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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 217 – 10 de Julio de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

La gratitud del leproso

 

Cierta ocasión Jesús viajaba con sus apóstoles para Jerusalén, cuando, entre Samaria y  Galilea, él entró en una aldea. (1)

Al reconocerlo, diez leprosos fueron a su encuentro, pero, temerosos en virtud de su condición de enfermo, quedaron lejos.

La lepra era una enfermedad que no tenía cura y que todos temían por sus consecuencias y por las duras leyes que obligaban a los enfermos a ser alejados de sus familias, pues eran considerados impuros. Nadie podía aproximarse a ellos, y eran llevados para el Valle de los Leprosos, localizado en las inmediaciones de Jerusalén, donde tendrían que quedar por el resto de sus vidas.

Entonces, en virtud de la enfermedad, los pobres enfermos sabían que no podían aproximarse a Jesús. ¡Pero, que duda cruel! Sabían también que en el profeta residía la esperanza de quedar curados, una vez que las noticias de la curas que él hubo hecho en otras localidades se esparcía, siendo conocidas por todas las personas.

Entonces, incluso a distancia, ellos comenzaron a llorar y a gritar, implorando:

— ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!

Y Jesús, que los viera y llenándose de piedad por los diez leprosos, sin aproximarse, para no molestarlos, les dijo:

— Id, y mostraros a los sacerdotes.

Despues de esas palabras, Jesús y los apóstoles continuaron su camino.

Desanimados, los leprosos bajaron las cabezas, y también prosiguieron su rumbo, tal vez un tanto decepcionados por haber perdido la oportunidad de ser curados, pues el Maestro nada hubo hecho a favor de ellos o de sus curas, limitándose a mandarlos a buscar a los sacerdotes.

Así, seguían ellos por el camino, llorando y quejándose de la suerte, cuando uno de ellos, que era samaritano, mirando para el propio cuerpo, percibió que estaba limpio. Lleno de sorpresa y de alegría, se puso a gritar:

— ¡Estoy curado! ¡Estoy curado! ¡Jesús me curó! ¡Aleluya!... ¡Aleluya!...

¡Los otros, sorprendidos con el griterío, se miraron y notaron que también ellos estaban libres de las llagas! ¡Sus pieles estaban limpias!...

Y todos se pusieron a cantar y a bailar de alegría en medio del camino. Comieron, bebieron y festejaron. Estaban felices y necesitaban conmemorar la cura.

El samaritano, sin embargo, reconociéndose libre de la enfermedad, dejó que su corazón se llenara de gratitud por Jesús, el profeta que lo hubo curado. Arrodillado, él oró al Maestro, agradecido por haber recuperado la salud.

Entonces, pasados los momentos de alegría, los demás resolvieron continuar el camino, satisfechos. Deseaban retomar sus vidas y contar la novedad a los familiares y amigos, ya que podrían volver a vivir en sociedad.  

El décimo ex-leproso, sin embargo decidió volver para agradecer a Jesús.

Dio media vuelta y retornó sobre sus pasos, rehaciendo el mismo trayecto y tomando el rumbo que el Maestro hubo tomado. Por el camino, a todos los que encontraba, él pedía noticias sobre el paradero de Jesús.

Tanto buscó que acabó encontrando el profeta. Lo reconoció luego, en medio de la multitud que lo cercaba esperando por la cura.

Entonces, el ex-leproso se aproximó, dando gloria a Dios en voz alta, de modo que todos pudieran oír. Después se tiró a los pies de Jesús, con el rostro en tierra, agradeciéndole:

— ¡Maestro, estoy curado! ¡Gracias! ¡Gracias!...

Jesús, que sabía que él era samaritano, esto es, natural de Samaria, pueblo despreciado por los judíos, le preguntó:

— ¿No quedaron limpios los diez? ¿Donde están los otros nueve? ¿No se halló quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?

Y dijo al hombre, a sus pies:
 

— Levántate y ve. Tú fe te curó.  

Jesús quiso mostrarnos, con ese episodio, que la gratitud es sentimiento raro entre los hombres.  

Gran parte de las personas que recibió un beneficio no se acuerda de agradecer.

Así también ocurrió con Jesús, que curó a mucha gente, personas que reconocieron la gran bendición de él recibida, pero no se tiene noticia de que ellos hayan vuelto para agradecer al Maestro.  

Tampoco sabemos, de todos los que fueron curados, cuantos permanecieron sanos, visto que Jesús alertaba a cada uno:

— Ve y no vuelvas a pecar, para que no te ocurra cosa peor. 

                                                                          
                                                             
Meimei


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 28/2/2011.)

 

____________________________________

(1) Adaptada de Lucas, 17:11-19.            



                                                         
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita