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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  158 – 16 de Mayo del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La parte de cada uno

 

Doña María era una madre amorosa y llena de cuidados con sus hijos Fernanda y Rogério. Sin embargo, por más que hiciera, ellos nunca estaban satisfechos.

Crecieron exigentes y deseando cada vez más. Todo lo que sus compañeros compraban, ellos también lo querían.  

La familia no era rica, y los padres de Rogério y de Fernanda luchaban para darles todo lo que deseaban. A pesar de todo ese esfuerzo, ellos se negaban a colaborar en casa, aunque vieran a la madre llena de trabajo.

Un día, doña Maria no consiguió levantarse de la cama. Como siempre era ella quien despertaba a los hijos para ir a la escuela, ellos perdieron la hora y llegaron atrasados.

Cuando volvieron  para  casa a la hora del

almuerzo, no había comida. Sin entender lo que estaba ocurriendo, buscaron por la casa y encontraron a la madre aun acostada.

— ¿Qué ocurrió, mamá? – preguntó Fernanda.

— No recuerdo bien, hija mía. Creo que es gripe. Después estaré buena nuevamente.

Rogério, con cara de enfado, protestó:

— ¿Y el almuerzo? ¿Quién va a hacer la comida? ¡Tengo hambre!

El padre que apareció en la puerta en aquel instante, informó:

— Hoy vamos a comer pan con manteca y té. Mañana tomaremos decisiones, si tú madre continua enferma.

Fernanda cruzó los brazos y replicó:

— ¿Sólo eso? ¡No voy a comer!

Con calma el padre respondió:

— Entonces, no comas. Pero queda sabiendo que no tenemos nada preparado en casa, hija mía, y yo no puedo cocinar porque tengo que volver inmediatamente para el trabajo. Si quisieras cocinar, hazlo si lo deseas.     

Fernanda encogió la cara y salió pisando duro. La verdad es que ella no había aprendido a cocinar y el padre sabía eso.

Después del almuerzo, el padre dijo, al despedirse:

— Hijos míos, llevad la comida para vuestra madre y, antes de estudiar, lavad la vajilla. Hasta más tarde.

Rogério llevó una taza de té con bizcochos para la madre. Al volver, se encontró Fernanda delante de la pila repleta, sin saber qué hacer.

— ¡Es mucha vajilla sucia! - protestó

— ¡Nunca pensé que hiciéramos tanta desorden!  —  exclamó  Rogério. —  Pero, vamos  allá.  Si  nosotros  tenemos  que

 enfrentar esa suciedad, que sea inmediatamente.

Como no supieron como hacer el trabajo, a ellos les llevó varias horas. Al terminar, estaban exhaustos. Sin embargo, la casa estaba tan desordenada que decidieron hacer un arreglo: tenían que barrer la casa, recoger la ropa sucia, echar agua en las plantas y planchar la ropa.

— ¿Cómo mamá consigue hacer todo eso? – se preguntaban.

Cuando terminaron el trabajo, no tenían ánimo para nada más. Felizmente el padre llegó con compras.  

Tras el trabajo, había pasado por el supermercado y había traído legumbres y verduras para hacer una sopa, además de frutas y pan fresco.

— Venid a ayudarme en la cocina, hijos míos. Limpiad las verduras y cortad las patatas y las zanahorias.

Aunque de mala gana, pues estaban cansados, ellos no podían negarse.

La sopa del padre estaba deliciosa. La madre también comió con ganas. Poco a poco ella se fortalecía.

Tres días después, María se levantó de la cama. Estaban en la víspera del Día de las Madres.

Cuando Rogério y Fernanda vieron a la madre de pie, con apariencia mucho mejor y caminando para la cocina, se sintieron felices. En verdad, durante esos tres días trabajando duro en la casa, ellos pudieron entender mejor el esfuerzo que la madre estaba haciendo hace tantos años, y sin protestar.

Corrieron hacia ella y la abrazaron, mientras Fernanda decía:

— ¡Mamá! Estamos contentos que ya estés bien de salud. Sólo ahora pudimos comprender mejor como tú trabajas.

— ¡Es verdad, mamá! — afirmó Rogério. — De hoy en delante, vamos a ayudarte en todo. Sólo ahora entendemos como fuimos pesados en esta casa, nunca colaborando ni esforzándonos para realizar un trabajo, por menor que fuera. Somos miembros de esta familia y tenemos que cumplir nuestra parte.

La madre sonrió mirándolos con cariño:

— Vosotros son mis hijos queridos y todo lo que hice para vosotros lo haría de nuevo, con el mayor placer. Pero, no rechazo la ayuda que queráis darme. Al contrario, y quedo feliz de haber llegado a esa conclusión, es decir, que debimos apoyarnos mutuamente.  

Más tarde, cuando el padre llegó para el almuerzo, encontró a Maria en la cocina haciendo el almuerzo. Los hijos aun no habían vuelto de la escuela.

No tardaron mucho, Rogério y Fernanda entraron en casa con un lindo ramillete de flores. Mientras María se limpiaba las manos en el delantal, emocionada, ellos extendieron las manos e hicieron la entrega del regalo.

— Mamá, para ti. ¡La mejor madre del mundo!

Ellos se abrazaron con amor. Sabían que ahora, gracias a Dios, todo sería diferente.

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita