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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 229 – 2 de Octubre de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La disputa

 

Hace mucho tiempo, en cierta región había dos familias vecinas, Bastos y Gomes, que vivían peleando entre sí.

La disputa había comenzado por un problema de divisa de tierras y, como cada cual creyera andar con la razón, no llegaban a un acuerdo. Los años pasaban, los miembros de las familias eran sustituidos por otros, el proceso crecía y la solución para el problema no venía.        

Así, con el tiempo, la enemistad sólo hizo aumentar. Si alguien de las dos familias se encontraba, partía inmediatamente para la pelea y acababan con heridos de ambos lados. Por eso, ellos no se aproximaban de la divisa entre las propiedades, cortada por un bosque.

Cierto día, Joel, chico de la familia Gomes, decidió pasear por el bosque de la hacienda y, caminando entretenido por las plantas, por los animales que surgían a cada paso y por los pájaros que cantaban en las alturas, se adentró más de lo que pretendía por el bosque.  

De repente Joel oyó gritos de dolor. Afligido, caminó siguiendo la voz y vio a una linda niña de su edad. Acostada en el suelo, ella lloraba y él se aproximó para socorrerla.

— ¿Estás herida?

— ¡Fui picada por una cobra! ¡Ayúdame! ¡No quiero morir!... — explicó la chica con los ojos lacrimosos.

Por la descripción de la niña, la cobra era venenosa. Joel, que siempre estaba preocupado en aprender, sabía cómo actuar en un caso de esos. Entonces, rápidamente, rasgó un pedazo de su camisa e hizo con él un torniquete en la pierna de ella, para impedir que el veneno se le esparciera por el cuerpo.

Enseguida, preguntó dónde vivía ella y la chica le explicó. Joel, que era mayor y más fuerte que la niña, la cogió en brazos y la llevó hasta la casa, con dificultad.  

Al llegar a la sede de la propiedad, Joel vio mucha agitación. Hombres armados y nerviosos se preparaban para montar sus caballos. Uno de ellos, al ver al muchachito llegando con la niña en los brazos, avisó a los demás:

— ¡Vean! ¡Nuestra Isabel volvió!...

Los rostros mostraban el alivio y la alegría por ver de nuevo a la pequeña Isabel, que creían perdida para siempre. Una señora y un hombre de rostro severo se aproximaron.

— ¿Qué ocurrió, hija mía?

— ¡Papá, yo fui mordida por una cobra! Joel me encontró, cuidó de mí y me trajo de vuelta para casa.

Afligido, inmediatamente el padre la cogió de los brazos de Joel para llevarla para dentro. La madre, llorando, la abrazó feliz y aliviada al tener a la hija querida.

Bien a tiempo. El chico estaba exhausto por la caminada que había hecho con la niña en los brazos. Se dejó caer en el suelo y allá quedó sentado recuperando las fuerzas. De repente, alguien se acordó de él y volvió, invitándolo a entrar.   

Después de los cuidados necesarios, el padre de Isabel se aproximó a Joel, conmovido:

— Gracias, mi joven, por haber socorrido a mi hija. Gracias a tu acción, ella está fuera de peligro. Pero, ¿cómo la encontraste? ¿Dónde vives?

— Vivo aquí cerca, señor. Soy de la familia Gomes — explicó él con serenidad.

Al oír aquel nombre, las expresiones cambiaron. Varias miradas amenazadoras se fijaron en Joel, con odio. Antes que se aproximaran, el padre contuvo a los hijos con una señal. Después, volvió a preguntar:

— ¿Tú sabes donde estás, chico? ¿No? ¡Pues esta es la propiedad de los Bastos! ¿No tienes noción del peligro? ¿Cómo te atreviste a venir aquí?

— Señor, en la hora en que vi a su hija caída en el suelo, sólo pensé que alguien estaba en peligro y que yo necesitaba de socorro. No me importaba de quien era ella hija.    

— ¿Incluso si supieras que ella pertenece a la familia enemiga de la tuya?

— Aún así, señor. Para mí no haría diferencia. Nunca vi razón para tanto odio, que sólo puedo lamentar. Creo que nada en el mundo justifica que las personas se mantengan alejadas por desentendimiento, cuando es mucho más simple y fácil hablar y extender la mano, buscando entenderse.

Admirado del coraje y de la sinceridad del chico que, aunque estuviera en territorio enemigo, mostraba serenidad, ajeno a las disputas familiares, el jefe de la casa se calló.

Como ya fuera tarde, y atravesar el bosque por la noche presentara peligros, el jefe de la familia llevó a Joel de vuelta para casa. Allá llegando, Bastos insistió en entrar. Al verlo, los dueños de la casa quedaron sorprendidos. Bastos se adelantó, explicando al jefe de la familia Gomes:

— Ciertamente estás extrañando mi presencia en esta casa, que siempre fue considerada territorio enemigo. Sin embargo, gracias a tu hijo Joel, que salvó a mi hija Isabel, y nos hizo reflexionar con sus palabras, vengo a pedirles que hagamos una reunión para conversar y resolver nuestras diferencias.  

Perplejos, los padres y hermanos de Joel oían callados. Gomes, respirando hondo, le indicó una silla, invitándole a sentarse.

— Explíquenos mejor, por gentileza. Estábamos preocupados, sin saber dónde estaba nuestro hijo Joel desde las primeras horas de la tarde.

Entonces, Bastos les contó como Joel había encontrado y salvado a Isabel, que fuera mordida por una cobra, tomando las providencias necesarias en el momento y llevándola en sus brazos para casa. Al terminar, Bastos andaba con los ojos húmedos de emoción, y concluyó:

— Si un miembro de su familia, Gomes, fue capaz de tal acto de generosidad y coraje para salvar a una niña desconocida, es señal de que existen caminos para resolver nuestras contiendas. Para comenzar, desisto de la franja de tierra que estábamos exigiendo.

Gomes, sorprendido, miró al visitante y respondió:

— ¡Bastos! La verdad es que nosotros nunca tuvimos gran interés en aquella franja de tierra que ha sido objeto de un proceso largo e interminable. ¡Como esa disputa comenzó hace mucho tiempo, lo que hicimos fue sólo dar secuencia a ella!...

Aquellos hombres entendieron entonces, en aquel momento, que habían perdido mucho tiempo, esfuerzo y dinero para mantener un proceso que no era del interés de ninguna de las dos familias.

Ambos sonrieron y se apretaron las manos. Después se abrazaron, contentos y aliviados por poner un fin en aquella pelea.  

A veces, la solución de cualquier problema, aún los más difíciles, está en las cosas más simples. Basta que tengamos sensibilidad y condición para percibir.
 

Así, delante de cualquier cuestión, es importante entender que el odio y el resentimiento sólo complican, aumentando los problemas de ambos lados. De ese modo, usar todos los recursos disponibles, con paz y fraternidad, para resolver el problema.      

                                 

                                                                  MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, na cidade de Rolândia-PR, em 29/8/2011.)      
         



                                                         
                          



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