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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 221 – 7 de Agosto de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El caballito fiel

 

En una casa de campo muy agradable vivía un potrillo. Allí él tenía todo lo que necesitaba: corría por los campos, donde tenía comida a voluntad y, cuando andaba con sed, bebía agua en un arrollo cristalino. A La noche, se recogía a la caballeriza y dormía tranquilo.

Cierto día, sin embargo, murió el viejo caballo que tiraba el carro, al llevar el dueño a la villa, cuando él necesitaba

transportar productos que cogía en la huerta, y el patrono resolvió colocarlo en ese servicio.  

Mandó al empleado a buscarlo en el campo, y sujetarlo a la carroza, después dijo:

— Mí caballito, tú ya estás bien crecido y vas a comenzar a trabajar.

Aunque fuera animal de raza, como era dócil, él aceptó sin reclamar. ¡Finalmente, nunca había salido de la casa de campo, y ahora iba a conocer otras personas, otros lugares, tal vez más bonitos!

Pero luego percibió que no era justamente así.

Su vida cambió bastante. Ahora él no podía correr más por los campos, libre, bajo el sol que brillaba allá encima en el cielo. Despertaba de madrugada, comía en una caja y bebía agua en una vasija sucia. El empleado le colocaba las monturas, prendiéndolo a los varones del carro. Tras todo listo, el dueño subía y, con modos rudos, gritaba órdenes, estallando el látigo en su lomo, para que comenzara a andar.

— ¡Eia!... ¡Vamos allá, so perezoso! ¡A camino!...

Cuando él estiraba las riendas, las monturas le herían la boca, y las correas herían su cuerpo. Sin embargo, el caballito no reaccionaba, poniéndose a

caminar más deprisa.    

Ahora sentía el peso del carro cargado. Después, al volver, quedaba bajo el peso de una carga más pesada, transportando las compras hechas por el dueño.

Con el pasar del tiempo, comenzó a quedarse triste. Sentía mucho dolor, pues su cuerpo ahora estaba siempre lleno de heridas. Pero, a pesar de todo, del tratamiento que recibía, a él le gustaba su dueño.

Cierto día, ellos fueron a la villa y el señor tardó mucho en volver. Pacientemente, el caballito aguardaba a su amo en una calle, sin comida y sin agua.

Ya era muy tarde y el hombre no llegaba. De repente, el caballito vio a su dueño que se arrastraba por la calle pareciendo estar muy mal. Después, él cayó y no se levantó más.  

El caballito comenzó a luchar para soltar las monturas que estaban prendidas en un pequeño poste de madera. Hasta que, tras mucho esfuerzo, acabó consiguiendo.

Corrió para cerca del amo, pero, por más que lamiera su rostro, que lo empujara con el hocico, él no se meneaba.

El caballito resolvió llevarlo para casa. La casa de campo no quedaba lejos y, con buena voluntad, lo conseguiría. Entonces, lo agarró con los dientes fuertes, estirándolo por la ropa. El esfuerzo era grande, pero el valiente caballito no desistió. Cuando estaba muy cansado, él paraba; después, proseguía; paraba de nuevo y proseguía...

Venciendo poco a poco la distancia, después de horas ellos llegaron a la casa de campo. Asustada, la mujer del dueño vino corriendo a saber lo que había ocurrido.

Al ver al marido sin despertar y el caballito prendido al carro, con las piernas trémulas de cansancio, entendió todo.

— Tú anduviste bebiendo de nuevo, ¿no es? ¿Cuándo es que vas a aprender que la bebida sólo hace mal? ¡Ve tú estado!...

Aproximándose del valiente animal, le hizo una caricia y dijo:

— ¡Gracias, caballito! Tú mostraste que eres muy inteligente, valiente y fiel.

Después ella le quitó los arreos, dejándolo libre.

Llamó al empleado y juntos llevaron al hombre para casa. Al llegar a la caballeriza, el caballito cayó de tanto cansancio. El empleado le trajo comida y agua a voluntad.

Cuando el amo se recuperó de la borrachera, fue hasta la caballeriza y, al ver a su caballito, que ya fuera un bello animal y ahora estaba todo herido, con el pelo sucio y sin brillo, se llenó de piedad.

— Mi caballito, fui muy injusto contigo, colocándolo para tirar el carro. Y tú me ayudaste, preocupándote conmigo y trayéndome con mucha dificultad para casa. ¡Perdóname! A pesar de mis malos tratos, probaste que te gusto, y te seré eternamente grato por eso.

El amo abrazó al caballo, que lo oía con la cabeza baja, y concluyó:

— A partir de hoy tú estás libre. Y te prometo que no colocaré más ningún animal para tirar el carro. Voy a comprar una camioneta para hacer ese servicio.

El caballito, con los ojos húmedos, se aproximó al amo y lamió sus manos, mostrando su agradecimiento. 

 

                                                                  MEIMEI

 

(Recebida por Célia X. de Camargo, Rolândia-PR, em 8/7/2011.)



                                                         
                          



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