.

Admirados, los padres nuevamente intercambiaron una mirada, y la madre recordó:

— ¡Pero aún ayer tú deseabas un montón de cosas, hijo mío! ¿Qué ocurrió para hacerte cambiar de idea?

Entonces el niño les contó lo que él y los compañeros habían conversado en la escuela, las dificultades de cada uno, que los padres oían apenados. Gabriel concluyó afirmando:

— ¡Mamá! ¡Papá! Solamente hoy noté como soy feliz. Cada uno de mis compañeros tiene problemas graves, sea en la familia, sea por falta de dinero o sea por enfermedades. ¡Cuando tienen una cosa, no tienen otra! Entonces, oyéndolos, noté como mi vida es buena. Tengo una familia amorosa y nada me falta. Llego a casa y tengo qué comer, sin la preocupación de buscar mi sustento; nadie aquí tiene problemas graves de salud.  Finalmente, tengo todo lo que necesito. Nada me falta. ¡Ese es el

mayor regalo que Dios me dio! Los padres estaban emocionados. Gabriel, con los ojos húmedos, corrió para abrazar a sus padres y los hermanitos. Después, enjugando las lágrimas, decidió:

— ¡Hoy noté como era yo egoísta! Nada veía de lo que ocurría a mi alrededor. Durante años conviví con ellos sin saber como vivían. Ahora, quiero ayudarlos. Ser realmente amigo, no sólo compañero. Ellos necesitan de cariño, de atención. Finalmente, pretendo ser diferente a partir de ahora.                                 

— ¡Hijo mío! Tú hoy también nos diste un gran regalo. Verte más maduro y consciente, preocupado con los otros, nos dejas muy satisfechos.

Una onda de paz y amor envolvía a todos. Con los corazones llenos de esperanza, elevaron los pensamientos a Jesús, confiados y agradecidos. 

MEIMEI 


(Recebida por Célia X. de Camargo em Rolândia-PR em 26/9/2011.)



                                                         
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita