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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  165 – 4 de Julio del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Árbol bueno, frutos buenos

 

Armando era un niño que, a pesar de la buena educación que recibía en el hogar, estaba haciendo siempre cosas malas.

Le gustaba pelear y vivir provocando a las personas. Destruir sus juguetes y los de los coleguitas, hacía juegos de mal gusto y tenía el hábito de protestar por todo.

Pero, si alguien preguntaba cual era su religión, él respondía sin pestañear:

— ¡Soy espírita!

De hecho, él frecuentaba las aulas de Evangelización en

la Casa Espírita cerca de donde vivía, pero su comportamiento era un terror, perturbando el aula y entretenía a los otros alumnos.

La madre, preocupada, hacía de todo para orientarlo, sin embargo sin resultado.

Cierto día, cansada de recibir reclamaciones y de inútilmente intentar ayudar al hijo, la madre rogó socorro a Jesús. Tras mucho pensar, se durmió.

A la mañana siguiente ella despertó con una idea en la cabeza. Llamó a Armando y le pidió:

— Mi hijo, quiero hacer una ensalada  de frutas. Por favor, ve hasta el patio y traeme algunas naranjas de la bananera.

El niño, sorprendido, replicó:

— ¡Mamá, pero la bananera no da naranjas!

— ¡Ah! Es verdad. Entonces, tráigame manzanas de la naranjera.

Nuevamento, el chico protestó:

— Imposible, mamá. Las naranjas no dan manzanas. Produce naranjas.

Como si estuviese pensando, la madre replicó:

— Bien, entonces me traes un racimo de uvas del aguacate que hay allá en el fondo del patio.

Más sorprendido aún, el niño replicó:

— ¡Mamá, el aguacate no da uvas, sólo aguacates!

A esa altura de la conversación, el niño ya estaba muy preocupado con la madre.

Pero la señora miró al hijo atentamente y preguntó, tranquila:

— ¿Por qué?

— ¡¿Por qué?!... ¡Porque, está claro, cada árbol sólo produce su propio fruto, mamá! — respondió Armando.

— ¡Es verdad! ¡Tú tienes toda la razón! — dijo la madre. — Jesús enseñó que el árbol bueno no produce frutos malos, y el árbol malo no puede producir frutos buenos. Pienso, entonces, que soy un árbol malo.

— ¿Por qué, mamá?  

— ¿Cómo es que aquí en casa, donde somos espíritas, donde tu padre y yo sólo enseñamos el bien, el respeto, y el amor a la personas, tú te obstinas en hacer siempre lo peor? ¿Es eso lo que te hemos enseñado?

Al oír a la madre hablar de aquella manera, el chico entendió que ella  hablaba del comportamiento de él, y empezó a meditar, bajando la cabeza, avergonzado.
 

Después, Armando levantó los ojos y estuvo de acuerdo:

— Tienes razón, mamá. Sé que he actuado mal y voy a buscar corregirme. ¡Tú aún vas a tener orgullo de mí! Vas a ver que es un árbol bueno y que da frutos buenos.

La madre abrazó al hijo con cariño, satisfecha por haber conseguido llegar hasta el corazón de él y, aliviada, agradeció el socorro del Alto que había recibido.                                   
                   

 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita