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Año 4 199 – 6 de Marzo de 2011

LEONARDO MACHADO  
leomachadot@gmail.com 
   
Recife, Pernambuco (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Medicina del alma 

En la dinámica de la salud, mucho se ha escrito sobre la medicina del alma; mientras los religiosos se obstinan en pelear con la ciencia, defendiendo sus métodos, los científicos insisten en
ignorar la realidad trascendental


Aquel podría ser un día más de clase en la facultad de medicina, si no fuese por el aprendizaje que de el cogí…

La tarde se iniciaba calurosa, cuando, juntamente con otros compañeros, entré en el ambulatorio del hospital universitario a que me vinculaba. Iríamos a acompañar consultas en el área de la psiquiatría.

La preceptora era conocida nuestra, pues, además de ya habernos suministrado aulas teóricas, lideraba importantes investigaciones en el área de la salud mental dentro de aquella academia. Pero, aunque anteriormente ya tuviéramos la ocasión de observarla en la excelencia científica, particularmente, estaba ansioso para verla actuar en el arte médico.

Esto es porque, durante el curso médico, tuve la oportunidad de observar – infelizmente, dígase de pasada – ejemplos variados de disociación entre el discurso y el hacer. Renombrados profesores nos hablaban de principios bioéticos y, en contra de todo esto, hacían una medicina precaria en ese aspecto. Otros versaban sobre la imperiosa necesidad de mirar el paciente como un todo y, en el canto gregoriano de sus consultas, realizaban una parodia patética de un ver holístico, fragmentando mucho más que integrando.

Todo este escenario, por lo tanto, nos llevaba – por lo menos a mí – a la moderada ansiedad – y, de cuando en cuando, pequeña desmotivación, seamos honestos – delante de las diversas aulas prácticas de que participábamos.

Los minutos, sin embargo, no se hicieron muy lentos y, rápidamente, pude percibir que aquella tarde sería diferente.

– ¿Cómo estás? ¿Te has sentido más dispuesta?

– ¡Ah, doctora! Después que comencé el tratamiento con la señora, me siento mejor. Sin embargo, percibo que la mejora inicial fue mayor y que los últimos tiempos no consigo progresar tanto...

– ¿Has ido a la psicóloga?

– No. Donde yo vivo, sólo hay esto una vez al mes, ¡y cuando hay! Y la ciudad más próxima queda distante. ¡Para conseguir un transporte es una dificultad!

– ¿Y las actividades? ¿Estás trabajando?

– Tampoco. Es muy difícil conseguir algún trabajo por allá...

– ¿Has conseguido, sin embargo, realizar algo de ocio?

– ¡Doctora, para ser sincera, en mi ciudad no hay que hacer! Aún así, he conseguido salir de casa y andar hablando hasta la placita con algunas amigas.

– Y los estudios?

– Gracias a Dios conseguí acabarlos. Inclusive, yo vine a prestar examen aquí en esta universidad. ¿Y la señora sabe que yo pasé?

– ¡Que maravilla! ¿Cual curso?

– Pedagogía.

– ¿Y cuando comenzaron las aulas?

– En verdad, yo sólo pasé, pero no hice mi matrícula...

– ¡¿Como fue esto?!

– No tenía dinero..., ¡¿además de eso, como yo iba a conseguir sostenerme?!

– ¿Por qué no me buscaste? ¿Por qué no viniste aquí? ¡Eso era de la más pequeña importancia! Lo más difícil era pasar y usted consiguió, a pesar de su estado de salud. Usted debería haber venido, nosotros buscaríamos una solución, encontraríamos una forma juntas... ¡¿Y no hay algo que nosotros podamos hacer aún?!

El interés de la médica iba por otros aspectos más allá de los síntomas y de las posologías

Se trataba de una joven pasando por los tristes valles de la depresión. El tratamiento psiquiátrico le había traído mucho beneficio, normalmente porque a los psicofármacos fueron adicionadas gotas medicinales de atención por nuestra profesora. Sin embargo, para ir  profundamente a las raíces del problema era preciso más.

De ahí, el interés de la médica por otros aspectos que iban bastante más allá de los síntomas y de las posologías. Y, por esto, en su semblante había el sentir real, la empatía verdadera, la profunda preocupación con la vida de aquella chica. Mientras que, en la mirada de esta, la emoción de sentirse acogida.

El curso, es bien verdad, no tenía como ser hecho más. La vacante ya había sido ocupada por otra candidata. Otro alguien festejaba la esperanza, mientras nuestra paciente no sabía dimensionar cierto la importancia que habría sido aquella actividad en su vida y, consecuentemente, en su salud.

Sin que nuestra preceptora se diese cuenta, sin embargo, aquel movimiento de interés había movilizado la vida de aquella joven. Y, energía accionada, ciertamente, en el futuro, otros caminos se abrirían en el horizonte de aquella mujer. A partir de allí, ella dejaría de ser una paciente de su dolencia, transformándose, paulatinamente, en agente de su bienestar mental.

Aquella escena simple me dejó una fuerte impresión.

Con la convivencia, sin embargo, otras se sumaron.

En su consultorio, en un armario guardaba medicamentos que eran donados a aquellos que más lo necesitaban. La noble médica guardaba varias muestras gratis – y quizá compraba otros tantos – y las distribuía como verdaderas simientes de esperanza.

En algunas ocasiones, discretamente salía de sus manos el dinero del pasaje para que los pacientes no dejaran de cuidar de la salud por falta de conducción.

Oportunidades otras, el número de consultas era aumentado por necesidad de alguien más ser atendido.

En un determinado momento, un paciente padecía una grave molestia psiquiátrica. El tratamiento lo hizo mejorar sobremanera. Pero, porque faltara algo de más, estando él desempleado, nuestra preceptora arregló algunos contactos y le consiguió un trabajo, ya que la labor dignifica al ser, mejorando, inclusive, las perspectivas de salud. Especialmente, en el caso en cuestión.

– ¡Esta no es la función de ella! ¡El sistema único de salud brasileño, o entonces el gobierno, es que tiene esta obligación! – dirán algunos.

Por descontado que sí.

– ¡Ella no necesitaba hacer todo esto! ¡Ella ya ayuda, contribuyendo con la parcela de impuestos que le compite pagar al estado! – argumentarán otros tantos .

A buen seguro.

Ella, sin embargo, consiguió ver más allá; aprendió a hacer un poco más; conquistó la capacidad de proyectarse en el lugar del otro; se dio cuenta que no se puede esperar solamente...

Para muchos, ella es sólo conocida por sus artículos científicos.

Para las personas que ella atiende, sin embargo, ella jamás va a ser olvidada por sus gestos nobles de humanidad.

Íntimamente, pensaba: ¿cómo argumentar delante de un delirio colectivo?

En la dinámica de la salud, mucho se ha escrito sobre la medicina del alma.

Los religiosos se obstinan en pelear con la ciencia, defendiendo exclusivamente sus métodos. Científicos, a su turno, insisten en ignorar la realidad trascendental.

En esta perspectiva, nuevas técnicas surgen – a veces, un tanto extrañas – prometiendo la cura, a pretexto de ser espirituales, comprometiendo, alguna que otra vez, la credibilidad de la posible unión entre la medicina del cuerpo y la del alma.  

Cierta fecha, estaba yo desarrollando actividades en el ámbito de la Doctrina Espírita, cuando me llevaron, muy entusiasmados, a conocer a determinada persona.

Deseaban presentarme nueva herramienta de la espiritualidad que ellos estaban desarrollando en los mecanismos de asistencia a los Espíritus sufridores y obsesores.   

– Estamos, en el momento – me decía más o menos en estos términos –, yendo un paso al frente en nuestro abordaje. Ahora, realizamos cirugías en el periespíritu (1) de los seres. Hemos conseguido modificar el ADN y los genes espirituales. Con esto, cambiamos el destino, bien como la arquitectura de las obsesiones.

Mientras los compañeros versaban aferrados, sólo me restaba balancear la cabeza como un lagarto, pensando – ¡Dios mío, bendice!

Y porque insistieran para que yo participara personalmente de una de las reuniones y verificara la veracidad de las narraciones hechas, sólo me cupo responder reticente:

– Vamos a ver nuestra posibilidad... – mientras, íntimamente, pensaba: ¿cómo argumentar delante de un delirio colectivo?

Aún sin desear, sin embargo, en otras oportunidades, en otras instituciones que me invitaban, tuve oportunidad de ver – porque eran hechas en público, tras nuestras conferencias – tratamientos de cirugías espirituales que, aunque no fueran exactamente como la descrita arriba, guardaban una deformada semejanza.

Me cuestiono, por lo tanto,  ¿qué sería una medicina del alma?

E, invariablemente, no consigo tener el ejemplo de las técnicas de ADN espiritual como respuesta. Concomitantemente, sin embargo, la imagen de mi profesora gana espacio.

Como cuidar del alma, sino...

Haciendo además de lo que se es obligado – esto es andar dos mil pasos.

Mirando además de un cerebro o de un ser espiritual en desaliño – es decir tener ojos para ver.

Donando y dándose aunque no sea en un templo o en una obra social – esto es caridad.

Colocándose en el lugar del otro – esto es amor.

Fueron justamente estos los ingredientes que un Hombre incomparable enseñó.

Y estas son las herramientas fundamentales para cuidarse del alma.

Lo demás es sólo secundario – cuando no, delirios de la mente humana que siempre ambiciona tener el poder de curar todo.

 

____________________ 

(1) Término espírita creado por Allan Kardec en El Libro de los Espíritus para designar el envoltorio del ser espiritual que lo conecta al cuerpo material. En otras traducciones filosóficas y religiosas, él gana otras denominaciones. En la Biblia, por ejemplo, vamos a encontrarlo en una de las epístolas de Pablo cómo siendo el cuerpo espiritual, el cuerpo incorruptible. 



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita