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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 - N° 192 - 16 de Enero del 2011

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Las piedras mágicas

 

Pedrinho era un niño a quién nada le faltaba. Tenía una familia amorosa, madre dedicada, padre comprensivo y hermanos que lo amaban y todo hacían por su bienestar.

Sin embargo, Pedrinho estaba siempre encorajado. Cuando alguien le hacía una pregunta, respondía siempre malhumorado. Al pedir algo a los familiares, era siempre exigente y, si no fuera atendido en la hora comenzaba a gritar, irritado.

Cuando era atendido en sus pedidos, nunca tenía una palabra de agradecimiento, como si todos tuvieran obligación de servirlo. Y cuando hacía alguna cosa equivocada, no se disculpaba.   

El comportamiento de Pedrinho era tan difícil que los familiares y compañeros de la escuela, temiendo sus reacciones, se mantenían un poco alejados de él.

Cierto día, el abuelo Juan llegó y lo encontró triste, sentado en el portón.

— ¿Qué ocurrió, Pedrinho? — preguntó el abuelo.

El niño levantó la cabecita para mirar al abuelo y respondió, desanimado:

— ¡Yo quiero jugar, abuelo, pero nadie quiere jugar conmigo! ¡Mis amigos desaparecieron!...

El abuelo João llevó el nieto hasta un banco que había en el jardín, lo abrazó y volvió a preguntar:

— ¿Por qué será que tus amigos se alejaron de ti, Pedrinho?

— No sé, abuelo.

El señor pensó un poco y dijo:

— Pedrinho, familiares y amigos son valiosos tesoros que Dios nos dio y de los cuales debemos cuidar muy bien. Pero, yo tengo la solución para tu problema.

— ¿Cierto, abuelo?

— ¡Sí! De aquí a algunos días es su aniversario, ¿no es? ¡Pues voy a darte un regalo mágico!

Los ojos del niño brillaron:

— ¿Mágico?... ¡Mágico!... ¿Qué es?

— Tú verás. ¡Aguarda! Ahora, vamos para dentro. Necesito hablar con tu madre. Mientras el abuelo y la madre hablaban tomando un cafecito, la imaginación de Pedrinho corría suelta como el viento. Él estaba curioso por saber que regalo sería ese que el abuelo iría a darle. Intentó descubrirlo, pero nada. El abuelo no dio ninguna pista. Así, fue con gran ansiedad que vio pasar los días que lo separaban de su cumpleaños. Iría a cumplir siete años.

Hasta que el gran día llegó. Pedrinho despertó todo animado. Sabía que ganaría mucha cosa, pero sólo pensaba en el presente del abuelo João.

El abuelo llegó bien tempranito. Traía un lindo paquete de regalo.  

Después de abrazar con inmenso cariño al nieto, él explicó:

— Pedrinho, aquí está tu regalo mágico. Tú deberás cuidar bien de el. Cuando necesites tomar una actitud, acuérdate de consultarlo. Él tendrá siempre la respuesta correcta para tus necesidades. Si así hicieras, el te será útil por toda la vida.

Ansioso, Pedrinho retiró el lazo rojo y rasgó el papel del paquete. Prendió la respiración al ver una linda caja de madera. En verdad, un cofre, con cerradura y llave.  

Impaciente, Pedrinho cogió la llave y la abrió. Para su sorpresa, encontró algunas piedras   

coloreadas; cada una de ellas tenía color y formato diferente, pero todas eran bellas: blancas, rosas, azules, lilas. Ellas eran brillantes y suaves.   

Él quedó encantado. ¡Amaba las piedras!

Cogiendo una de ellas en la mano, vio que tenía algo grabado.

— ¡Tiene una palabra grabada, abuelo!

— Sí, Pedrinho. Tú vas a ver que cada una de ellas tiene una palabra diferente y no menos importante. Son palabras mágicas que te abrirán la puerta del corazón de las personas.

— ¿De verdad?...

— Sí. ¡Puedes apostar!  

Lleno de interés, el niño cogió la primera y leyó:

— Gracias.

En ese momento, él se acordó de que aún no había agradecido al abuelo.

— Gracias por el regalo, abuelo — dijo abrazándolo.  

Después continuó  examinando el contenido de la caja, observando cada piedra, y leyó:

— Disculpe. Por favor. Con permiso. Me gusta usted. Buen día. Buena tarde. Buena noche.  

Leyendo cada una de ellas, Pedrinho bajó la cabeza, entendiendo la intención del abuelo.  

La madre, que observaba la escena, quedó conmovida ante la delicadeza y creatividad de su padre.

Viéndola, Pedrinho corrió para ella:

— Sé que he actuado muy mal, mamá. Discúlpame. Gracias por la fiesta que preparaste para mí.

La madre abrazó al niño con mucho amor.

— Todo lo que hago es por amarte mucho, hijo mío.

Por la tarde, los invitados comenzaron a llegar y Pedrinho quedó en la puerta para recibirlos. Agradecía la presencia de todos con una sonrisa y tan bien se portó que todos se aproximaban a él sintiendo verdadero placer en su compañía.

Y cuando llegó la hora de apagar las vela y todos los presentes cantaron Feliz Cumpleaños, él tenía la seguridad de que realmente sería feliz.

De ese día en delante, el cofre y sus lindas piedras coloreadas jamás se apartaron de Pedrinho.

Aún cuando él creció y fue para la Universidad, aquel cofre siempre lo acompañaba, para no dejarlo olvidar de cómo debería tratar a todas las personas.

 

                                                        Meimei


(Psicografia de Célia Xavier de Camargo, en 3/1/2011.) 

 


                                                          
                          



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita