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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 225 – 04 de Septiembre de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org


O burrinho valente

En cierta región distante, en las proximidades de una pequeña  aldea,  en una casa de campo florido vivían un labrador y su hijita de sólo cinco años de edad.

El buen hombre poseía un burrito de carga que vivía siempre infeliz por considerarse despreciado por todos. Se consideraba feo, era de pequeña estatura y sin ninguna elegancia, y además de eso era lerdo en el caminar, para su desesperación, y por eso andaba siempre cabizbajo y desanimado de la vida.

Como él tenía pésima opinión de sí mismo, creía que los otros pensaban de la misma manera.
 

Ejecutaba sus tareas diarias tirando del arado y llevando legumbres para vender en la aldea y después quedaba por los rincones suspirando tristemente, soñando en ser alguien importante y amado por todos.

Ocurrió que en aquella época comenzó a esparcirse una fiebre desconocida y muchos habitantes de la región cayeron enfermos.

Sin recursos y sin asistencia médica, los habitantes de la aldea no sabían qué hacer.

La hijita del labrador también un día amaneció enferma, y su padre, preocupado, percibió que, si no hacía alguna cosa rápido, ella moriría.

Resolvió enfrentar la carretera peligrosa que lo conduciría hasta otra ciudad, mayor y con más recursos, donde por descontado no faltaría el socorro necesario.

Para tanto, sin embargo, él necesitaría atravesar montañas con puntos peligrosos sobre precipicios enormes.

¿Cómo hacer eso? Él tampoco estaba bien y tenía recelo de haber contraído la enfermedad extraña; no tendría fuerzas para llevar a la hijita.

Se acordó del burrito de carga y no tuvo dudas. Lleno de confianza en Dios, él dijo al burrito:

– Mi valiente burrito, sólo tú podrás ejecutar esa tarea. Con la ayuda de Dios, tengo fe que conseguiremos llegar hasta la ciudad – dijo acariciando al animal humilde.

Improvisó una cesta de vara, colocó la niña dentro de ella sobre el lomo del animal, y partieron.

El trayecto fue largo y difícil. Tuvieron que enfrentar peligros, atravesar puentes frágiles y caminos estrechos al borde de precipicios enormes.

Finalmente, tras muchos esfuerzos, exhaustos y hambrientos, llegaron a la ciudad del otro lado de las montañas donde fueron recibidos con alegría.

Atendida por el médico, la niña inmediatamente quedó buena, así como su padre. Informados sobre la situación de los habitantes de la pequeña aldea, fueron enviados hombres con medicamentos para curarlos.

Y, para satisfacción del burrito, todos lo miraban con admiración y respeto, afirmando:

– Gracias al coraje y valentía del burrito de carga los enfermos pudieron ser auxiliados, recibiendo el socorro que tanto necesitaban.
 

Un bello día, cuando todos ya estaban recuperados y la alegría hubo vuelto al Villarejo, lleno de justo orgullo, el valiente burrito de carga recibió un homenaje agradecido de los habitantes de la aldea, que lo condecoraron, colocándole al cuello una bella guirnalda de flores.            

Y a partir de ese día, el burrito nunca más se sintió despreciado por todos.  Comprendió que

todo estaba en su cabeza y que en verdad nunca nadie lo hube despreciado. Él era el que no se amaba y por eso pensaba que las otras personas tampoco les gustaban.

Cuando tuvo oportunidad de mostrar que podría realizar algo de bueno y de útil y se sintió satisfecho consigo aún, notó que la reacción de las personas también fue diferente.

También  así  ocurre con nosotros en la vida. A  medida  que  donamos  amor, recibimos amor de vuelta.                                                                                                              

Tia Célia      
      
        


 

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Revista Semanal de Divulgación Espirita