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Año 4 - N° 190 - 2 de Enero del 2011


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

¿Es posible ser feliz en este mundo?


En este inicio de un nuevo año vale la pena reflexionar acerca de una antigua cuestión: ¿Por qué encontramos en la Tierra tanto sufrimiento?

Tal indagación es más común de lo que se piensa y, también, muy frecuente en la historia de la Humanidad. Así es que vemos en el libro de Jó (3:20 y 23) el gran varón de la tierra de Hus a preguntar al Señor: ¿Por qué fue concedida la luz al miserable, y vida a los que están en amargura de ánimo?

Actualizando la preocupación de aquel que es considerado el símbolo de la paciencia, se pregunta con frecuencia por qué mueren personas en el vigor de la vida, en cuanto enfermos ancianos se debaten durante años en un lecho de hospital.

Las aflicciones humanas y sus causas merecieron de Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo, un capítulo entero – el capítulo V del Evangelio según el Espiritismo – en lo cual él nos habla sobre las causas actuales y anteriores de los problemas que afectan la criatura humana.

Aquí está, de manera resumida, la lección que Kardec nos presenta:

Causas actuales: consecuencias de la conducta y del carácter, imprevisión, orgullo, ambición, falta de orden y perseverancia, mal comportamiento, cálculo de interés y de vanidad, negligencia en la educación de los hijos, etc. Muchas personas, si examinasen lo que han hecho en la actual existencia, concluirían sin dificultad que sus aflicciones son el resultado de sus acciones y podrían dejar de existir si otra tuviese sido su conducta.

Causas anteriores: las que no presentan relación alguna con los actos de la existencia actual y se radican, por lo tanto, en existencias pasadas. En efecto, ¿cómo justificar a la luz del comportamiento actual de una persona la pérdida de entes queridos, los accidentes que nada puede evitar, los contratiempos de la fortuna, los flagelos naturales, las enfermedades de nacimiento y  la idiotez?

Los estudios publicados por Kardec en 1864, cuando dio la lumbre el libro referido, recibió muchas comprobaciones ya en el año siguiente con la edición de su libro El Cielo y el Infierno, que nos presenta una colección extraordinaria de casos, muchos de los cuales directamente relacionados con el pasado espiritual de sus personajes.

El tiempo pasó y décadas después la misma tesis fue reafirmada en las obras de autoría de André Luiz, sobre todo las constantes de la llamada serie Nuestro Hogar. Y en ese medio tiempo, entre el periodo de la codificación y el advenimiento de André Luiz, surgió en el escenario editorial uno de los clásicos de la mediunidad – Memorias del Cura Germano, de Amalia Domingo Soler –, que nos presenta, en su parte final, la emocionante historia del conde Henoch y su guapa mujer Margarita, que envenenó a su propio esposo para, dos años después, casarse con su cómplice. El espíritu del Cura Germano muestra, en el libro, la vida de Margarita en el plan espiritual, donde durante veinticinco años sufrió mucho, y su reencarnación como Fiera, nombre por la cual era conocida la mujer harapienta que, aunque joven, hacía reír quien le contemplase el rostro monstruoso.

El hombre, obviamente, le gustaría ser feliz y verse, de esa manera, libre de cualesquiera aflicciones. Ocurre que el problema de la felicidad humana, que constituye una aspiración válida y natural de la humanidad, no puede ser examinado sin llevarse en cuenta la Ley divina que determina que cada uno debe cosechar en el mundo el resultado de su propia siembra. Una existencia en la Tierra es un pasaje muy corta. El hombre generalmente se olvida de que, animando un cuerpo perecible, existe un alma inmortal. Y por desconocer o despreciar ese hecho es que tenemos situado la felicidad en valores equivocados o en situaciones en que jamás nos encontramos.

El asunto es examinado en la Doctrina Espirita en tres cuestiones sucesivas del Libro de los Espíritus, a saber:

920. ¿Puede el hombre disfrutar de completa felicidad en la Tierra? “No, por eso que la vida le fue dada como prueba o expiación. De él, pero, depende la suavización de sus males y el ser tan feliz cuanto posible en la Tierra.”

921. ¿Se concibe que el hombre será feliz en la Tierra, cuando la humanidad estuviera transformada. Pero, en cuanto eso no se verifica, podrá conseguir una felicidad relativa? “El hombre es casi siempre el obrero de su propia infelicidad. Practicando la ley de Dios, a muchos males forrará y proporcionará a sí mismo la felicidad tan grande cuanto lo comporte su existencia grosera.”

922. ¿La felicidad terrestre es relativa a la posición de cada uno. Lo que basta para la felicidad de uno, constituye la desgracia de otro. Habrá, sin embargo, alguna suma de felicidad común a todos los hombres? “Con relación a la vida material, es la posesión del necesario. Con relación a la vida moral,  la consciencia tranquila y la fe en el futuro.”

El caso Ismalia-Alfredo, narrado en el cap. 17 del libro Los Mensajeros, de André Luiz, comprueba e ilustra la enseñanza contenida en las cuestiones mencionadas. Alfredo, un hombre bien casado y socialmente bien puesto en la vida, puso de repente todo a perder, delante de una decisión precipitada de que después iría arrepentirse amargamente.

El mensaje espirita es, por eso, bastante claro: No podemos perseverar en los errores y en los fracasos del pasado.

Emmanuel, a ese respeto, advierte: “El tiempo no para, y, si ahora encuentras el tu ayer, no olvides que el tu hoy será la luz o la oscuridad de tu mañana”. (Prefacio que abre el libro “Entre la Tierra y el Cielo”, de André Luiz).

Somos, enseña  el Espiritismo,  constructores del nuestro propio destino.

Todo sería para nosotros bien más provechoso si acordásemos que, como Jesús decía, la siembra es libre, pero la cosecha es compulsoria y que, practicando la ley de Dios, a muchos males nos forraremos, proporcionando a nosotros mismos una felicidad tan grande cuanto sea posible en la presente encarnación, según enseña la cuestión 921, arriba transcrita.
 



 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita