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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 171 – 15 de Agosto del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El paseo

 

Preocupada con sus quehaceres, la madre corría de un lado para otro, apresurada. Estela era profesora y tenía que trabajar en una escuela del barrio tras el almuerzo. Entonces, necesitaba correr con el servicio doméstico de modo a dejar todo listo.

Movía las sartenes que estaban en el fuego, preparando el almuerzo. Barría la casa y colocaba todo en orden, atenta a los más pequeños detalles de la limpieza. En ese momento, Carla, niña de cinco años de edad, se aproximó y, empujando el pliegue de la falda de la madre, dijo:

— ¿Mamá, vamos a pasear?

— Ahora no es posible, hijita.

Comenzando a llorar, la niña golpeó el pie, exigente:

— ¡Pero yo quiero pasear! ¡Yo quiero! ¡Yo quiero!

La madre, muy atareada, respondió enfadada:

— Tú eres una niña muy malcriada. No mereces pasear. Vete a jugar, Carla, y déjame hacer el trabajo. ¡Sino, tendrás un castigo!

La chica, oyendo las palabras de la madre, abrió los ojos y obedeció, asustada. Con la cabeza baja, llena de tristeza, fue para su cuarto.

Algunos minutos después, Estela pasó por la puerta del cuarto de la hija y decidió entrar, para ver qué estaba haciendo. Encontró a Carla sentada en el suelo. Con la muñeca preferida en las manos, la niña golpeaba el juguete, con rabia, diciendo:

— Tú eres una niña muy mala, ¿estás oyendo? Muy mala, sí. A mamá no le gustas tú. Por eso, no mereces pasear.

En aquel instante, al ver la reacción de Carla con la muñeca, el tratamiento que estaba dispensando a su juguete predilecto, Estela comprendió como había actuado mal con la propia hija, y notó que la pequeña estaba transfiriendo para la muñeca el tratamiento que recibió de ella, su madre.

Afligida, entró en la habitación, se aproximó, cogió a la niña en sus brazos, la colocó de pie con inmenso cariño.

— Hijita, mamá te ama mucho a ti, mucho, sí. Tú eres una niña buena, querida y afectuosa. Disculpa a mamá por las cosas que te dije. A veces los adultos, cuando están llenos de tareas, no saben lo que dicen. A mamá le gustaría mucho pasear contigo, es lo que más querría hacer en este momento. Pero, infelizmente, ahora no puedo. ¿Tú me entendiste hija mía?

La niña, que oía atentamente las palabras de la madre, respondió:

— Entendí, mamá.

— Bueno. Más tarde, cuando yo vuelva del trabajo, vamos a pasear. Y podemos hasta tomar aquel helado de chocolate que a ti te gusta tanto. ¿Qué tal?

La niña golpeó las palmas, feliz:

—  ¡Que bueno, mamá!

La madrecita extendió  los  brazos

para la hija y dijo:

— Entonces dame aquel abrazo bien apretado.

La niña se acercó más a la madre y la abrazó sonriente.

— Mamá, está llegando el Día de las Madres, y tú eres quien tendría que recibir un regalo. Pero el mejor regalo fue el mío: ¡tenerte a ti como mi mamá!

Y Estela quedó muy orgullosa y feliz, por poder conservar el amor de su hija, que no quería perder. 

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita