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Año 5 211 – 29 de Mayo de 2011 

ROGÉRIO COELHO
rcoelho47@yahoo.com.br 
Muriaé, Minas Gerais (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Los muertos son los vivos
del cielo

El Espiritismo rompe los misterios de la muerte y establece la Conexión entre el mundo corporal y el mundo espiritual


 “En verdad, en verdad os digo que, si alguien guarda mí palabra, nunca verá la muerte. Yosoy la resurrección y la Vida; quien cree en mí, aunque esté muerto vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí nunca morirá. ¿Crees tú esto?
- Jesús (Juan, 8:51 y 11:25 y 26.)


Popularmente se dice que jamás alguien volvió para decir lo que es la muerte. Ledo engaño.  Sin mencionar la Codificación Espírita, toda ella fruto de la elaboración de los “muertos”, inclusive con testimonios explícitos en la segunda parte del libro “El Cielo y el Infierno”, eso
no es secreto para nadie más, una vez que los medios ya propagó en sonido e imagen incontables casos de criaturas que volvieron de la “muerte” y narraron con perfectos detalles como se dio tal experiencia...

El Espiritismo desveló ese enigma hace décadas y los recientes “descubrimientos” sólo vienen a ratificar sus postulados, es decir, “llover en mojado”. Por lo tanto, la Doctrina Espírita, cuya principal función es mejorar a las criaturas, revela, también, lo que realmente es la muerte, ofreciendo la irrefutable conexión del mundo corporal con el mundo espiritual.

El Espiritismo probó que la muerte, como sinónimo de cesación de la vida, no existe; ella es tan solamente un cambio de estado de Espíritu, la destrucción de una forma frágil que ya no proporciona a la vida las condiciones necesarias a su funcionamiento y a su evolución. Para más allá de la sepultura, se abre una nueva fase de la existencia, hasta más exuberante. Y no podía ser de otra forma, pues fue Jesús quién afirmó que Él vino a darnos la vida, y vida abundante.

Por todas partes está la vida. La naturaleza entera está mostrándonos, en su maravilloso panorama, la renovación constante de todo. Ningún ente puede perecer en su principio de vida, en su unidad consciente.

La vida del hombre es como el Sol de las regiones polares durante el estío: desciende despacio, baja, va enflaqueciendo, parece desaparecer un instante por bajo del horizonte; es el fin, en la apariencia; pero, después, se vuelve a elevarse, para nuevamente describir su órbita inmensa en el Cielo. La muerte es sólo un eclipse momentáneo en la gran revolución de nuestras existencias; pero basta ese instante para revelarnos el sentido profundo de la vida.

De la separación del alma del cuerpo somático

Acabando el fluido vital, el Espíritu se desprende del cuerpo en un proceso lento de separación de los lazos fluídicos. Sería una especie de desatar los “corchetes” que mantenían el Espíritu prendido al cuerpo. Esta separación comienza antes de la cesación completa de la vida del cuerpo y no siempre termina en el instante de la muerte. Durante el desligamiento, el Espíritu entra en un estado de perturbación que lo imposibilita de discernir lo que está pasando. Ese proceso puede durar horas, meses o hasta años, dependiendo del grado de evolución y del desprendimiento material del Espíritu. Al completar la separación, el Espíritu se ve libre de la esclavitud material y a partir de ahí comienza (nuevamente) la verdadera vida, donde reencontramos a nuestros amigos y a las personas que amamos, y ellos nos felicitan si el exilio material fue provechoso para elevarnos en la jerarquía espiritual.

El Espíritu percibe todo cuanto percibimos: la luz, los sonidos, olores etc.; pero, mientras encarnados, los sentimos por medio de los órganos. En el Espíritu las sensaciones lo sensibilizan de manera general, pues no existen órganos limitadores.  Además de eso, el Espíritu tiene la capacidad de sentir cuando quiere, puede suspender la visión o la audición cuando le convenga; esta facultad está en la razón directa de su superioridad espiritual. Las sensaciones inherentes a la materia, al cuerpo, no se verifican en el Espíritu. No siente hambre, dolor, enfermedades, ninguna sensación causada por necesidad material. Pero, debido a la inferioridad moral, ciertos Espíritus tienen todas las pasiones y todos los deseos que tenían en vida y su castigo es no poder satisfacerlos.

La vida después del deceso corporal

Sería infantilidad creer que la vida espiritual es una ociosidad. Los Espíritus tienen funciones que varían de acuerdo con su grado de evolución; pueden dirigir la marcha de los acontecimientos que concursan para el progreso del mundo, cuando es de alto grado evolutivo, como pueden servir de protectores de las criaturas, aconsejando y guiándolas en la camino del bien. Los trabajos no se restringen a los Espíritus más evolucionados. Los inferiores tienen también su función de acuerdo con su capacitación. Vemos, así, como están lejos de la verdad las enseñanzas y el ceremonial que representan la muerte de forma lúgubre, que más traduce un sentimiento de terror en las personas. Las doctrinas materialistas, por su parte, no eran propias para reaccionar contra esa impresión.

La noche es sólo la víspera de la aurora. Cuando acaba el verano y al deslumbramiento de la Naturaleza va a suceder el invierno taciturno, nos consolamos con el pensamiento de las florescencias futuras. ¿Por qué existe, pues, el miedo de la muerte, la ansiedad pungente, con relación a un acto que no es el fin de cosa alguna? Es casi siempre porque la muerte nos parece la pérdida, la privación súbita de todo lo que hacía nuestra alegría. El espírita sabe que no es así.  La muerte es para él la entrada en un modo de vida más rico de impresiones y sensaciones, y ni siquiera nos priva de las cosas de este mundo, ya que continuaremos viendo a aquellos a quien amamos.

Del seno de los Espacios seguiremos los progresos de la Tierra; veremos los cambios que ocurren en su superficie; asistiremos a los nuevos descubrimientos, al desarrollo social, político y religioso de las naciones y, hasta la hora de nuestro regreso a la carne, en todo eso hemos de cooperar fluidicamente, auxiliando, influenciando, en la medida de nuestro poder y de nuestro adelantamiento, a aquellos que trabajan en provecho de todos.

La situación del Espíritu tras la muerte es la consecuencia directa de sus inclinaciones, sea para la materia, sea para los bienes de la inteligencia y del sentimiento. Si las propensiones sensuales lo dominan, el ser forzosamente se inmoviliza en los planes inferiores que son los más densos, los más groseros. Si alimenta pensamientos bellos y puros, se eleva a las esferas en relación con la propia naturaleza de sus pensamientos. Swedenborg dice con razón: “El Cielo está donde el hombre puso su corazón”.   

Si el mirar humano no puede pasar bruscamente de la oscuridad a la luz viva, sucede lo mismo con el alma. La muerte nos hace entrar en un estado transitorio, especie de prolongamiento de la vida física y preludio de la vida espiritual. En esa ocasión el estado de perturbación será más o menos prolongado según la naturaleza espesa o etérea del periespíritu del “muerto

Libre del fardo material que la oprimía, el alma se halla aún envuelta en la red de los pensamientos y de las imágenes – sensaciones, pasiones, emociones, por ella generadas en el curso de sus vidas terrestres. Tendrá que familiarizarse con su nueva situación, entrar en el conocimiento de su estado, antes de ser llevada para el medio cósmico adecuado a su grado de luz y densidad.

Al principio, para el mayor número, todo es motivo de admiración en ese otro mundo donde las cosas difieren esencialmente del medio terrestre. Las leyes de gravedad son más blandas; las paredes no son obstáculos; el alma puede atravesarlas y elevarse a los aires. No obstante, continúa retenida por ciertos estorbos que no puede definir. Todo la intimida y llena de indecisión, pero sus amigos de allá la vigilan y le guían los primeros vuelos.

Los Espíritus adelantados deprisa se liberan de todas las influencias terrestres y recuperan la conciencia de sí mismos. El velo material se rasga al impulso de sus pensamientos y se abren para ellos perspectivas inmensas. Comprenden casi luego su situación y con facilidad a ella se adaptan. Su cuerpo espiritual, instrumento volador, organismo del alma de que ella nunca se separa y que es la obra de todo su pasado, flota algún tiempo en la atmósfera terrestre; después, según su estado de sutileza, de poder, corresponde a las atracciones lejanas, se siente naturalmente elevado para asociaciones similares, para agrupaciones de Espíritus del mismo orden, Espíritus luminosos o velados, que rodean al recién llegado con solicitud para iniciarlo en las condiciones de su nuevo modo de existencia.

Los Espíritus inferiores conservan por mucho tiempo las impresiones de la vida material.   Juzgan que aún viven físicamente y continúan, a veces durante años, el simulacro de sus ocupaciones habituales. Para los materialistas, el fenómeno de la muerte continúa siendo incomprensible. Por falta de conocimientos previos confunden el cuerpo fluídico con el cuerpo físico y conservan las ilusiones de la vida terrestre. Sus gustos y hasta sus necesidades imaginarias como que los amarran a la Tierra; después, despacio, con el auxilio de Espíritus benefactores, su conciencia despierta, su inteligencia se abre a la comprensión de su nuevo estado; pero, desde que buscan elevarse, su densidad los hace recaer inmediatamente en la Tierra. Las atracciones planetarias y las corrientes fluídicas del Espacio los reducen para nuestras regiones, como hojas secas barridas por el vendaval.

Los creyentes ortodoxos vagan en la incertidumbre y buscan la realización de las promesas de sus líderes religiosos, el gozo de las beatitudes prometidas. A veces es grande su sorpresa; necesitan de largo aprendizaje para iniciarse en las verdaderas leyes del Espacio. En vez de ángeles o demonios, encuentran Espíritus de los hombres que, como ellos, vivieron en la Tierra y los precedieron. Viva es su decepción al ver sus esperanzas malogradas, transformadas sus convicciones por hechos para los cuales de ningún modo los hubo preparado la educación que habían recibido; pero, si su vida fue buena, sumisa al deber, no pueden esas Almas ser infelices por tener sobre el destino más influencias los actos que las creencias.

Los Espíritus escépticos y, con ellos, todos aquellos que se rechazan a creer en la posibilidad de una Vida independiente del cuerpo se juzgan buceando en un sueño. Ese sueño sólo se disipa cuando acaba el error en que esos Espíritus laboran.

Las impresiones varían infinitamente, con el valor de las Almas. Aquellas que, desde la vida terrena, conocieron la verdad y sirvieron a su causa, recogen, luego que desencarnan, el beneficio de sus investigaciones y trabajos.

La manera correcta de encarar la muerte

Muy lejos de ahuyentar la idea de la muerte, como en general lo hacemos, sepamos, pues, mirarla cara a cara, por lo que ella es en la realidad. Esforcémonos por desembarazarla de las sombras y de las quimeras con que la envuelven y averigüemos como conviene  prepararnos para ese incidente natural y necesario en el curso de la vida.

El Universo no puede fallar: ¡su fin es la belleza! ¡Sus medios de justicia son el amor!    Fortalezcámonos con el pensamiento en el ilimitado porvenir... La confianza en la otra vida estimulará nuestros esfuerzos, los hará más fecundos. Ninguna obra de grandeza y que exija paciencia puede ser llevada a buen término sin la certeza del día siguiente. De cada vez que, a la rueda de nosotros, distribuye sus golpes, la muerte, en su esplendor austero, se hace una enseñanza, una lección soberana, un incentivo para trabajar mejor, para proceder mejor, para aumentar constantemente el valor de nuestra Alma…

El conocimiento que nos haya sido posible adquirir de las condiciones de la vida futura ejerce gran influencia en nuestros últimos momentos; nos da más seguridad; abrevia la separación del alma. Para prepararnos con provecho para la vida del Más Allá es preciso no solamente estar convencidos de la realidad de esa vida, sino también comprenderle las leyes, ver con el pensamiento las ventajas y las consecuencias de nuestros esfuerzos para el ideal del bien. Nuestros estudios psíquicos, las relaciones establecidas durante la vida con el mundo invisible, nuestras aspiraciones, las formas de existencia más elevadas desarrollan nuestras facultades latentes y, cuando llega la hora definitiva, como se encuentra ya en parte efectuada la separación del cuerpo, la perturbación poco dura. El Espíritu se reconoce casi inmediatamente. Todo lo que ve le es familiar; se adapta sin esfuerzo y sin emoción a la condiciones del nuevo medio.

Ciertas instituciones religiosas enseñan que las condiciones buenas o malas de la vida futura son definitivas, irrevocablemente determinadas por ocasión de la muerte y esa afirmación perturba la existencia de muchos creyentes; otros temen el aislamiento, el abandono en el seno de los Espacios.

La Doctrina Espírita, que es la Revelación Tercera, hecha por los propios Espíritus que ya habitan el mundo del lado de allá, viene a colocar un “basta” a todas esas aprensiones, una vez que nos traen sobre la vida del más allá (de donde los materialistas proclaman: “Nec plus ultra”) las indicaciones exactas, disipa la incertidumbre cruel, el temor de lo desconocido que nos aterroriza. Con el Espiritismo, pasamos a comprender que la muerte en nada cambia nuestra naturaleza espiritual, nuestros caracteres, nuestras virtudes (e infelizmente nuestros defectos), finalmente, lo que constituye nuestro verdadero “yo”; sólo nos hace más libres, nos dota de una libertad, cuya extensión se mide por nuestro grado de adelantamiento. Aquí y allá, los esperan amigos, protectores, apoyos... Mientras en este mundo lloramos la partida de uno de los nuestros, como si él fuera a perderse en la Nada, por cima de nosotros, seres etéreos glorifican su llegada a la Luz, de la misma forma que nosotros nos regocijamos con la llegada de una criatura, cuya Alma viene, de nuevo, a abrirse para la vida terrestre.

La Doctrina de los Espíritus, entre tantas virtudes, tiene esta más: probarnos, de modo incuestionable y explícito, que los “muertos” son los vivos del Cielo.



 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita