WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 - N° 207 – 1º de Mayo de 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

¡Que susto!

 

Niña egoísta y rebelde, Julieta deseaba siempre que le fueran hechas todas sus voluntades. Como la madrecita, consciente de su papel de educadora dentro del hogar, muchas veces llamara su atención, Julieta quedaba enfadada e inconformada.

Se quejaba de la madre para quien quisiera oír, acusándola de incomprensión y maldad.

— Mi madre es una perversa. No me gusta y yo no le gusto a ella — afirmaba para las amigas.

— Tú estás engañada, Julieta. Conozco a tú madre y tú le gustas mucho — consideraba Márcia, su vecina.

— ¡Pero si ella no me deja hacer nada! Vive creando obstáculo en todo. Ayer mismo, regañó conmigo porque salí con unas amigas.

Nuevamente Márcia, más sensata, replicó:

— Por lo que supe, tú llegaste muy tarde a casa y no habías siquiera avisado a tú madre que ibas a tardar.

Descontenta, Julieta preguntó:

— ¿Y cómo es que tú sabes de eso? Andas entrometiéndote en mi vida?

— Claro que no, Julieta. Tú madre fue a mi casa a buscarte. No sabía donde estabas y quería obtener noticia tuyas. Estaba extremadamente preocupada y a punto de avisar a la policía de tu desaparición.

Avergonzada ante las demás compañeras, Julieta bajó la cabeza, contrariada, percibiendo que ellas daban la razón a su madre.  

— ¡Hum! Si ella hace eso no es por preocupación. Finalmente, ya tengo doce años y sé lo que hago. Desea hacer escándalo para perjudicarme ante los otros. Pero vamos a cambiar de asunto. No quiero hablar más sobre eso.

Y era siempre así. Cuando era posible, no dejaba de hablar mal de la madre, haciéndose de víctima.

Cierto día, Julieta llegó a la casa y no vio a la madre. “Debe haber ido a hacer compras”, pensó. 

Se acomodó en el sofá y conectó la televisión. Quedó entretenida durante horas. Sentía hambre. Sólo entonces recordó que aún no había almorzado. Como estaba acostumbrada a recibir todo en las manos, ni pensó en preparar algo para comer.

El hambre, sin embargo, era mucha. ¿Donde estaría su madre? Hizo un sandwich y comió, de mala gana. Se sentía rebelde. ¿Por qué su madre no había hecho el almuerzo? ¡Cuando ella volviera iba a tener que explicar derechito!

Pero las horas pasaban y la madre no llegaba. Julieta comenzó a estar inquieta. El silencio de la casa incomodaba. Nunca hubo quedado sola antes. El padre, viajero, estaba trabajando, y no tenía hora cierta para volver. Generalmente, llegaba bien tarde y ella no tenía cómo comunicarse con él. ¿Qué hacer?

Llorando, decidió buscar noticias con los vecinos. Nadie supo informar nada. La madre de Márcia intentó tranquilizarla:

— Cálmate, Julieta. Con certeza tú madre volverá inmediatamente.  

— ¿Será? Ella nunca me dejaría sin noticias. ¡Ni una nota, nada!... Estoy desesperada, doña Victoria. Tantas cosas pueden haber ocurrido. ¡Puede haber sido atropellada, secuestrada, si allá! Con tanta violencia que existe por ahí, creo que ella hasta puede estar...

— Ni pienses una cosa de esas, Julieta. Ten confianza en Dios. Tú madre va a volver.

— ¿Sería bueno avisar a la policía? — sugirió Márcia.

— Ya avisé. Quedaron en comunicarme si descubrieran alguna cosa. Necesito volver para casa.

Márcia y la madre la acompañaron para que ella no quedara sola. Julieta estaba exhausta. Se acomodó en un sofá, próximo al teléfono, bajo gran aflicción.  

Dio una cabezada. Despertó con el barullo de la llave en la cerradura. Era su madre que llegaba. Al ver aquella figura tan querida, Julieta saltó del sofá, gritando:

— ¡Gracias a Dios! Mamá, ¡tú estás viva!

La señora sonrió, sorprendida:

— Claro que estoy viva, hija mía. ¿Pero que está pasando aquí? — indagó viendo la aflicción de Julieta y notando la presencia de las vecinas.

Julieta no conseguía hablar. En llanto convulsivo, se mantenía agarrada a la madre, como si temiera perderla. Doña Victoria explicó el porqué de la preocupación de todos, concluyendo:

— Pero al final, ¿dónde estaba usted, Regina?

La madre de Julieta esclareció:

— Necesité acompañar a una amiga  al médico. Como ella no tiene familia en la ciudad, me pidió que fuéramos juntas. El médico diagnosticó un problema serio y la mandó inmediatamente para el hospital. Ella fue sometida a una cirugía de emergencia y está bien. Finalmente, sólo ahora pude volver para casa.

— ¡Que susto me diste! ¿Por qué no me avisaste, mamá? — protestó Julieta, abatida.

— Pero yo avisé, hija mía. ¡Dejé una nota para ti! Aquí encima del armario para que tú la vieras inmediatamente al volver de la escuela. ¿No la encontraste?

— ¡No vi nota ninguna!

— ¡Sin embargo, yo la dejé aquí encima! Ahí donde tú acostumbras a colocar tú mochila. Vamos a buscarla.

Levantaron la mochila, que continuaba en el mismo lugar, nada. Bajo el paño de croché, nada. Dentro de los vasos, nada. Hasta que, espiando detrás del mueble, doña Regina, lo vio. Había caído entre el mueble y la pared.

— ¡Aquí está ella!

Julieta la abrió y leyó: “Querida hija Julieta. Necesito ir al médico con Hortensia, amiga que tú conoces. No tengo hora para volver. No me esperes. Dejé tu almuerzo en el horno. Un beso. Mamá.”     

Al leer el contenido de la nota, Julieta se sintió emocionada. Su madre no se había olvidado de ella. Había pensado en ella todo el tiempo. Ella la amaba. Arrepentida, Julieta corrió para los brazos de la madre:

— Mamá, perdóname. He sido pésima hija. Hoy percibo como debes haber sufrido todo este tiempo; tu preocupación conmigo, que nunca entendí; tú cariño a través de los cuidados diarios, conmigo y con papá...

— Todo eso es amor, hija mía.

— Amor que yo nunca entendí. Solamente hoy, al sentir tu falta, el miedo de perderte me hizo descubrir como tú eres importante para mí. ¡Gracias por todo!

Abrazadas, madre e hija sintieron que una vida nueva comenzaba en aquella casa, con comprensión, entendimiento y mucho, mucho amor.        


                                                                 
TIA CÉLIA    



                                                          
                          



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita