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Año 4 155 – 25 de Abril del 2010


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

Es preciso repensar el modelo de los congresos espíritas 
 

Nadie de bueno sentido, en nuestro medio, negará la importancia de los congresos espíritas para la vitalidad del movimiento espírita, el intercambio de experiencias y la fraternidad entre personas que enfrentan en sus ciudades dificultades y problemas semejantes.

Años atrás la prensa espírita registró una interesante polémica acerca de uno de los puntos relacionados con la realización de los congresos: su coste financiero. En los lugares donde ellos se desarrollan, las llamadas tasas de participación o inscripción han sido cada vez más altas, hecho que, según la opinión de muchos, impediría la participación en esos eventos de los compañeros menos dotados. Los congresos se restringirían entonces a un pequeño grupo con condiciones de adquirir pasajes de avión, hospedarse en hoteles caros y, aun, pagar tasas cada vez más elevadas.

La polémica se instaló e inmediatamente aparecieron las voces de los que defienden el modelo que viene siendo adoptado, alegando que los costes financieros para la organización de esos eventos son muy altos y que cabe a los espíritas, solamente a los espíritas, el deber de costearlos. Si el hecho impide la participación de los compañeros de más pequeñas posesiones – dicen ellos –, el problema no transcurre del montante de esos gastos, pero, sí, del poder adquisitivo de la población brasileña, por cuanto la mayoría de los brasileños vive efectivamente con rendimientos bien diminutos.

Entendemos que ambas proposiciones tienen fundamento, pero es innegable la marginalidad de compañeros valerosos que, debido a la imposibilidad de cargar con tales dispensas, quedan y continuarán quedando excluidos de los congresos espíritas, como los que han sido realizados últimamente por diversas federativas estatales y aun por la FEB.

¿Cuál sería entonces, la solución?

En primer lugar, sería interesante examinar el modelo adoptado históricamente por las llamadas Semanas Espíritas y por los encuentros estatales de jóvenes espíritas, algo que marcó época en los años 60 del siglo pasado, especialmente en el Sudeste de Brasil.

Las acomodaciones en alojamientos improvisados en escuelas públicas o en las propias residencias de los espíritas, el transporte en autobús fletado por grupos de participantes y una mayor simplicidad en la organización de los encuentros, aliados a campañas de promociones en que en las diferentes ciudades comprendidas por el evento se buscaban recursos para costear parte de los gastos, he ahí ideas que podrían, con toda la seguridad, permitir la presencia en los congresos de personas de reducidas posesiones pero que, como participantes del trabajo efectivo realizado en los Centros Espíritas, mucho tienen que ofrecer al debate de los temas propuestos.

El local podría también ser más sencillo. En vez de un centro de convenciones que, además de caro, acoge a pocas personas, ¿por qué no un gimnasio de deportes bien equipado, como se ve, de ordinario, en las presentaciones de los grandes artistas del país?

La entrada debería facilitarse al público, sin cobro alguno, aceptándose evidentemente la contribución financiera de aquellos que, pudiendo hacerlo, sumarían al fondo común obtenido en las campañas sus propios recursos.

En un gimnasio de deportes, con capacidad para cuatro, cinco mil personas, habría siempre espacio para que el público simpatizante pudiera comparecer y también usufructuar las enseñanzas transmitidas por nuestros oradores.

El mensaje espírita vino, como sabemos, para todas las personas. Pero, ¿cómo ella llegará a un mayor número, si es tan difícil y costoso participar de sus eventos más significativos?

Otro punto que ya se discutió mucho en el pasado, y continúa actual, se refiere a la selección de los temas. Se ha notado en algunos congresos una preocupación excesiva con la imagen externa del movimiento espírita, la única explicación capaz de justificar el nivel de sofisticación de ciertas programaciones que llegan a veces al absurdo, pareciendo hasta, en determinados casos, que no se trata de un congreso espírita, tal es el distanciamiento entre los asuntos programados y la realidad en que viven el pueblo y las Casas espíritas.

Los temas deberían ser llevados a partir de los Centros Espíritas, de sus carencias y necesidades. Obviamente, debe haber lugar y tiempo para todo, pero no podemos dirigir los esfuerzos de un congreso de grande porte para los intereses de un diminuto grupo, de una pequeña élite, única capaz de comprender la terminología y los conceptos registrados en determinadas conferencias, mientras la mayoría de la población brasileña sigue sin saber  ciertamente lo que es Espiritismo y cuáles son sus diferencias en relación a la Umbanda y a la religiones africanistas.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita