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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 152 – 4 de Abril del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La charlatana

 

Patricia, una niña de ocho años, era muy habladora. Le gustaba esparcir todo lo que veía o lo que las personas hablaban. Se quedaba observando lo que ocurría a su alrededor e lo interpretaba a su modo, sin preocupación de saber si era cierto aquello que ella juzgaba que era.

Ella llevaba noticias de un lado para el otro, y lo que oía de una persona pasaba inmediatamente para la otra, fuera compañera, vecina o pariente. ¡De ese modo, ella producía mucha confusión!

La madre siempre la alertaba para el grave defecto de hablar demasiado:

— ¡Hija mía, actuando así tú estás cavando un agujero bajo tus pies! Después, no

tendrás ningún amigo más.

Y así fue. Cierto día, Patricia fue para la escuela y aun ni había comenzado el aula, cuando ella vio a Fernanda con un apuntador coloreado muy bonito igualito al de Márcia. Entonces, ella no tuvo dudas: contó a la profesora, en voz alta, que Fernanda había robado el apuntador de la compañera.     

Indignada, toda la clase quedó contra Fernanda, acusándola también. ¡Fue el mayor tumulto!

Fernanda lloraba y decía que era inocente, pero nadie la creía. En ese momento, Márcia, que se había atrasado, entró en la sala y encontró aquella confusión. Al saber cual era la razón del tumulto, explicó:

— ¡No es verdad! Hubo un engaño. Fernanda no robó nada. Fui yo que, sabiendo  cuanto le gustaba a ella mi apuntador coloreado, ¡le di uno igualito de regalo!       

Los alumnos se disculparon con Fernanda, que lloraba, sintiéndose humillada ante toda la clase. Después, muy enfadados con la actitud de Patricia, se alejaron de ella, no  considerándola más como amiga.

Aquel día, Patricia llegó de la escuela muy triste y su madre, preocupada, quiso saber la causa de tamaña tristeza.

— ¡Ah Mamá! ¡Tú ni te imagina! ¡Mis compañeros están todos enfadados y no quieren hablar más conmigo! — dijo la niña, llorosa.

— ¿Y por qué hija mía?

— Ayer hubo una confusión en la clase y la culpa fue mía — y Patricia, con lágrimas, contó a la madre lo que había ocurrido.  

— ¡Hija mía! Cuando la gente habla demasiado acaba creando problemas y enemistades. Y acusar a la compañera de robar fue muy grave, Patricia — dijo la madre, seria.  

— ¿Y si fuese verdad, mamá?

— Aun así, tú deberías hablar primero con la persona que piensas que está en un error. ¿Tú conoces la historia de los tres monos sabios? ¿No? Pues dicen que las imágenes de los tres monitos ilustran la puerta de un templo antiguo, en una ciudad de Japón. Voy a mostrártelo.

La madre fue a buscar la imagen que tenía guardada y se la mostró a la hija.

— ¡Ves, Patricia! La imagen de ellos significa: no oiga el mal, no hable del mal y no vea el mal.

La niña pensó un poco y preguntó:

— Mamá, pero... y se oímos o vemos algo mal, ¿no podemos avisar a las personas?

— Depende. Si el error de la persona sólo le perjudica a ella misma, es un problema de ella. Si, sin embargo, ese error puede perjudicar a personas inocentes, entonces no estamos impedidos de avisar a quién pueda ayudar.                     

— Entendí, mamá.

— De cualquier modo, Patricia, sería hasta un error mirar todo color de rosa. No estamos impedidos de ver el error, sino de comentarlo, por una cuestión de caridad para con el prójimo. Lo importante es que, viendo u oyendo algo equivocado, podamos aprender, no cometiendo el mismo error que otra persona cometió.

— Todo bien, pero y ahora, mamá, ¿qué hago yo??

— Piensa. Si tú estuvieras en el lugar de tú compañera Fernanda, y ella en tú lugar, ¿que te gustaría que ella te hiciera?

La niña pensó un poco y respondió:

— Me Gustaría que ella me pidiera disculpas ante toda la clase.

— Bien pensado. Entonces, actúa de igual manera para con ella.

Al día siguiente, Patricia fue a la escuela y, delante de toda la clase reunida, ella se dirigió a la clase, con coraje, y dijo:

— Fernanda, ayer yo me equivoqué acusándote, sin saber se era verdad o no. Lamento lo que ocurrió y te pido perdón. Estoy avergonzada. Eso nunca más va a pasar. Aprendí una lección. De hoy en delante, quiero vivir bien con todos y nunca más voy a hablar demás.

Fernanda se levantó y fue hasta la compañera. Después, la abrazó diciendo:

— Todos nosotros nos equivocamos, Patricia. Lo importante es mantener nuestra amistad.

Patricia sonrió, agradecida, delante de la generosidad de la amiga.

— Podéis creerlo. Aprendí la lección.
 

Y, con buen humor, imitó a los monitos, reproduciendo con las manos los gestos como si dijera: no oigo el mal, no hablo el mal y no veo el mal.


  
                                                                
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita