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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 - N° 194 - 30 de Enero del 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El sueño de Toni

 

Piuuuuiiiii!...

Oyendo el silbido del tren que se aproximaba, Toni salió corriendo de casa. Él vivía en una casa de campo y sentía verdadera pasión por los trenes que pasaban por allí. Siempre que oía el ruido del tren, salía corriendo para verlo. A él no le gustaba estudiar y, a veces, hasta dejaba de ir a la escuela para ver el tren.

Toni admiraba a las personas que veía en

las ventanitas y que le miraban sonrientes mientras el tren pasaba rápido. Él tenía un sueño: pasear en tren.

Ese día, Toni corrió a oír el silbido. No obstante, sorprendido, notó que el tren más adelante disminuía la velocidad hasta parar poco antes de una curva.

— ¿Qué habría ocurrido? — pensó el chico.

Con el corazón saltando, Toni corrió para allá. Llegando cerca, sintió toda la fuerza del tren. ¡Era mucho mayor de lo que él hubo imaginado!...

El maquinista, de uniforme y gorra, volviendo por los carriles, buscaba algo. Toni fue a su encuentro y dijo:

— ¿Puedo ayudarlo, señor?

El hombre levantó la cabeza y lo vio.

— ¡Ah! ¡Tú eres aquel chico que veo siempre al pasar por aquí!

— Es verdad. Me Gustan mucho los trenes — respondió el niño.

— ¿Como es tu nombre?

— Antonio, pero todos me llaman Toni, señor.

— Mucho placer, Toni. Yo soy Jorge. ¡Paso siempre por esta región y la hallo linda! ¡Ah!... Yo me sentiría muy feliz si viviera aquí. Adoro el verde de las plantas, el aire puro, el cielo azul y la paz del campo. Pero estoy obligado a vivir en la gran ciudad, donde nunca veo el cielo. ¡Sólo humo!...

Toni quedó surpreso al oír aquellas palabras. El maquinista prosiguió:

— Al pasar por aquí ayer, perdí una herramienta. Busqué dentro de la cabina y no la encontré. Creo, entonces, que debe haber caído por la ventana.

— No se preocupe, señor Jorge. Voy a ayudarlo a encontrarla  — dijo Toni servicial.

Tras algunos minutos buscando al borde de la carretera, el maquinista miró el reloj:

— Infelizmente, Toni, yo necesito partir. Tengo horario para llegar a la próxima estación y no puedo atrasarme. Lamento, porque la herramienta es de la compañía. Si no la encuentro, tendré que comprar otra, y gano poco.

Toni quedó sorprendido. Viéndolo de lejos, lo juzgaba feliz, rico y sin preocupaciones, pues, en su modo de entender, él debería ganar mucho para trabajar paseando en el tren todo el tiempo con aquel lindo uniforme. Apenado delante de la situación de él, Toni lo tranquilizó:

— Jorge, no se aflija. Ella va a aparecer. Confíe en Dios.

Se despidieron. Luego el silbido avisaba que la locomotora estaba de partida. Las grandes ruedas se pusieron en movimiento y el tren salió, arrancando.

Toni continuó buscando la pieza. Examinó bajo cada planta, cerca de cada piedra. De repente, él la encontró: estaba caída en un agujero, medio cubierta por la hierba.  

El niño volvió para casa y contó a sus padres la aventura de aquella tarde.

En la mañana siguiente, después de las aulas, aguardó el tren con ansiedad.

Piiiuuuuiii... Al oír el silbido, Toni corrió con la herramienta en la mano. Jorge la vio y, con ancha sonrisa, disminuyó la marcha, hasta parar del todo. Descendió contento.

— ¡Tú la encontraste, Toni! ¡Gracias! ¡Estoy aliviado!

Se abrazaron. Jorge dijo que quería conocer la casa de Toni, y explicó:

— Tengo tiempo, pues voy con tren de carga y en ese horario no hay otros trenes.

Toni lo llevó hasta su casa, allí cerquita, y lo presentó a su madre.

— Mi señora, su hijo me ayudó y me gustaría de retribuir el favor, realizando un sueño de él: llevarlo a pasear en tren. Voy hasta la próxima estación, después

vuelvo con un tren de pasajeros. ¡Luego lo traeré de vuelta, si la señora lo permite!...

Ante aquella sorpresa que el nuevo amigo le hacía, el chico lanzó una mirada suplicante para su madre, que estuvo de acuerdo.

Feliz de la vida, con el corazón latiendo fuerte, Toni fue con Jorge hasta el tren. De la cabina del maquinista él miró para la madre, sonriente.

¡Fue un viaje increíble! Encantado, ahora Toni veía el mundo pasar de dentro de la cabina: los paisajes, las plantaciones, los labradores trabajando, los animales en el pasto...  

Al atardecer, él estaba de vuelta todo satisfecho. En la hora de la cena, contó al padre la aventura del día.

— ¿Qué sentiste tú al andar en el tren, hijo mío?

— ¡Me sentí realizado, papá! Y entendí, también, como yo estaba engañado. Al ver el maquinista pasar en el enorme tren, yo pensaba que él fuera muy feliz, mientras yo me juzgaba infeliz por vivir en esta casa de campo, ser obligado a estudiar y a trabajar en la tierra. Sin embargo, Jorge me habló de sus problemas, que la esposa de él está enferma y los hijos no tienen con quién quedarse. Dijo también que, por no haber estudiado, fue difícil conseguir ese empleo.

El padre que era más experimentado, consideró:

— Hijo mío, las apariencias engañan. También yo, en otros tiempos, tuve la ilusión de vivir en la gran ciudad y ser feliz. Sin embargo, por ser analfabeto, no conseguía trabajo y pasé tanta necesidad que resolví volver para el campo, donde nunca me faltó trabajo y donde vivimos en paz. ¡Y Dios nos ayudó tanto que ahora tenemos este sitio y vivimos bien!     

Toni nunca oyó al padre hablar sobre el pasado y, ahora, podía entenderlo mejor.

— Tú tienes razón. Yo aprendí mucho hoy conversando con las personas en el tren. Sentado al lado de ellas, que yo juzgaba felices, percibí que ellas también sufren y tienen problemas como nosotros.

El muchachito se calló por un instante, pensativo, después concluyó:

— Entendí otra cosa muy importante, papá: no es el lugar donde estamos que nos hace felices o infelices, sino como nos sentimos en relación a él — dijo Toni.

Contó que sintió voluntad de ayudar a todas las personas del tren, pero no sabía cómo hacerlo, y reconoció que los padres tenían razón. Él

necesitaba estudiar y aprender, para ser alguien en la vida. Ahí, sí, podría ayudar a los otros y sentirse más feliz.

— Eso mismo, hijo mío — dijo la madre, conmovida. — Entonces, agradezcamos a Dios por todas las bendiciones que nos ha dado: la vida, la salud, la paz y, especialmente, el amor de la familia.     
      

                                                        Meimei


(Psicografada por Célia Xavier de Camargo, en 4/10/2010.)



                                                          
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita