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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 - N° 188 - 12 de Diciembre del 2010

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Teatro en la escuela

 

La Navidad se aproximaba. Las personas parecían más amigas, más sensibles y generosas. El recuerdo de Jesús, de su venida al mundo, inundaba los corazones de fe y de esperanza.

Carla, niña de siete años, sin embargo, no se había dejado influenciar por el ambiente de solidaridad. Navidad, para ella, se resumía en recibir muchos regalos caros: ropas, calzados y juguetes.

Había nacido en una casa confortable, tenía padres amorosos y nunca había echado en falta nada. Todo lo que ella pedía el papá compraba. Así, no conseguía evaluar la necesidad de las otras personas.

Cuando un hombre tocaba a la puerta pidiendo un plato de comida, ella lo expulsaba sin piedad.

Cuando una niña pobre pasaba por la calzada y paraba fascinada al ver a Carla juguetear en el jardín, cercada de juguetes caros y lindas muñecas, la niña inmediatamente decía irritada:

— ¿Qué estás haciendo ahí? ¡Vete fuera! ¡Sal de aquí antes que yo llame a alguien!

Y la niña, con lágrimas en los ojos, bajaba la cabeza, y se alejaba triste.

Ese día, alguien llamó a la puerta y Carlinha fue a atender. Era una pobre mujer flaca y pálida, que tenía un bebé en los brazos y parecía andar con hambre.

Llena de asco, con malos modos, Carla preguntó qué quería ella. La pobre madre, con voz humilde, le explicó la situación:

 

— No soy mendiga. Siempre trabajé y tuve un hogar. Mi marido me abandonó y ahora, con el nacimiento de mi hijo, sin poder trabajar, necesité entregar la casa. No tenemos donde quedarnos y estoy pasando hambre. El bebé llora porque mi leche se secó y nada tengo para darle a él. ¡Ten piedad, ayúdame!

— Aquí no hay nada para la señora. ¡Váyase!

— ¡Niña, ayúdame! Llama a tu madre, por favor. Hablaré con ella y, por descontado, entenderá mi problema, porque también es madre – insistió la mujer.
 

Indiferente, sin embargo, a las suplicas de la pobre madre, Carlinha afirmó:

— Mi madre no puede atenderla ahora. Desaparezca antes que yo suelte al perro. La infeliz mujer, viendo que no conseguía sensibilizar a la niña, se alejó desanimada, diciendo:

— Que Jesús la bendiga y que tú, más tarde, nunca pases por lo que estoy pasando.

Carlinha entró. La madre, que estaba para salir, preguntó:

— ¿Quién era?

La niña contó lo que había ocurrido y la madre, con severidad, afirmó:

— Carla, hija mía, tú no debes actuar así. Tenemos que ayudar a los más necesitados. ¿Ya no te expliqué que es para ofrecer siempre alguna cosa a los que llaman a nuestra puerta? ¡Necesitamos dar gracias a Dios porque nada nos falta! ¿Y si fuéramos nosotros necesitar mendigar? Jesús, con mucha sabiduría, enseñó que debemos hacer a los otros todo lo que queremos que los otros nos hagan. Entonces, que esto no se repita.

La niña fue a juguetear, sin embargo quedó pensativa. No conseguía olvidar la imagen de la mendiga y las palabras de su madre.

Al día siguiente, en la escuela, iniciaron los preparativos para la fiesta de final de año. Además de números de baile y música, tendrían también un teatro. La clase de Carlinha haría una dramatización del nacimiento de Jesús.

Fueron escogidos los personajes, las vestimentas, el escenario. Carla, que tenía los cabellos claros y largos, sería María. El niño Jesús sería un lindo muñeco que la niña había traído de su casa.

La profesora explicó bien, después de dar el texto para la lectura:

— Cada uno de vosotros tendrá que colocarse en el lugar del personaje. Realmente “vivir” el papel, como si estuviera ocurriendo en aquel momento.

Carlinha conocía la historia de Jesús, que su madre había contado muchas veces, pero ahora era diferente. ¡Vivir el papel era emocionante!...

Comenzaron los ensayos. A medida que el narrador iba contando la historia, Carla cada vez más se sumergía en el papel. Las ropas, el ambiente creado, la música, todo hacía creer que realmente hubieran vuelto dos mil años atrás.

María y José necesitaron dejar la casita donde vivían, en Nazaret, y hacer un largo viaje, estando María embarazada. Al llegar a Belén, ellos no consiguieron hospedaje. Buscaron en todos los lugares, pero la ciudad estaba llena de gente y las posadas se encontraban repletas. María y José estaban cansados del largo viaje y con mucha hambre.

En ese punto, afligida, sintiendo el drama de María y José, Carla comenzó a acordarse de la pobre madre que ella había expulsado de casa, y se puso a llorar.

José, arreglando las bridas que amenazaba caerse, le dijo:

— Ten confianza, María. Arreglemos un lugar para abrigarnos. ¡El Señor va a ayudarnos!...

Finalmente, alguien, lleno de compasión, les dio una caballeriza como abrigo y, entre las pajas, arreglaron un lecho donde pudieran dormir, en medio de los pacíficos animales que todo observaban.

 

En aquella noche Jesús nació, y fue colocado en un pesebre, forrado de pajas limpias y secas, y cubierto con algunos paños, pues María no tenía ropita para el bebé.

Una vez más, Carlinha se acordó de la pobre mujer y de su bebé lamentando, tardíamente, el tratamiento que les había dado. Como la madre de Jesús, también la mendiga había llamado a su puerta sin recibir auxilio. Ahora Carla comprendía lo que eso significaba. Lo que era no tener donde quedarse, no tener abrigo, ni comida y estar

cansada de tanto andar.

El teatro terminaba con la visita de los Reyes Magos al recién nacido, mientras una música navideña tocaba al fondo.

El día de la fiesta fue un éxito. Todo el grupo fue muy aplaudido, especialmente Carla, que había representado con mucha emoción su papel.

La madre fue a felicitar a la hija, abrazándola con cariño, mientras le decía:

— Nunca pensé que tú fueras asentirte tan emocionada, mi hija. ¡Hasta lloraste!...
— Este teatro fue muy importante para mí, mamá. ¡Tú ni imagina cuanto!

De ese día en delante, Carlinha comenzó a actuar de forma diferente con las personas. Atendía con respecto a todos los que llamaban a la puerta, pero aún no estaba satisfecha. Faltaba alguna cosa.

Un poco antes de Navidad, cerca de la carretera, tuvo una sorpresa: ¡vio a aquella mujer con el bebé en los brazos!

Llena de alegría, corrió para encontrarla, diciendo satisfecha:

— Gracias a Dios, yo la encontré. Hace muchos días que ando buscándola. Reconociendo la niña que la hubo expulsado de casa, la mujer se mostró sorprendida. Carla, sin embargo, la tranquilizó:

— No tenga miedo. Estoy arrepentida y quiero ayudarla. ¡Venga conmigo!

Condujo a la mujer y el niño hasta su casa y dijo a la madre:

— Mamá, esta señora está necesitando de ayuda. ¡No tiene donde cobijarse, y nuestra casa es tan grande!...

La señora, satisfecha, estuvo de acuerdo inmediatamente:

— Claro, hija mía. Tenemos un cuarto en el fondo donde quedarán bien instalados. Además de eso, ella podrá ayudarme en los servicios caseros, sin perder de vista el bebé. Estoy aún necesitando de alguien que me ayude.

La pobre mujer, ante tanta bondad y gentileza, dijo a Carla, emocionada:
— Ni sé como agradecerte, niña.

Carlinha sonrió y afirmó contenta:

— ¡Agradezca a María de Nazaret y a su hijo Jesús!
            


 

                               Tia Célia  

                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita