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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  159 – 23 de Mayo del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Todos los colores son bellos

 

Llegando a la escuela para buscar a su hija, después de las clases, Celeste no pudo dejar de sonreír satisfecha al ver a los niños jugueteando en el patio mientras aguardaban que alguien viniera a buscarlos.

Siete u ocho niños, de ambos sexos, jugueteaban a saltar a la cuerda. Una de cada vez saltaba cantando una canción, mientras otras dos, cogiendo las extremidades de la corda, los movían para que las demás pudieran saltar.

En ese momento un chico se aproximó al grupo, queriendo participar del juego. Al verlo entrar en la fila, Lucia, la hija de Celeste, lo impidió con grosería, diciéndole:

— ¡Tú no! No jugarás con nosotros.

Celeste, sorprendida con la actitud de la hija, no sabía qué pensar. El chico se alejó con la cabeza baja, triste, sentándose en un banco lejos de todos. Celeste se aproximó a él para hablar. Su nombre era Rafael. La señora le preguntó por qué no estaba jugueteando con los otros niños, sin que él notara que ella viera lo que había ocurrido un poco antes.

El chico levantó los ojos melancólicos y respondió con serenidad:
 

— No me dejaron participar del juego, pero no tiene importancia. Ya estoy acostumbrado a eso.

Celeste extrañó encontrar tanta resignación y madurez en aquel niño que aun no había pasado de los ocho años de edad.

— ¿Pero por qué no te dejan jugar con ellos? ¿Vosotros os peleasteis?

Él sonrió tristemente y afirmó:

— ¡No! Es que soy negro y a ellas no les gusto. Dicen siempre que soy feo y sucio a causa de mi color.

Celeste cogió las manos del chico y, llena de cariño, le habló con dulzura:

— Tú eres un niño muy lindo, Rafael. Por dentro y por fuera. No creas lo que ellas dicen. Ellas no saben lo que están diciendo.

Celeste llevó a la hija para casa, sin hacer comentario alguno.

Después del almuerzo, invitó a Lucia a salir. La niña adoraba salir con la madre para hacer compras y, muy satisfecha, se arregló bien.

Entraron primero en una tienda de confecciones. La madre dejó que Lucia escogiese un vestido de su gusto y confeccionado. La niña estaba en duda en cuanto al color. ¡Eran tan bonitos todos ellos! Había vestidos amarillos, rojos, azules, blancos, negros, verdes, rosas… En fin, no sabía cómo decidirse.

— ¡Ah, mamá! ¡Son todos tan bonitos! Creo que me quedaré con aquel lila.

La vendedora empaquetó el vestido y Lucia salió toda feliz, llevando el paquete.

Enseguida entraron en una tienda de zapatos. La misma dificultad para escoger el color. Lucia acabó optando por un lindo zapato de charol negro.

Después fueron a una tienda de juguetes y la niña se quedó fascinada con las pelotas de colores diversos. La madre permitió que ella escogiese una bonita y brillante pelota roja.

Lucia estaba feliz, sin embargo las sorpresas no habían terminado.

Pasaron por una tienda de pequeños animales, donde la niña acostumbraba a parar para admirar a los animales. Había gallinas, bonitos conejos de largas orejas, perros de razas variadas, gatos y hasta un pequeño mono.

La chica miraba admirada para los perritos que, dentro de una pequeña caja, se empujaban.  

La madre la animó:

— Escoge uno, hija mía.

— ¿Sí puedo? – preguntó la chica con los ojos brillantes.

— Claro. Tú siempre deseaste tener un perrito. Escoge uno. ¿Cuál prefieres tú?

Lucia miraba los animalitos sin decidirse. Eran de colores diversos, blancos, negros, marrones con manchas negras, blancos con manchas negras, cenizas. Acabó escogiendo uno que la miraba con ojos tristes.

Volvieron para casa sosteniendo los paquetes y Lucia, con cariño, ponía al corazón a su cachorrito. La niña no paraba

de hablar, eufórica:

— Cuantas cosas bonitas vimos nosotras hoy, mamá.

— ¡Es verdad! ¡Y que colores tan variados!

— Todos tan bonitos, mamá, que yo no conseguía decidirme.

— Los colores de la naturaleza son todos lindos, hija mía, es preciso sólo que sepamos escoger entre ellos. ¿Tú ya notaste que ocurre la misma cosa con las personas?

— ¿Cómo es eso? – preguntó la niña.

— Mira. Existen personas de piel amarilla, roja, blanca, morena, negra, dependiendo de su origen, de donde vienen, ¿entiendes? Por ejemplo, tú amiguita Tomiko es japonesa, por lo tanto de piel amarilla. Carolina es rubia y blanca como la leche. Roberta es morena de cabellos oscuros y Juliana tiene los cabellos rojos como el fuego. Y Rafael tiene la piel oscura, negra. Pero todos son lindos, ¿no lo son?

Lucia, que miraba a la madre, bajó la cabeza avergonzada.

— ¿Qué pasa, hija? – preguntó la madre.

— Sabes mamá, ahora que tú me estás explicando los colores de ese modo, yo puedo entender mejor las cosas.   

Le contó lo que hicieron con Rafael por la mañana y terminó diciendo:

— Ahora entiendo que todos los colores son bonitos y tú siempre dices que todos nosotros somos hermanos, ¿no es?

— Eso mismo, hija mía. El hecho de nacer de este o de aquel color, ricos o pobres, bonitos o feos, es una decisión de Dios, que es nuestro Padre, y que nos ama a todos de la misma manera, porque somos sus hijos.

Al día siguiente, al llevar la hija para la escuela, Celeste constató, con mucha satisfacción, que el primer niño que Lúcia buscó para juguetear fue Rafael y, de lejos, vio la sonrisa de felicidad en el rostro del niño.

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita