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Ano 4 - N° 186 - 28 de Noviembre del 2010


 

Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Señales de alarma


El muchacho se accidentó gravemente en un choque entre dos vehículos. Al caer de su moto, el casco se mostró insuficiente para protegerle el cráneo. Días y noches se debatió ante la presencia de la muerte  en una U.V.I. del principal hospital de la ciudad. En casa, todos oraban. Sus familiares parecían unirse para sumar fuerzas y recursos delante del decreto del Invisible, pues temían su partida extemporánea para el otro mundo. “Es temprano aún”, pensaban, todavía no conseguían decirlo.

A medida, sin embargo, que el enfermo se recuperaba, el fervor disminuía y, a los pocos, la casa fue retornando a la normalidad. Con el alta, de nuevo volvieron a las preocupaciones materiales, los proyectos financieros, la despreocupación con los altos objetivos de nuestro pasaje por la Tierra, cosa que debería merecer un poco más de atención en los días en que vivimos.

Lo que ocurre en un simple accidente físico debería ocurrir en los accidentes morales.

Cuando la obsesión, cual una enfermedad insidiosa, golpea en nuestra puerta, la familia necesita ponerse en guardia, juntar esfuerzos y orar mucho, porque, más  peligrosa que una lesión de naturaleza orgánica, la obsesión puede liquidar proyectos nobles y ser la tumba de la más caras aspiraciones.

¿Por qué, entonces, no enfrentarla como un mal que es necesario ser extirpado?

¿Por qué no elegirla como el problema número uno de la familia entera?          

Es de Scheila (Espíritu), por intermedio de la psicografia  de Chico Xavier, la siguiente advertencia:

“Hay diez señales rojos en el camino de la experiencia, indicando una caída probable en la obsesión”:

- Cuando entramos en la línea de la impaciencia;

- Cuando creemos que nuestro dolor es el más grande; 

- Cuando pasamos a ver ingratitud en los amigos;

- Cuando  imaginamos maldad en las actitudes de los compañeros;

- Cuando comentamos el lado menos feliz de esa o de aquella persona;

- Cuando reclamamos aprecio y reconocimiento;

- Cuando suponemos que nuestro trabajo está siendo excesivo;

- Cuando pasamos el día a exigir esfuerzo ajeno, sin prestar la más suave tarea;

- Cuando pretendemos huir de nosotros mismos, a través del alcohol o de la droga;

- Cuando juzgamos que el deber es solamente de los otros.”

Y Scheila así lo concluye:     

“Toda vez que uno de esos señales venga a surgir en tránsito por nuestras ideas, la Ley Divina está presente, recomendándonos la prudencia de ampararnos en el socorro de la oración o en la luz del discernimiento.”

La lección transcrita dispensa comentarios.

La obsesión es una enfermedad moral que sólo alcanza el hombre que le abre las puertas y ventanas  para ella entrar.

Hay, sin embargo, un antídoto para ese inquietante mal, expreso en el apunte siguiente de Eurípedes Barsanulfo (Espíritu), constante del libro Semillas de la Vida Eterna, psicografíado por Divaldo Franco: “A través del Evangelio(…) encontramos el antídoto eficiente  contra su proliferación: el amor”.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita