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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 203 – 3 de Abril de 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Tomando una decisión

 

Débora, de sólo siete años, era niña bastante experta y activa. Observaba todo y prestaba atención en todo.

Cierto día, la niña fue con los padres a visitar a los abuelas paternos que vivían en una ciudad próxima.

La llegada fue una alegría para Débora, que le gustaba mucho la abuela Catarina y del abuelo José.

La abuela vino a recibirlos con gran alegría, y ella inmediatamente preguntó:

— Abuela, ¿dónde está el abuelo José?

La abuelita explicó que el abuelo estaba acostado. Él no había pasado bien el día anterior y fue al médico, que recomendó reposo y pidió algunos exámenes.

Preocupado, Gilberto, padre de Débora, fue inmediatamente hasta el cuarto del padre. Lo saludó y, dándole un abrazo, preguntó:

— ¿Qué pasó, papá? ¡Tú me  pareces bastante abatido!

A lo que el viejito respondió risueño:

— Eso no es nada, hijo mío. ¡Bobadas!

—  ¿Cómo una bobada, papá? ¡Tú necesitas cuidar más de tú salud!

— Estoy bien, hijo mío. ¡Pero déjame dar un abrazo a la nieta más linda del mundo! — concluyó, al ver a la niña que entraba detrás del padre.

Abrazó a Débora, y después le contó a ella:

— Tienes una sorpresa guardada para ti en el armario. Es sólo para pedir a la abuela.

— Gracias, abuelo.

Y Débora, curiosa para ver el regalo, ya estaba saliendo del cuarto cuando oyó a su padre decir, muy serio:

— Papá, tú necesitas parar de tomar tus aperitivos. ¡Con seguridad, no te hacen bien! El alcohol altera la presión y puede provocarte un problema más grave. ¿Quién sabe si el malestar que tuviste ayer ya no es consecuencia de eso?

Débora escuchó asustada lo que su padre le había dicho y quedó muy preocupada.

El resto del día ellos lo pasaron en la residencia de los abuelos y, al anochecer, volvieron para casa contentos, tras horas tan agradables. El abuelo José estaba mucho mejor y la abuela Catarina más tranquila.

Algunos días después, intentando encontrar unos documentos, Gilberto ya buscó en toda la casa sin resultado. Entonces, decidió buscar en el lugar más improbable: el armario en la sala donde él guardaba algunas botellas de vino. 

Al abrir el armario él se quedó sorprendido: ¡estaba completamente vacío!

Gilberto se extrañó. ¿Quién habría retirado de allí todas las botellas?

Inmediatamente, fue hasta la cocina, donde la esposa preparaba el almuerzo y le preguntó:

— Vera, ¿fuiste tú que vaciaste el armario de la sala?

— ¡No, claro que no!

— Será que fue la limpiadora?

— No, querido, ella no haría eso sin una orden.

— Entonces, ¿quién fue?

En ese momento, Débora llegaba de la escuela y, entrando en la cocina, oyó la conversación de los padres. Con un poco de miedo, ella confesó:

— Fui yo, papá.

Gilberto llegó cerca de la hija muy enfadado y puso las manos en la cintura:

— ¿Por qué hiciste eso, jovencita?

La niña respondió  temblando:

— ¡Papá, no estés enfadado conmigo! ¡Es que estaba preocupada contigo!

— ¿Preocupada conmigo? ¡Ahora esto! ¿Y por qué?

— Entonces, papá, como tú estabas preocupado con el abuelo José, también quedé preocupada contigo, que eres mi padre. ¡No quiero que también quedes enfermo!

Entonces la chica explicó que, oyendo la conversación entre el padre y el abuelo, creyó que el padre también podía quedar enfermo a causa de la bebida y decidió tirar todo a la basura. Y concluyó:

— Y tiraste todo fuera?

— ¡Lo tiré!...

Y completó, mostrando gran coherencia para una niña de su edad:

— Tras abrir y vaciar las botellas, pues yo no quería que alguien, cogiéndolas de la basura, también quedara enfermo.

Admirado de la lógica de la hija, Gilberto suspiró, recordando los vinos caros que fueron perdidos. Sin embargo, no dejó de reconocer el coraje y la determinación de Débora que hube tomado una actitud, por creer que sería la mejor, aunque pudiera tener consecuencias.   

Gilberto se sentó, cogió a la hija en los brazos, la abrazó y dijo conmovido:

— Gracias, hija mía por mostrarme esa verdad. Tú tienes razón. La bebida alcohólica no hace bien a nadie.

— Entonces, ¿tú no estás enfadado conmigo, papá?

— No, hijita.

La niña respiró hondo y exclamó:

— ¡Menos mal! ¡Después que tiré las botellas, quedé con miedo y pedí a Jesús que me ayudara y me protegiera!...   

                                                        Meimei


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 7/3/2011.)   


 



                                                          
                          



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita