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Ano 5 - N° 216 – 3 de Julio de 2011

LEDA MARIA FLABOREA        
ledaflaborea@uol.com.br     
São Paulo, SP (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El buen samaritano
 
En la Parábola del Buen Samaritano, este representaría  al propio Señor Jesús, que vino a curar nuestras heridas morales y a traernos esperanza de felicidad futura


En la cuestión 897, de “El Libro de los Espíritus”, Kardec pregunta a los Espíritus superiores si aquel que hace el bien sobre la Tierra, con miras a una recompensa en el cielo, puede tener su adelantamiento perjudicado, y los Espíritus de luz le
responden que es preciso hacer el bien por caridad, es decir, sin ningún interés. El codificador de la Doctrina Espírita insiste, argumentando que es un deseo natural del hombre progresar para escapar del estado penoso de esta vida, y que los Espíritus nos enseñan a practicar el bien con esa finalidad. Y concluye su cuestionamiento, preguntando si es un mal pensar que, en haciéndose el bien, se debe esperar condición mejor sobre el planeta.

Los Benefactores espirituales responden que no; que no hay mal alguno en pensar así, cuando se hace el bien sin intención oculta, tan solamente por el placer de ser agradable a Dios y a su semejante sufridor. Y concluyen diciendo que aquel que así actúa ya se encuentra en cierto grado de adelantamiento moral, que le permitirá alcanzar más pronto la felicidad que busca, porque lo hace impelido por el calor natural de su corazón.

Ahí está la esencia de la Parábola del Buen Samaritano, contada por Jesús a un doctor de la Ley, cuando este le preguntó lo que debería hacer para heredar la Vida Eterna.

Atento a la pregunta que le hubo hecho, Jesús respondió a su inquisidor con otra pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?” Y el hombre le dijo: “Amarás el Señor tu Dios de todo tu corazón, de toda tu alma, de toda tu fuerza y de todo tu entendimiento y al prójimo como a ti mismo”. “Respondisteis bien”, replicó Jesús. “Haz eso y vivirás”.

Él, sin embargo, queriendo justificarse, preguntó al Maestro: “¿Y quién es mí prójimo?

Prosiguiendo, Jesús le cuenta la historia del buen samaritano. Narra el Maestro que un hombre venía de la ciudad de Jerusalén en dirección de la ciudad de Jericó – centro comercial de la región – cuando cayó víctima de salteadores, que lo dejaron casi muerto.

¿Quién fue el prójimo del pobre hombre que cayó en manos de los salteadores?

Luego, pasó por el mismo camino un sacerdote, que lo ignoró; después, un levita, que no le dio importancia. Sin embargo, un tercer hombre, un samaritano, que estaba en viaje, se condolió del estado de él y lo ayudó, cubriéndole las heridas y derramando sobre ellas aceite y vino. Lo llevó, enseguida, para una hospedería, pidiendo al dueño que cuidara de él. Al salir, dejó algún dinero para las primeras dispensas, garantizando, también, que el le resarciría de otros gastos que tuviese, así que volviese del viaje.

Terminando la historia, Jesús preguntó al doctor de la Ley cual de los tres hombres le parecía haber sido el prójimo a aquel que cayó en las manos de los salteadores. Respondió él que había sido aquel que usó de misericordia para con el herido. Al  oírlo, y concluyendo el asunto, le dijo Jesús: “Ve y faz tú lo mismo”, dejando claro que solamente por la caridad llegaremos a conquistar la Vida Eterna, la felicidad plena.

Si examináramos atentamente la Doctrina de Jesús, veremos que en todos sus principios hay la exaltación de la humildad y la humillación del orgullo. Todos aquellos repudiados por las sectas dominantes, víctimas de la furia de los sacerdotes, de los doctores de la Ley, son los preferidos de Jesús y juzgados más dignos del Reino de los Cielos que los llamados poderosos de su época.

La Parábola del Buen Samaritano es un ejemplo esclarecedor de esa postura del Maestro al colocar dos representantes de la clase de la alta sociedad, que no tenían misericordia en sus corazones, y un samaritano, considerado despreciado y condenado por ellos, por no seguir con rigor las leyes y las costumbres, como figura preeminente de su parábola.

Lo interesante en esa narración es que ella fue propuesta a un doctor de la Ley, que allí estaba para inquirirlo acerca de la vida eterna, con la intención de cogerlo en error contra la Ley.

Vivir no se restringe al movimiento del cuerpo o a la exhibición de títulos

Lo que Jesús deja fijado en su respuesta es que no es necesario ser doctor de la Ley, o un  sacerdote, ni asistir a los cultos o cumplir los rituales de esa o de aquella creencia para tener la vida eterna. Para tanto, basta tener el corazón tocado por el amor, porque aquel que tiene amor ayuda a su prójimo en todo que le sea posible: sea con dinero, o sea moralmente, enseñando a los que no saben, llevando palabras amigas de confort y esperanza a aquel que sufre, o esclareciendo a Espíritus encarnados y desencarnados sobre la vida eterna, por medio de las enseñanzas de Jesús, como samaritanos modernos, aceptando la invitación del Maestro para amar al prójimo como a nosotros mismos...

El gran mérito de la Parábola del Buen Samaritano, recuerda Paulo Alves Godoy ¹, reforzando lo que existe de esencial en la narración, es lo de probarnos que el individuo que se dice religioso, o que sea exponente del sistema religioso oficial, no importa cual sea él, ni siempre es el verdadero practicante de las virtudes que, generalmente, son enseñadas en profusión, pero poco ejemplificadas.

La preocupación de Jesús fue la de mostrar que el vivir no se restringe al movimiento del cuerpo o a la exhibición de títulos, cargos o posición social. Se extiende las esferas más elevadas, a otros campos de realización superior con la Espiritualidad Mayor, en la búsqueda de ser cada día mejores, para que cada vez podamos más ser asistidos por los Espíritus Superiores.

Esta misma escena descrita por Jesús, en la Parábola del Buen Samaritano, se repite todos los días en diferentes sectores de la vida, conforme esclarece Emmanuel, estimado Instructor Espiritual. Dice él que “gran número de aprendices, plenamente integrados en el conocimiento del deber que les compite, tocan a pedir orientación de los Mensajeros Divinos en cuanto a la mejor manera de actuar en la Tierra... La respuesta, sin embargo, está dentro de ellos mismos, en sus corazones, pero temen la responsabilidad, la decisión y el servicio áspero”. 2

La caridad precisa ser desinteresada para tener valor delante de nuestro Padre

Por lo tanto, según Jesús, el prójimo pasa a ser la persona que se avecina a nuestros pasos. Y atendiendo a la invitación del Maestro, preparémosno para ayudar, infinitamente, a un familiar difícil, un superior jerárquico prepotente, un subordinado no cumplidor de sus deberes o que esté en aflicción, o un enfermo del cuerpo a exigir de nosotros más atención, en la medida de nuestras fuerzas, sin desaliento o reclamaciones indebidas, pues ellos serán, sin sombra de duda, la gran oportunidad que el Padre nos concede en beneficio de nuestro propio adelantamiento.

Buscando entender un poco más esa parábola, podemos destacar algunos elementos que acabarán por hacerse blancos de nuestras reflexiones. Uno de ellos dice respecto a la no identificación del hombre asaltado. Jesús no habla de su posición social, de su origen, de su profesión, o de su creencia. Y, aún así, el samaritano lo ayudó.

Tal vez fuera un enemigo suyo, uno de aquellos que lo despreciaban, y, aun así,  él habría tenido el mismo gesto. ¿No enseñó Jesús que es del buen corazón que se coge el bien? ¿No afirmó el Maestro que la caridad precisa ser desinteresada para tener valor delante del Padre Celestial?

Otro aspecto a ser destacado es el siguiente: Jesús hablaba, incontables veces, usando alegorías y símbolos para explicar la realidad espiritual a un pueblo que sólo se preocupaba con la realidad material. Entonces, podemos también entender al hombre herido como siendo la Humanidad terrena, sin valores espirituales, sin libertad, presa a la materialidad, preocupada con todo lo que diga respecto a la conquistas de bienes materiales – transitorios, efímeros – y lejos de preocuparse con los verdaderos bienes, que son los del Espíritu. 

El sacerdote y el levita representarían, ciertamente, los religiosos más preocupados con los intereses de su grupo que con los de la colectividad, que buscan en los principios, dogmas o conceptos religiosos las respuestas para sus aflicciones.

Necesitamos escoger si quedamos con Jesús de cerca, obrando junto a él, o de lejos

Y el samaritano representaría  al propio Jesús, que vino a curar nuestras heridas morales y en traernos esperanza de felicidad futura.

Hay, aún, otro elemento que merece la pena ser destacado: el hospedero de la posada no tenía motivos para confiar en aquel hombre que le garantizó pagar las demás dispensas con el herido, si las hubiera. Y, sin embargo, él confió.

Podemos reflexionar sobre ese tramo acordándonos de cuantas veces oímos o leemos que el Bien genera el bien, siempre. El samaritano ayudó al prójimo sin interés y lo confió al hospedero, dejándole, inclusive, algún valor para cubrir las primeras dispensas. ¿Quién podría garantizarle que el otro, realmente, cuidaría del herido? ¿Y si el dueño de la posada cumpliera el trato hecho, quien podría garantizar que el otro le embolsaría en el caso de tener mayores gastos? ¿Vamos a pensar al respecto?

Así, aprendices que somos todos nosotros del Evangelio Redentor, necesitamos escoger si quedamos con Jesús, de cerca, actuando intensamente junto a él, o con Jesús, de lejos, retardando el avance de la luz, porque “en el Evangelio, la posición neutra significa más pequeño esfuerzo”.³

Todos nosotros ya cometemos engaños. Muchos de nosotros ya nos vimos forzados a reargüirnos de muchas caídas. Y por eso aún ya  tenemos condición de entender la indulgencia, sirviendo a los compañeros que las duras pruebas maltratan, flagelan. Entonces ellos en todas partes, pidiendo socorro, muchas veces silenciosamente.

Sin embargo, a pesar de ser pequeñitos, aún, delante de la Majestad de Cristo, estemos convencidos de que ya podemos vivir felices, atendiendo a la invitación del Excelso Amigo, ayudándolo y ayudando a los incansables benefactores espirituales a sustentarnos en la ejecución de las tareas con las cuales nos comprometemos al Padre.

 

Bibliografia: 

1. GODOY, Paulo Alves. As Maravilhosas Parábolas de Jesus, 9ª ed., Edições FEESP – SÃO PAULO/SP – 2008.

2. EMMANUEL (Espírito). Caminho, Verdade e Vida, [psicografado por] F. C. Xavier – 17ª ed., Federação Espírita Brasileira – RIO DE JANEIRO/ RJ – lição 157.

3. Idem. Fonte Viva, [psicografado por] F. C. Xavier – 31ª ed. – Federação Espírita Brasileira – RIO DE JANEIRO/RJ – lição 126. 

Outra fonte:

SCHUTEL, Cairbar. Parábolas e Ensinos de Jesus- 14ª ed., Casa Editora O Clarim – MATÃO/SP – 1997 – pág. 74.
 


 


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