WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 226 – 11 de Septiembre de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Visitando amigos

 

Joel era un niño muy alterado y vivía metiéndose en enredos. Cierto día, la madre oyó un ruido y, enseguida, los gritos de Joel:

— ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¡Socorro! ¡Socorro!

Ella corrió al huerto, asustada, y se deparó con el hijo caído en el suelo.

— ¡Yo me caí del árbol, mamá! ¡Ay! Ay... ¡Mi pierna me duele mucho! — gritaba el niño llorando.

La madre telefoneó pidiendo socorro e inmediatamente una ambulancia llevó a Joel para el hospital. El médico, tras examinarlo y hacer una radiografía, dio la noticia:  

— ¡Joel, tú te fracturaste un hueso de la pierna, pero podría haber sido bien peor!  

Después de enyesarle la pierna y recetar un medicamento para el dolor, el médico orientó a la madre:

— Doña Ana, Joel deberá moverse lo menos posible, y cuando lo haga, será con muletas. Vuelva de aquí a treinta días para ver cómo él está.

Después de agradecer al médico, la madre e hijo volvieron para la casa. Joel sólo protestaba de la vida.

— ¡Ahora yo tengo que hacer reposo! ¡No puedo correr, juguetear, jugar fútbol, nada! ¿Y aún tengo que andar con muletas?...     

La madre procuraba calmarlo, cariñosa:

— Ten paciencia, hijo mío. Finalmente, todo eso es consecuencia de tus actos. Si tú no hubieras subido al

mango, no habrías caído. ¡Y las muletas no representan un mal, pero sí un bien! Finalmente, es con ellas que tú podrás moverte. Entonces, no protestes.  Todo pasa y luego tú estarás bueno de nuevo.

— ¡Pero me está doliendo! ¡El yeso pesa y está incomodando! ¡No aguanto más eso!...

— Pues vas a aguantar sí, hijo mío. ¡No hay otra forma! Hay personas en situaciones mucho peores que la tuya, y que no protestan.

— ¡No creo! No hay quien soporte el dolor sin protestar — decía él, inconformado.  

Al poco Joel se adaptó al auxilio de las muletas, aunque fuera cansado. Protestaba por ir a la escuela, de ser obligado a andar con muletas, de todo. Cierto día, exhausta de sus protestas, la madre lo invitó para salir.  

— ¿A dónde vamos, mamá?

— Vamos a hacer una visita. Quiero que tú conozcas a alguien.

Como no tenía otra modo, conformado, Joel acompañó a la madre. Tomaron el coche y se dirigieron a un barrio más alejado. Ana estacionó enfrente de una pequeña casa, tocó la campañilla y una simpática señora atendió sonriente:

— ¡Ana! ¡Que bueno verla! Andaba con añoranza. ¡Ah! Este es Joel, ¿su hijo? ¡Mucho placer, Joel!

Abrazando a los recién llegados, la dueña de la casa se dirigió al chico:

— Veo que está recuperándote, Joel. ¡Entren!... ¡Márcia quedará muy feliz al verlos!

¿Quién sería Márcia? Curioso, el chiquillo acompañó a las dos señoras que conversaban como viejas amigas. Entraron en un cuarto pequeño, pero agradable, lleno de claridad y flores que exhalaban un delicioso perfume.

En la cama, estaba una adolescente de cabellos claros, ojos tiernos y sonrisa cautivante. Adelaide presentó Joel a su hija Márcia y salieron, dejándolos solos hablando.

— Veo que andas abatido, Joel, pero inmediatamente estarás bien. Dios es padre bueno y amoroso, y nos socorre siempre en las dificultades — consideró ella con una linda sonrisa.

Joel, como era habitual, aprovechó para desfilar sus

amarguras.  

— Tú hablas así porque no estás en mi piel, Márcia. He sufrido bastante. Para todo estoy obligado a usar muletas, que son pesadas y dejan mis brazos doloridos.

— ¡Ah!... ¡Pero tú vas a la escuela, ve a tus amigos, puedes hablar a voluntad!...

— Es... pero no puedo jugar, tirar la pelota, correr...

— Ten paciencia. ¡El tiempo pasa rápido! Aprovéchalo para estudiar, leer un buen libro, oír música, asistir a una buena película. ¡Existen tantas cosas que podemos hacer!...  

Para cada protesta de él, Márcia tenía siempre una respuesta optimista, animadora, lo que acabó por irritarlo. Egoísta, él respondió:

— Tú eres optimista porque no sabes lo que estoy pasando.  

Al decir eso, cayendo en sí, se dio cuenta de que ella estaba acostada en un lindo día de sol, y preguntó:

— ¿Más por qué estás acostada, cuando podrías estar aprovechando esta linda tarde?

Con expresión seria, pero tranquila, Márcia le contó:

— Hace muchos años yo jugueteaba en la calzada, cuando un coche me atropelló, causando una grave fractura en mi columna. Así, desde esa época, no pude andar más, ni sentarme. Sólo muevo los brazos.  

Joel colorado de vergüenza por haber estado protestando de la vida para alguien como Márcia, que ni siquiera podía sentarse. Le pidió disculpas y preguntó cómo podía estar tan conformada y optimista delante de ese estado, a lo que ella respondió:

— ¡Ah, Joel! No fui siempre así, puedes creerlo. Al comienzo me rebelé. Después, como sé que Dios es Padre amoroso y bueno, entendí que debe haber una razón para que yo haya quedado así. ¡Sabiendo que existen personas en peores condiciones que la mía, que nacen ciegas, sin piernas, sin brazos, con deficiencia mental, entonces pasé a reconocer cómo yo era feliz! Tengo una buena casa, una familia amorosa, veo y escucho bien, tengo salud perfecta y razonamiento lúcido. Puedo leer libros maravillosos, oír bonitas músicas, hablar con mis amigos. ¿Qué más le puedo pedir a Dios?

Joel bajó la cabeza, conmovido. Después, mirando para Márcia, dijo:

— Márcia, yo agradezco a Dios por haberte conocido. Tengo certeza que seré otra persona de hoy en delante. Me Gustaría también de ser tu amigo. ¿Puedo visitarte de tarde en tarde?

— Claro Joel, siempre que quisieras. ¡Estaré muy feliz!

En ese momento, Adelaide y Ana que llegaban, trayendo una bandeja con una deliciosa merienda, pararon y quedaron escuchando la conversación. Después, intercambiando una mirada, entraron en el cuarto. Llenos de alegría, los cuatro tuvieron una tarde muy provechosa y agradable.

 

                                                                  MEIMEI      
 

(Recebida por Célia X. de Camargo em Rolândia-PR em 15/8/2011.)  



                                                         
                          



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita