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Editorial Português Inglês    
Año 4 172 – 22 de Agosto del 2010


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

 

¿Por qué orar?


Hay personas que no creen, en absoluto, en la validez de la plegaria y así proceden durante toda su existencia, hasta que las pruebas, surgida bajo la forma de enfermedad irreversible o de la ruina en los negocios, abata su orgullo y las lleve a la meditación en Dios.

Cierto amigo que en las horas libres colaboraba con asiduidad en uno de los hospitales de la ciudad, nos relató oportunamente como era el comportamiento de determinadas criaturas de vida abundante cuando, ingresadas en aquel hospital, tenían conocimiento de la gravedad de su enfermedad.

Conocedor de antemano del caso, nuestro amigo sugería al enfermo, en particular, la presencia de un sacerdote para – ¿quien sabe? – el necesario desahogo. La respuesta era, pero, en el inicio, invariablemente desanimada: “¡No creo en sacerdotes ni en ninguna religión!”

Con el pasar de los días, toda enfermedad insidiosa muestra las señales de su dureza y determinación. La familia pasa a rodear al enfermo, los parientes llegan de todos los rincones y, evidentemente, el resultado no se hacía esperar. El enfermo acababa enviando al amigo el esperado recado: “Si el señor quisiera, no me importa la venida del sacerdote”, o sea, cuando la ciencia se revela impotente y el dinero nada más puede hacer, sólo resta recurrir a la religión, como último recurso en la búsqueda de mejores días.

Con las personas de vida más sencilla el hecho pasa de forma diferente. La escasez de recursos y la simplicidad de la vida hacen que esos hermanos sientan, generalmente, en la plegaria un elemento importante en sus vidas y, tal vez, el único recurso delante de las vicisitudes.

La convivencia con familias que viven en la periferia de la ciudad se comprueba eso. Esas personas, no es raro, acompañan la oración con seriedad y gusto. Sí, con gusto, alegría, interés, comprensión. Es que la plegaria sincera transforma nuestro estado del alma y, cuando es fervorosa, nos trae una paz indefinida, asentando por algunos momentos una vida nueva en nuestro campo mental.

¿Por qué la oración conforta tanto?

¿Qué misterio profundo concluye esa comunión que los pueblos más antiguos ya adoraban? El Espiritismo trata del tema con respeto y cariño, al definir la plegaria como siendo un acto de adoración a Dios y, a la vez, una conversación con el Creador o sus servidores.

Siendo un acto de adoración, ella agrada al Señor y nos hace mejores, no requiriendo para eso una forma exterior determinada o una disertación alargada. Su contenido es lo  vale, la actitud de quien ora es lo que importa, conscientes todos nosotros de que la oración debe ser espontánea, objetiva y repleta de sentimientos elevados.

De igual manera como Jesús enseñó, nos propone el Espiritismo que debemos orar en secreto, ya que, tratándose de una invocación y una conversación íntima, ella requiere los mismos cuidados que tenemos cuando desarrollamos con alguien un entendimiento particular.

Enseña Emmanuel: “La plegaria debe ser cultivada en el interior, como la luz que se enciende para el camino tenebroso o como el alimento indispensable en la jornada larga y difícil, porque la oración sincera establece la vigilancia y constituye el mayor factor de resistencia moral en el centro de las pruebas más escabrosas y más rudas”  (O Consolador, pregunta 245).

Hay, como sabemos, varios modelos de plegaria. El Padre Nuestro, la plegaria de Caritas, la oración de San Francisco de Asís, todas son piezas de altísimo valor literario y sentimental. Lo esencial, con todo, no es lo que ellas dicen, sino como las decimos, lo que sentimos al decirlas, la manera, en fin, como las vivimos, sobre todo en el momento de ponerlas en ejecución.



 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita