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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 4 - N° 183 - 7 de Noviembre del 2010

 
                                                            
Traducción
Elza F. Navarro - mr.navarro@uol.com.br

 

La colección de cochecitos

 

A Andrés le gustaba pasear en el barrio donde vivía. Siempre que podía, cogía su bicicleta y salía de casa con el viento tocando en su cara, lo que le hacía muy bien. Se sentía libre, dueño de sí mismo.

Andrés soñaba mismo era aprender a conducir para coger el coche de su padre. Pero, como tenía sólo doce años, no podía hacerlo.

- Cuando tú tengas edad, mi hijo, podrás aprender a conducir. Antes de eso estés contento con tu bicicleta.

Y él suspiraba, pensando que el tiempo tardaba mucho a pasar, y aún tendría muchos años de espera por delante.

Pensando en ello, Andrés dio más una vuelta y volvió a casa.

Llegando cerca de ella, vio el coche de su padre aparcado delante de su casa y, distraído, no se dio cuenta que estaba muy próximo. Admirando el vehículo, al pasar cerca de él rayó la pintura y cuando lo miró había una línea en su lateral.

- ¡Qué rollo…! ¿Y ahora?

Preocupado, pues sabía que su padre se quedaría furioso, Andrés abrió el  portón. Dejó la bicicleta en el fondo, y lleno de miedo, entró en casa.

El padre se encontraba en el salón leyendo el periódico. Él llegó con lágrimas en los ojos, humilde, y dijo:

- Papá ¡Ocurrió una cosa horrible!

- ¿Qué ha pasado Andrés? – le preguntó el padre, preocupado, cerrando el periódico.

- ¡Sin querer, yo rayé su coche!...- y relató a su padre todo lo que había ocurrido.

Inmediatamente, el padre fue a averiguar la avería. Realmente, una fea línea estaba en toda la lateral del vehículo - Andrés, tú has causado un gran perjuicio. Tendré que mandar pintar toda la lateral del coche y eso me costará mucho. Descontaré de tu paga mensual, chiquito, para que aprendas a respetar lo que es de los otros.

Llorando Andrés decía:

- Papá ¡discúlpame! ¡Yo no tuve intención! Y además de eso, mi paga mensual es tan pequeña!...

- Todo bien, mi hijo. De esta vez tú estás perdonado, pero tengas más cuidado, ¿Vale?

- Ahora, fue solamente una raya  en el coche, pero podría ser algo más grave. ¿Y si hubieras herido a alguien?

- Yo lo sé, papá. Reconozco que erré. Eso nunca más ocurrirá, Te lo prometo.

 Entrando en casa, Andrés estaba más tranquilo por tener resuelto el problema. Era como si hubiera quitado un peso de encima. Se sentía contento y animado.

Así, sonriendo, se dirigió a su habitación y, abriendo la puerta, paró sorprendido.

Su colección de cochecitos, de que a él le gustaba tanto, que eran  copias de modelos verdaderos, estaba toda desordenada y algunos estaban tirado en el suelo, y uno de ellos sin las ruedas y otro con la puerta quitada.

Furioso, salió en busca de su hermanito,

que tenía solamente cinco años, y lo encontró jugando con dos amiguitos  en el patio de la casa.

- ¡David! ¿Qué mocoso eres? ¿Quién te lo dio  permisión para entrar en mi habitación y desordenar mis cosas? Y, ¡ peor todavía! ¿En los cochecitos de mi colección?...

- El peque se quedó asustado al ver a su hermano. Y Andrés continuó furioso:

- ¡Y tú no te alegraste en coger mis cochecitos, tú hasta los estropeaste! ¡Mira este que está sin ruedas! ¡Aquel otro sin las puertas!

Muy enojado, Andrés  lo agarró por el cuello, y él se puso a gritar y a llorar:

      - ¡ Mamá! ¡Papá! ¡Ayúdame!...

El peque temblaba, mirando a su hermano que lo sostenía con mucha fuerza.

     - ¡Ahora,  tú vas a pagar, chico!...

Aterrorizados, los amiguitos de él salieron corriendo en busca de ayuda, avisaron al padre que apareció asustado, y, luego enseguida, la madre.

     - ¿Qué se pasa aquí? ¡Suelta a tu hermano, Andrés!

     - ¡Papá, este chiquillo desordenó toda mi colección y estropeó mis cochecitos!  ¡Mirad!

¡Él tendrá que pagarme por todo el daño que hizo!

     - ¡Yo no lo hago más, Andrés, lo siento mucho, discúlpame!- suplicaba el pequeño David llorando.

     - ¡No voy a perdonarte nunca!...

 Oyendo aquellas palabras, el padre saca el peque de las manos de Andrés, abrazándole con mucho cariño y, mira al hijo mayor:

     - ¿Andrés, mi hijo, yo lo he  perdonado hace poco de un perjuicio bien más grande que tú me has causado, y tú no perdonas esa tontería que tu hermano ha hecho? Recuérdate: Jesús dijo que debemos hacer  a los otros todo lo que gustaríamos que los otros nos hicieran.

En ese momento, Andrés se acordó del daño que había hecho en el coche de su padre y bajó la cabeza, envergonzado.

El padre con una expresión severa en la cara, le dijo:

    - Muy bien. Entonces, delante de esto, tú tendrás que pagarme  con tu paga mensual el valor del arreglo del coche. Tú te quedarás muchos meses sin recibir  tu paga mensual, pero seguro que aprenderás la lección.

    - Usted tiene razón, papá. Yo lo sé que actué de manera errada.

Después, llegando cerca del pequeño David, sonrió:

    - David,  nosotros siempre fuimos amigos. Perdóname por tener sido tan agresivo contigo.

     - ¡Pero yo rompí tu cochecito! ¡Yo puedo pagar con esa moneda que gané! – respondió el niño, con los ojos muy abiertos y con una expresión triste en la cara.

     - No te preocupes. Guarda  tu moneda. Puedes dejar que yo mismo lo arreglo. ¡Además de eso, tengo tantos!... Ya que a ti te gusta tanto, voy a darte uno.

Andrés tenía aprendido la lección. A partir de aquel día él se quedó más amigo de su  hermanito y, siempre que podía, ellos jugaban juntos con sus cochecitos.     

                                                    Meimei


(Pagina recibida por Celia Xavier de Camargo en 6/09/2010
.)
 


 

                          



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