WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Especial Português Inglês    
Año 5 226 – 11 de Septiembre de 2011 

JOSÉ CARLOS MONTEIRO DE MOURA
jcarlosmoura@terra.com.br
Belo Horizonte, Minas Gerais (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La justicia social, Platón y El Libro de los Espíritus


1. A medida que el progreso enseña la lenta y penosa evolución de la humanidad, evolucionó también su ideal de justicia y su esperanza en la construcción de una sociedad realmente justa. Sin embargo, los intentos en ese sentido tropiezan, en todas las épocas, en el
insuperable óbice resultante de las propias imperfecciones humanas, sobre todo lo que dice respecto a su egoísmo innato. Esa característica llevó a Thomas Hobbes a sostener que los valores morales nada más eran que manifestaciones de ese mismo egoísmo: “El bien y el mal son sólo lo que agrada o lo que ofende el instinto de conservación y los intereses del individuo”. “La sociedad se somete al Estado, cual nuevo Leviatán y el hombre es el lobo del hombre.” (A respecto, Guido de Ruggiero, BREVE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, Coimbra Editora Ltda., Coimbra, 1.965, p. 261).

Eso implica el predominio del instinto y de la animalidad aún vigentes, tanto del punto de vista individual como del social, y una mínima preocupación con el espiritual, muchas veces confundido con las supersticiones y supersticiones populares. Tal estado de cosas propició el surgimiento del materialismo exacerbado del final del siglo XVIII y que hoy actúa, soberano y paradójicamente, no sólo en los países del primer mundo, sino también en aquellos que comienzan a despuntar entre las demás naciones, a ejemplo de Brasil. En base de eso, ningún sistema político o filosófico logró ecuacionar el siempre creciente problema de las injusticias sociales. Es indudable que, bajo ese particular aspecto, el progreso material alcanzado por determinados países no puede ser aceptado y definido como sinónimo de una sociedad más solidaria, pero fraterna y más justa, principalmente en base de la dolorosa verdad acerca de la forma como casi siempre ese progreso es alcanzado, en detrimento y perjuicio de miles de seres humanos.

2. Esa situación es, no obstante, la contingencia natural de la condición evolutiva de la Tierra, como planeta de expiación y de pruebas. No es irreversible ni retratar, por cuanto podrá ser modificada para mejor, en la misma proporción en que el hombre se modifique y promueva, mediante sus propios esfuerzos, su mejoría interior. Implicará la renovación psíquica de la humanidad, que tendrá, inevitablemente, que volver a ver y repensar sus valores morales. El esfuerzo en ese sentido, de que poco a poco ella va tomando conciencia, permitirá la sustitución del egoísmo, como alabanza propulsora del comportamiento humano, por los sentimientos de fraternidad, solidaridad y compasión, independientemente de nacionalidad, filiación religiosa o posición social. Ineludiblemente, el Espiritismo, a pesar de su corta existencia de 154 años – tomándose con el punto de referencia la publicación del LIBRO DE LOS ESPÍRITUS - podrá desempeñar un papel de alta relevancia, pues él, como destacó Kardec, “no tiene nacionalidad y no forma parte de ningún culto existente; ninguna clase social lo impone, ya que él puede conducir a todos los hombres a la fraternidad. Si no se mantuviera en terreno neutro, alimentaría las disensiones, en vez de apaciguarlas” (El EVANGELIO SEGÚN El ESPIRITISMO, Introducción, Ed. Feb, Río, 1.944, p. 29).

Las cuestiones sociales no han recibido el cuidado
que merecen

3. Se habla mucho, en la actualidad, de “Nueva Era” o “Era del Espíritu”. El testimonio de la historia es elocuente en el sentido de demostrar que hasta 1857, cuando vino a la luz la primera edición del LIBRO DE LOS ESPÍRITUS, muy poco se meditaba del lado espiritual del hombre, y el binomio espíritu-materia, dentro del cual deberían ser vistos, examinados y ecuacionados todos los problemas humanos, aún era tenido a cuenta de brujería, de obra del demonio o de artes de los alquimistas. La reacción en cadena provocada por la divulgación de las primeras obras de la codificación constituyó un elocuente atestado de que los ideales que contenían incomodaban y ponían en peligro el status quo de las clases dominantes, del punto de vista intelectual, político o religioso, una vez que, consciente o inconscientemente, tales segmentos de la sociedad sintieron que era llegada la hora de profundas modificaciones en la vieja y carcomida civilización occidental.  Y, a toda evidencia, tales modificaciones no les interesaban, como al resto aún no les interesan.

4. Las cuestiones sociales – que hoy no se restringen sólo a la relaciones de individuo para individuo, o de nación para nación, sino que claman también por un consciente, respetuoso y amorosa relación de toda la humanidad con la naturaleza, a fin de salvarse, mientras es tiempo, la “madre-tierra” – no han merecido de ella, Humanidad, el cuidado indispensable. Algunos Espíritus más esclarecidos que aquí reencarnaron, antes y tras Jesús, huyeron de esa regla general marcada por el comodismo y por el egoísmo. Sin embargo, no fueron comprendidos y acabaron rechazados por sus contemporáneos, a ejemplo de lo que ocurrió con Sócrates, una de las grandes víctimas de la indigencia espiritual del ser humano.  Platón, uno de los precursores del Cristianismo, reveló, en LA REPÚBLICA, su preocupación con el tema, formulando algunos postulados que entendía indispensables a la creación de una sociedad ideal. Sus ideas eran muy superiores a aquellas propuestas más tarde, por ejemplo, por el marxismo, por el socialismo o por el capitalismo, por cuanto están destituidas del materialismo de que estos se hallan impregnados. Comenzaba por cuestionar aquello a que llamó como un problema ético: “¿Cómo sería posible la instauración de la justicia? La justicia sólo existiría en una organización social justa: el Estado justo. Luego, la justicia consistiría en un problema  político”. Se sigue la indagación sobre el problema político: “¿Como obtener el Estado justo? El Estado justo sería aquel gobernado por estadistas justos o por los más capaces”. De ahí resultaría un tercer problema, de orden psicológica, una vez que implicaría la respuesta a la pregunta:

“¿Más cuáles serían los gobernantes más justos y capaces?” En la solución de esa pregunta se encuentra un contenido eminentemente cristiano y una sintonía muy grande con la enseñanza de los Espíritus: “El problema humano es anterior al político. Los Estados dependen de los hombres que lo componen. Mejorar a los hombres es mejorar los Estados. Reformas sociales no mejoran a los hombres. Conclusión: es preciso estudiar antes el hombre (problema psicológico). Los hombres se clasifican en tres clases principales: los productores, en los cuales predomina el alma concupiscente, de apetitos, impulsos e instintos; los militares, dominados por el alma irascible, de coraje, entusiasmo y emoción; los guardianes, sabios o reyes-filósofos que se afirman por la razón, la meditación, el desprendimiento por los bienes materiales y el deseo de saber. La función de los hombres del primer tipo es la producción; la del segundo tipo es la protección y la función de los del tercero es el gobierno. Conclusión: la justicia sólo puede ser conseguida si el Estado sea dirigido por los sabios o reyes-filósofos”. (Ney Lobo, ESTUDIOS DE FILOSOFÍA SOCIAL ESPÍRITA, Ed. Feb, Río, 1.991, ps. 25 y 26.)

Platón y Sócrates son considerados precursores
del Espiritismo

La educación – una de las metas principales del Espiritismo – sería el instrumento básico para la formación del estadista justo o del rey-filósofo: “Después de 20 años de educación, desde el nacimiento y a cargo del Estado, todos son sometidos a pruebas. Los reprobados van para la formación del estadista justo o del rey-filósofo: “Después de 20 años de educación, desde el nacimiento y a cargo del Estado, todos son sometidos a pruebas. Los reprobados van para la producción. Los aprobados continúan la educación. Después de un segundo estadio de 10 años, los reprobados van para la protección como militares y los aprobados continúan. Después de un tercero estadio de cinco años, en el cual aprenderán la Doctrina de las Ideas, pasarán al 4º estadio, de 15 años de práctica  en contacto con el mundo real y,  al fin del cual,  ya con 50 años de edad, son considerados aptos para gobernar”. (Ney Lobo, op. cit, p. 26.)

5. Si bien no se pueda negar el carácter idealista o utópico del Estado Platónico, él contiene verdades que, más tarde, vinieron a ser confirmadas por los Espíritus, en la Parte Tercera de EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. No fue, pues, sin razón que Kardec atribuye a Platón, juntamente con Sócrates, la condición de precursores del Espiritismo. Ambos consideraban la reencarnación como hecho natural, predicaban la distinción entre el principio inteligente (alma o Espíritu) y el principio material, la supremacía de aquel sobre este y la responsabilidad del hombre por sus propios errores. Además de eso, reconocían que la justicia, reveladora de la caridad en su acepción más auténtica, era el factor primordial para una convivencia fraterna entre los integrantes de la sociedad, adelantándose a las propias enseñanzas de Jesús: “Nunca se debe retribuir con otra injusticia, ni hacer mal a nadie, sea cuál sea el daño que nos hayan causado. Pocos, sin embargo, serán los que admitan ese principio, y los que se desentienden a tal respecto nada más harán, sin duda, del que se voten unos a los otros mutuo desprecio”. (Op. cit., “Resumen de la doctrina de Sócrates y Platón”, Nº. XII.)

Esos principios coinciden con algunos de los llamados Principios Básicos del Espiritismo, que están desarrollados a lo largo de toda la Codificación y que se hallan sintetizados, a ejemplo del que se verifica en una Constitución, en El LIBRO DE LOS ESPÍRITUS.

La construcción filosófica platónica – en la cual se incluye su Estado ideal – tuvo como cimiento, guardadas las debidas proporciones, los mismos principios o presupuestos que, más tarde, los Espíritus Superiores dictaron a la Humanidad, como directrices generales para su progreso espiritual y, consecuentemente, para su perfeccionamiento moral, dentro de la escalada natural de todo Espíritu, que va de la simplicidad y de la ignorancia a la perfección.

En LA REPÚBLICA, Platón afirma que el fundamento de una sociedad fraterna es la instauración de la justicia. No la justicia de las apariencias y de los rituales solemnes y formales, sino la que se sitúa por encima de los convencionalismos humanos, como Jesús advierte en el Sermón del  Monte: “Porque os digo que, si vuestra justicia no excediera la de los escribas y fariseos, de modo alguno entraréis en el reino de los cielos”. (Mateo, 5: 20.)

El sentimiento de justicia está implícito en la Naturaleza

6. Se trata de un gravamen que, del punto de vista jurídico, continúa encontrando obstáculos de difícil transposición, por cuanto los hombres, aún hoy, no se entienden acerca de los conceptos de Justicia y de Derecho, que, como siempre ocurrió en todas las fases de la historia, continúa siendo elaborado al sabor de los intereses individuales o de determinados grupos. El asunto se coloca, sin embargo, fuera de los objetivos de estas consideraciones, una vez que se trata de materia específica del área de la Filosofía del Derecho, y sería de todo inocuo un ingreso por los sinuosos laberintos de las discusiones doctrinarias existente al respecto.

Lo que importa, en el caso, es el recuerdo acerca de la postura de Platón en base del tema, con miras a la proximidad de su pensamiento con la de los Espíritus. La justicia, en su acepción, de la misma forma que se observa entre los auténticos cristianos, solamente puede ser entendida dentro de una visión universalista y que se revela indispensable a la vida individual y social. Giorgio Del Vecchio (LA JUSTICIA, traducción portuguesa de Antonio Pinto de Carvalho, Ed. Saraiva. São Paulo, 1960, p. 18) se refiere al asunto diciendo: “Platón pretende elevar la justicia a la categoría de principio regulador de la vida individual y social toda como, (sic) descuida o rechaza todas las concepciones tendentes a conferirle función específica o particular esfera de aplicación”. Aún según el mismo autor (op. cit., p. 18),  él “repone la esencia de la justicia en la “actuación del propio deber”. Ahora, el deber, como algo que debe ser hecho o evitado en beneficio del prójimo y de la colectividad, está impreso en la conciencia del hombre y se identifica con el sentimiento natural de justicia que todos poseemos.

La cuestión 873 de EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS esclarece que ese sentimiento de justicia “está de tal modo en la naturaleza, que os rebeláis a la simple idea de una injusticia. Es fuera de duda que el progreso moral desarrolla ese sentimiento, pero no lo da. Dios lo puso en el corazón del hombre. De ahí viene que, frecuentemente, en hombres simples e incultos se os deparan nociones más exactas de la justicia de los que no poseen gran caudal de saber”.

7. Al tratar de la sociedad justa, que él llama de la ciudad justa, Platón, aunque reconociendo la dificultad para llegar a una definición exacta de justicia, cree que ella, como virtud, es común al hombre y a la ciudad: “En la ciudad, ella se encuentra, de alguna forma, inscrita en caracteres mayores y, así pues, más fáciles de descifrar. Es ahí, pues, que conviene estudiarla primero; cumple enseguida aplicar los resultados al alma humana y, siendo necesario, completarlos o modificarlos” (de acuerdo con Robert Bacou, LA REPUBLICA, Introducción, Difusión Europea del libro, Sâo Paulo, 1.973, 1º. Vol., p. 21).

En el capítulo VIII de la Parte Tercera de EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS, bajo el título “De la Ley del Progreso”, la Espiritualidad, no obstante la diversidad del lenguaje, se refiere a la responsabilidad individual y colectiva y de las consecuencias que la observancia, o no, de sus reglas puede acarrear para los hombres y para los pueblos.

La cuestión 875, por su parte, muestra la importancia de la justicia como atributo absolutamente necesario a una sociedad realmente justa, como se espera que sea la de la nueva era que se aproxima: “La justicia consiste en cada uno respetar los derechos de los demás”.       

En el mundo en que vivimos lo legal no siempre es lo justo

La idea de justicia predominante en las culturas más antiguas, entendida como una forma de “hacer el bien a los amigos, y el mal a los enemigos” (Giorgio Del Vecchio, op. cit.,  p. 18) no fue sólo repudiada por Jesús (Mateo, 5:43 a 46),  pero ya merecía la censura de Platón, que no concordaba expresamente con ella. Respetar el derecho de los demás es un deber de todos, y ninguna importancia puede tener, para el pleno cumplimiento de ese deber, la condición de amigo o de enemigo del titular del derecho. Eso Jesús proscribió en el más perfecto pronunciamiento ético-jurídico de que se tiene noticia en la faz de la Tierra, el Sermón de la Montaña; eso Platón condenó cerca de trescientos cincuenta años antes del Maestro; eso los Espíritus enseñaron, principalmente cuando cuidaron de la perfección de la Justicia Divina y de su ley, “la única verdadera para la felicidad del hombre. Le indica lo que debe hacer o dejar de hacer y él sólo es infeliz cuando de ella se aleja”. (Op. cit., q. 614.)  

8. Es incontestable la fragilidad del Derecho creado por el hombre, a pesar de su teórica condición de instrumento para la realización de la Justicia. Por ser obra del hombre, se sujeta a las vicisitudes, a los errores, fallos y omisiones que toda realización humana contiene. De ahí la razón de porqué él sigue, incontables veces, camino diametralmente opuesto a aquel que debería recorrer y conduce  a resultados de manifiesta e incontestable injusticia. Lo legal  no siempre se identifica con lo justo, una vez que el Derecho solamente se define como justo cuando equivale a la Ley Natural, en los términos del enfoque dado por los Espíritus en la citada cuestión 614.  Transciende a todas las especulaciones y creaciones de naturaleza política, social o jurídica, está inscrita en la conciencia de cada hombre, y aunque todos puedan conocerla, no todos la comprenden: “Los hombres de bien y los que se deciden a investigarla son los que mejor la comprenden. Todos, sin embargo, la comprenderán un día, por cuanto forzoso es que el progreso se efectúe”  (op. cit., cuestiones 621 y 619, respectivamente).

Los hombres que se deciden a investigarla y a aplicarla, tanto en lo que se refiere a la vida particular de cada uno, como en lo que concierne a su vivencia en la comunidad a que pertenecen, son aquellos que se encuadrarían entre los estadistas justos o más capaces referidos por Platón. A ellos cabría gobernar el Estado, una vez que se situarían entre los reyes-filósofos o sabios, posición a que llegarían por el único camino realmente capaz de elevar y de propiciar la elevación moral del ser humano: el camino de la educación.

Esos hombres habrían alcanzado la cima en que se sitúa el hombre de bien, lo que implica su progreso real y la elevación de su Espíritu en la jerarquía espírita. Según la cuestión 918, “El Espíritu prueba su elevación, cuando todos los actos de su vida corporal representan la práctica de la ley de Dios y cuando con antelación comprende la vida espiritual”. En comentarios a esa respuesta, el Codificador realzó: “Verdaderamente,  hombre de bien es el que practica la ley de justicia amor y caridad, en su mayor pureza. Si interroga la propia conciencia sobre los actos que practicó, preguntará si no transgredió esa ley,  si no hizo el mal, si hizo todo el bien que podía,  si nadie tiene motivos para de él quejarse, finalmente se hizo a los otros lo que hube deseado que le hicieran”.

La sociedad del tercer milenio fue vislumbrada por Platón

8. Al meditar de la necesidad de la vida social, los Espíritus afirmaron como presupuestos fundamentales de la evolución humana el destino del hombre para vivir en sociedad (cuestión 766), la agresión a la ley de la naturaleza que significa el aislamiento absoluto, por concursar inclusive para el obstáculo del progreso (cuestión 767), y la absoluta necesidad de la convivencia entre los hombres, como única forma capaz de enseñar el desarrollo de sus facultades (cuestión 768).

Utopía de lado, la nueva sociedad del tercer milenio fue vislumbrada por el filósofo griego en los siguientes términos: “La ciudad perfecta posee las cuatro virtudes por excelencia: sabiduría, coraje, templanza y justicia. La sabiduría o buen consejo para la preservación de la ciudad reside en los magistrados; el coraje, opinión recta y disciplina sobre lo que se debe temer o no, pertenencia a los guerreros; la templanza, armonía y sinfonía voluntaria entre las partes superior e inferior del alma, sólo puede ser en el alma colectiva o en la ciudad, un mutuo y total acuerdo entre los gobernantes y los gobernados. El resto es justicia. Por lo tanto, el principio esencial de la República – cada uno debe permanecer en su lugar y cumplir la misión para que nació. Es este el principio que rige todas las otras virtudes, que mantienen el gobernante en su puesto de vanguardia, el soldado en la lucha, el zapatero en la aguja – como mercenario, auxiliar o guardia, si cada uno ocupa su puesto y cumple su deber, la justicia estará realizada en la ciudad”.  (Robert Baccou, op. cit. Presentación.)

La evolución del planeta, que lo transformará en mundo de regeneración, con la predominancia del bien sobre el mal, excluye la necesidad de los guerreros en la acepción primitiva y común de la palabra, aún porque la guerra desaparecerá de la faz de la Tierra, “cuando los hombres comprendan la justicia y practiquen la ley de Dios. En esa época, todos los pueblos serán hermanos” (op. cit., cuestión 743).  Pero el propio Platón antevió esa situación, clasificándolos como los portadores de coraje, opinión recta y disciplina, delante de las situaciones más difíciles y que exigen del hombre esas tres cualidades. La Tierra aún irá a convivir con esas situaciones, aunque en escala bien más pequeña que aquella que se observa actualmente, durante el periodo en que, progresivamente, será operada su cambio y su elevación en la jerarquía de los mundos.

En verdad, todo lo que el gran pensador de la antigüedad enseñó y propuso fue debidamente retomado por el buen sentido y genialidad de Kardec, encuadrado por los Espíritus bajo la ótica evangélica y resumido por el Codificador, ¡al decir que la misión del Espiritismo es hacer  que todos los hombres se unan en torno a la bandera de la fraternidad! 



 


Volver a la página anterior


O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita