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Año 4  159 – 23 de Mayo del 2010

LEDA MARIA FLABOREA 
ledaflaborea@uol.com.br
São Paulo, SP (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Automatismo y cuerpo espiritual

La misma ley de evolución prevalece sobre todos los seres del Universo, sean astros o sean hombres

(1ª Parte)

 

El cuerpo espiritual modela el cuerpo físico que lo representa. Nuestra propuesta, a partir de esa afirmación, es la de destacar que la Ley de Evolución es igual para todos los seres, conectándolos entre sí en dependencia para el crecimiento de todos. Si así es en la sociedad, donde los individuos entregan el resultado de su trabajo a ella para que le devuelva los beneficios y seguridad, más aun podemos notar entre los reinos más pequeños donde cada individuo depende del otro para su crecimiento.

Perdido en el tiempo, el principio inteligente viene plasmando, en su propio vehículo de exteriorización, las condiciones que le facultan – en el plano terrestre y espiritual – el automatismo fisiológico que le permite ejecutar, sin obstáculos, los actos primarios de mantenimiento, preservación y renovación de la propia vida. Tenemos, por ejemplo, la escritura y la lectura que sólo se hacen actividades mecánicas con el entrenamiento en la coordinación de ojos, labios y mano, después de la asimilación del alfabeto. La repetición de los actos es indispensable a su desarrollo. En esa misma base de repetición es que el cuerpo espiritual, a través del nacimiento, muerte y renacimiento – en la vida física y extrafísica – en diferentes experiencias, incorporó todos los conocimientos de la inteligencia a reflejarse en el “cerebro del futuro” por las llamadas actividades reflejas del inconsciente.

El siglo XVIII, encantado con la complejidad de los nervios y con el patrimonio gigantesco que representa la mente humana, Descartes formuló la “teoría de los espíritus animales”  que, concluidos en el cerebro, circularían en las redes nerviosas, atendiendo a los movimientos de respiración, de los humores y de la defensa orgánica sin participación consciente de la voluntad. Elaboró esa teoría observando a los animales que consideraba “máquinas desprovistas de pensamiento”.

Para André Luiz, culturalmente, la inteligencia es seguida por la razón y esta por la responsabilidad. En el transformismo evolutivo, el reflejo precede el instinto que se manifiesta en la actividad reflejada que, por su parte, es la base de la inteligencia manifestada a través del conocimiento adquirido en actividad milenaria de adquisición y transmisión, seguida por la razón y por la responsabilidad.

Preservar el cuerpo es más que un deber

Cuando estudiamos el cuerpo espiritual (Individuo espiritual), no podemos separar automatismo (Fisiología) y herencia (Psicología), porque, a lo largo del tiempo, vemos la conciencia aun latente construyendo sus facultades de organización, sensibilidad e inteligencia, transformando gradualmente toda actividad nerviosa en actividad psíquica.

Concepto de cuerpo  – Conceptuado genéricamente, cuerpo es toda y cualquier cantidad de materia limitada que impresiona los sentidos físicos, que modelan fuerzas animadas o no, al impulso de principios vitales, anímicos y espirituales. Estadio físico por donde transita el elemento anímico en la larga jornada en que busca a la perfección, en la cualidad del espíritu puro.

Préstamo divino, es instrumento de la evolución espiritual en la Tierra. Lentamente, en el transcurrir de los tiempos, va abandonando las construcciones orgánicas groseras por contornos y funciones más útiles a las experiencias futuras. Nuestro cuerpo aun es hoy, en el decir de Joanna de Ângelis “laboratorio de experiencias por las cuales los Constructores de la Vida, hace milenios, vienen desarrollando posibilidades superiores para culminar en conjunto aun más perfeccionado y sano”.

Preservar el cuerpo es más que un deber. Es compromiso elevado del cual nadie se liberará. Amarlo, preservarlo y utilizarlo con nobleza es tarea que nos cabe, sin cansancio, para nuestro propio bien. Paulo de Tarso nos recuerda bien ese compromiso en la Primera Epístola a los Tesalonicenses, 4:4, cuando escribe: “Que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo en santificación y honra”.

Pequeña Histórica –  La Paleontología hizo, en 1950, la clasificación actual para los homínidos fósiles, simplificando todas las anteriores, en un único Homo, distribuido en tres clases: transvaalensis, erectos y sapiens, posibilitando con eso nuevas investigaciones y descubrimientos.

El pensamiento filosófico, desde sus principios, siempre tuvo como preocupación el problema de la evolución del hombre. De la filosofía griega que todo reducía a la incesantes transformaciones, mediante las cuales las especies vivas eran mutables, hasta Spencer con una visión más amplia de la evolución, y pasando por la “selección natural” darwiniana, no se puede negar los conceptos evolucionistas, comprobados hoy por la ciencia, en los diferentes campos en que se exterioriza.

Papel del Espíritu en las exteriorizaciones somáticas

 “Merece examinar, sin embargo, que al principio espiritual, en las sucesivas reencarnaciones, se debe la transmisión a las formas más groseras, de las necesidades psíquicas, que imponen el surgimiento de órganos y caracteres nuevos a transmitirse por hereditariedad y se fijaran, prosiguiendo el proceso evolutivo incesantemente.” Esa afirmación de Joanna de Ângelis en el libro Estudios Espíritas, Cap. 5, psicografiado por Divaldo Pereira Franco, nos hace comprender que, al principio, el Espíritu se encontraba en atrasada expresión, utilizando la forma simio en transición para fijarles implementos nuevos: la función precede el órgano y la función procede del Espíritu que modela las nuevas formas de que necesita para crecer y producir experiencias no conocidas.

A medida que la forma se perfecciona, Espíritus Superiores le imponen otros atributos que, a través de los milenios, dan forma al cuerpo que, hoy, aun sirve de morada al Espíritu que plasmará nuevas formas con las cuales la Humanidad continuará progresando.

Joanna de Ângelis aun nos regala con el siguiente pensamiento, extraído del mismo libro, citado en el referido capítulo: “Al Espíritu que es el ser, se deben las exteriorizaciones somáticas que constituyen el no ser”. Se hace claro, así, entendamos cuerpo físico  como reflejo del cuerpo espiritual.

Perfeccionada a través de largo periodo, esa evolución obedece, por lo tanto,  a un Plano Mayor. De esa manera, el cuerpo físico recibe orientaciones del Espíritu, desde actos reflejos   (por ejemplo, quitar la mano delante del fuego), hasta intelectuales, y este recibe de aquel las impresiones del mundo material a través de los órganos de los sentidos.

El cuerpo es un ser vivo formado por la unión de células que, reunidas, forman tejidos, órganos, y cuando varios órganos realizan el mismo trabajo, tenemos un sistema.

Las células varían de forma y tamaño, pero se unen como hermanas unas a las otras, según una voluntad orientadora que las asocia para la misma función y las gobierna.  En el decir de André Luiz, son “piezas electromagnéticas inteligentes, en máquinas electromagnéticas superinteligentes”. Atienden con precisión matemática a esa voluntad que es la inteligencia, sea ella simple o compleja, recordando en esas formaciones la superposición de ladrillos.

Las células y su sumisión al sistema nervioso

Es importante acordarnos que, según la Biología moderna:

-         la célula es la sede de todas las reacciones metabólicas del organismo;

-         se origina de células pre-existentes, pues no hay generación espontánea;

-         contiene el material hereditario por medio del cual las características específicas son transmitidas de la célula-madre para la célula-hija.

-          forma  los órganos y esos son cercados por el sistema nervioso  que, sumado al control hecho por las hormonas, realizan el funcionamiento ideal para  la preservación de la vida normal.

De esas organizaciones celulares, la que presenta función más compleja y extremadamente  delicada es la célula nerviosa o neurona que, dividida en funciones específicas, cuida, de un lado, de la vida de relación, volcada para actividades conscientes a través de los órganos de los sentidos; y, de otro, para las actividades autónomas que comanda, fuera de la acción de la voluntad, el sistema circulatorio, respiratorio, digestivo, por ejemplo. Ese conjunto de nervios y ganglios forma los plexos que corresponden, en el periespíritu, a los Centros de Fuerza. (En Medicina ejes de músculos y vasos también son considerados plexos.)

La repetición automática del trabajo para la ejecución de las tareas a las cuales las células son obligadas, por la inteligencia, para mantener el funcionamiento a la preservación de la vida, caracteriza el automatismo celular.

A través de complejos eléctricos y electrónicos, el cuerpo humano es auto reparador. Archivo de microfotografías en los centros de la memoria, puede ser equiparado a una construcción que, por las técnicas de miniaturización, con que se elaboran los ordenadores, esos departamentos ocuparían más o menos un área de 160.000 kilómetros cúbicos, con informaciones de una única reencarnación. Las células son, de esa manera, bajo mando de la mente, sometidas al sistema nervioso, y eso les da un tenor de saturación tal que explica las demostraciones de materialización mediúmnica. Es un estado de estrés que hace que el cuerpo del médium exteriorice esa energía (ectoplasma) que, manipulada por una mente externa (Espíritu), toma la forma plasmática deseada por esa mente, para el objetivo en cuestión.

(La conclusión de este artículo será publicado en la próxima edición de esta revista.)

 

Bibliografia:

ÂNGELIS, Joanna de (Espírito). Estudos Espíritas. (psicografado por) Divaldo Pereira Franco. 3ª ed. Rio de Janeiro: FEB, 1983. Cap. V.

LUIZ, André (Espírito). Evolução em dois Mundos. (psicografado por) Francisco Cândido Xavier. 11ª ed. Rio de Janeiro: FEB, 1989, 1ª parte, Cap. IV a VIII.

_____________________Sexo e Destino (psicografado por) Francisco Cândido Xavier e Waldo Vieira. 16ª ed. Rio de Janeiro: FEB, 1996, 1ª parte, Cap. I, págs. 13 e 14, Cap. III, págs. 25 e 26, Cap. X, págs. 105 a 111.

PIRES, J. Herculano – Agonia das Religiões. 4ª ed. São Paulo: Paideia Editora, 1994, Cap. IV.
 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita