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Año 3 149 – 14 de Marzo del 2010

RENATO COSTA                                        
rsncosta@terra.com.br                              
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El Bien y el Mal 

(Parte 2 e final) 

Nos libraremos del mal instruyéndonos y practicando la caridad cristiana. El estudio nos permitirá discernir lo que está en concordancia con las leyes de Dios y lo que no está 


635. De las diferentes posiciones sociales nacen necesidades que no son idénticas para todos los hombres. ¿No parece poder deducirse de ahí que la ley natural no constituye regla uniforme?

 “Esas diferentes posiciones son de la naturaleza de las cosas y acordes a la ley del progreso. Eso no perjudica la unidad de la ley natural, que se aplica a todo.”

Las condiciones de existencia del hombre cambian de acuerdo con los tiempos y los lugares, de lo que le resultan necesidades diferentes y posiciones sociales apropiadas a esas necesidades. Pues está en la orden de las cosas, tal diversidad es conforme a la ley de Dios, ley que no deja de ser una en cuanto a su principio. A La razón cabe distinguir las necesidades reales de las ficticias o convencionales.

636. ¿Son absolutos, para todos los hombres, el bien y el mal?

 “La ley de Dios es la misma para todos; sin embargo, el mal depende principalmente de la voluntad que se tenga de practicarlo. El bien es siempre el bien y el mal siempre el mal, cualquiera que sea la posición del hombre. Diferencia sólo hay en cuanto al grado de la responsabilidad.”

637. ¿Será culpable el salvaje que, cediendo a su instinto, se nutre de carne humana?

 “Yo dije que el mal depende de la voluntad. ¡Pues bien! Tanto más culpable es el hombre, cuanto mejor sabe lo que hace.”

Las circunstancias dan relativa gravedad al bien y al mal. Muchas veces, comete el hombre faltas que, ni por ser consecuencia de la posición en que la sociedad lo colocó, se hacen menos reprensibles. Pero su responsabilidad es proporcionada a los medios de que él dispone para comprender el bien y el mal. Así, más culpable es, a los ojos de Dios, el hombre instruido que practica una simple injusticia, del salvaje ignorante que se entrega a sus instintos.

638. Parece, a veces, que el mal es una consecuencia de la fuerza de las cosas. Tal, por ejemplo, la necesidad en que el hombre se ve, en algunos casos, de destruir, incluso su semejante. ¿Se podrá decir que hay, entonces, infracción de la ley de Dios?

 “Aunque necesario, el mal no deja de ser el mal. Esa necesidad desaparece, sin embargo, a medida que el alma se depura, pasando de una a otra existencia. Entonces, más culpable es el hombre cuando lo practica, porque mejor lo comprende.”

1.2.   En La Génesis Capítulo III:

8. - Puede decirse que el mal es la ausencia del bien, como el frío es la ausencia del calor. Así como el frío no es un fluido especial, también el mal no es atributo diferente; uno es lo negativo del otro. Donde no existe el bien, forzosamente existe el mal. No practicarlo  sólo, ya es un principio del bien. Dios solamente quiere el bien; sólo del hombre procede el mal. Si en la creación hubiera un ser propuesto al mal, nadie lo podría evitar; pero, teniendo el hombre la causa del mal en SÍ MISMO, teniendo simultáneamente el libre albedrío y por guía las leyes divinas, lo evitará siempre que lo quiera. 

Tomemos para término de comparación un hecho vulgar. Sabe un propietario que en los confines de sus tierras hay un lugar peligroso, donde podría perecer o herirse quién por allá se aventurara. ¿Qué hace, a fin para prevenir los accidentes? Manda colocar cerca un aviso, haciendo una prohibición al transeúnte de no ir más lejos, con ocasión del peligro. Ahí está la ley, que es sabia y previsora. Si, a pesar de todo, un imprudente desatiende el aviso, va además del punto donde este se encuentra y se sale,  ¿de quién se puede él quejar, sino de sí mismo?

Otro tanto se da con el mal: lo evitaría el hombre, si cumpliera las leyes divinas. Por ejemplo: Dios puso límite a la satisfacción de las necesidades: de ese límite la saciedad advierte al hombre; si este lo incumpliera, lo hace voluntariamente. Las enfermedades, la muerte, que de ahí pueden resultar, provienen de su descuido, no de Dios.

En ese ítem 8, se verifica que Kardec se adhiere a la visión agustiniana del mal, diciendo ser el la ausencia del bien. Se nota aunque, así como Agustín de Hipona hizo, él también excluye la posibilidad de la existencia de una “propuesta del mal”, al contrario de la propuesta maniqueísta.

9. - Transcurriendo, el mal, de las imperfecciones del hombre y habiendo sido este creado por Dios, se dirá, Dios no deja de haber creado, si no el mal, por lo menos, la causa del mal; si hubiera creado perfecto al hombre, el mal no existiría.

Si fuera creado perfecto, el hombre fatalmente tendería para el bien. Ahora, en virtud de su libre albedrío, él no tiende fatalmente ni para el bien, ni para el mal. Quiso Dios que él quedara sujeto a la ley del progreso y que el progreso resulte de su trabajo, a fin de que le pertenezca el fruto de este, de la misma manera que le cabe la responsabilidad del mal que por su voluntad practique. La cuestión, pues, consiste en saber cuál es, en el hombre, el origen de su propensión para el mal. (1)

Aquí vemos el punto donde la Doctrina Espírita diverge de la visión agustiniana del mal. Enseña la Codificación que fuimos creados “simple e ignorantes”, pero “dotados de libre albedrío”.

10. - Estudiándose todas las pasiones y, aun, todas las adicciones, se ve que las raíces de unas y otros se hallan en el instinto de conservación, instinto que se encuentra en toda la pujanza en los animales y en los seres primitivos más próximos de la animalidad, en los cuales el exclusivamente domina, sin el contrapeso del sentido moral, por no haber nacido aun el ser para la vida intelectual. El instinto se debilita, a medida que la inteligencia se desarrolla, porque ésta domina la materia. El Espíritu tiene por destino la vida espiritual, sin embargo, en las primeras fases de su existencia corpórea, solamente las exigencias materiales le cumple satisfacer y, para tal, el ejercicio de las pasiones constituye una necesidad para el efecto de la conservación de la especie y de los individuos, materialmente hablando. Pero, una vez salido de ese periodo, otras necesidades se le presentan, a principio semi-morales y semi-materiales, después, exclusivamente morales. Es entonces que el Espíritu ejerce dominio sobre la materia, le sacude el yugo, avanza por la senda providencial que se le halla trazada y se aproxima a su destino final. Si, al contrario, él se deja dominar por la materia, se atrasa y se identifica con el bruto. En esa situación, lo que era antes un bien, porque era una necesidad de su naturaleza, se transforma en un mal, no sólo porque ya no constituye una necesidad, sino porque se hace perjudicial a la espiritualización del ser. Muchas cosas, que es calidad en el niño, se hace defecto en el adulto. El mal es, pues, relativo, y la responsabilidad es proporcionada al grado de adelantamiento.

Todas las pasiones tienen, por lo tanto, una utilidad providencial, ya que, a no ser así, Dios habría hecho cosas inútiles y, hasta nocivas. En el abuso es que reside el mal y el hombre abusa en virtud de su libre albedrío. Más tarde, esclarecido por su propio interés, libremente escoge entre el bien y el mal. 

2.     EL EJEMPLO MAYOR

Jesús no era un filósofo teórico, mas fue entre nosotros el Maestro excelente que vivió con intensidad todo lo que enseñó. De esa forma, no hay en los evangelios el relato de Jesús de haber enseñado explícitamente al pueblo o a los sacerdotes la diferencia entre el bien y el mal. En vez de eso, utilizándose de la comprensión moral del propio pueblo, ejemplificó por su comportamiento y sus palabras al hombre de bien que todos debemos imitar. En cuanto al mal, nos dio a entender de forma clara que su causa estaba en transgredirse la ley de Dios. Después de hacer sanar enfermos del cuerpo y del alma que venían a suplicar por su cura, seguros de su inmensa bondad, muchas veces él se despedía de ellos exhortándolos para que no volvieran a pecar, es decir, a practicar el mal. Dejaba claro con esa instrucción que los responsables por nuestra salud física y emocional y por nuestra evolución somos nosotros mismos, una comprensión que, como vimos, escapó totalmente a Agustín de Hipona, al proponer la doctrina de la gracia. Al curar enfermos de nacimiento, el significado de su despedida fue aun más profundo, pues colocó el origen del pecado, es decir del error que les había causado el mal de la enfermedad, en una existencia anterior, corroborando con eso la verdad contenida en la ley de la reencarnación. Siempre enfatizó, también, el Maestro que la responsabilidad de los hombres de la ley por sus errores era mucho mayor que la responsabilidad del pueblo, lo que, dicho de otra forma, equivale a decir que cada uno responde por sus actos conforme el grado de entendimiento de las leyes de Dios.

Jesús nos enseñó, aun, que oráramos al Padre pidiendo que nos librara del mal. Ahora,  ¿cuál es el gran mal del cual necesitamos librarnos? Si nos recordáramos de la doctrina de Agustín sobre el mal y prefundásemos nuestra comprensión con la enseñanza de los Espíritus, queda evidente que el mal es algo que nos pone en falta en relación a Dios, algo que nos permite hacer cosas y tener ideas contrarias a sus soberanas leyes. Ahora, ¿cuál es la madre de todos los errores sino la ignorancia? Cuando rezamos el Padre Nuestro, concluimos pidiendo a Dios que nos libre del mal. Entendamos, pues, que al decir eso, estamos, en verdad, pidiendo a Dios que nos libre de la ignorancia y de las consecuencias de la ignorancia, sea de nuestra ignorancia, sea de la de otro cuyos efectos nos alcancen.

CONCLUSIÓN

Nos libraremos del mal instruyéndonos y practicando la caridad cristiana. El estudio nos permitirá discernir lo que está en concordancia con las leyes de Dios y lo que no está, enseñándonos cómo actuar en cada circunstancia para siempre hacer la elección correcta, quedando del lado del bien. El ejercicio de la caridad moral pondrá en práctica lo que aprendemos, haciendo de nosotros instrumentos para disminuir la ignorancia en el mundo y sus tristes consecuencias, tan nuestras conocidas, pavimentando el camino para el mundo de regeneración que tanto anhelamos. 

 

(1) El error está en pretender que el alma haya salido perfecta de las manos del Creador, cuando este, al contrario, quiso que la perfección resultara de la depuración gradual del Espíritu y fuera obra suya. Tuvo Dios por su bien que el alma, dotada de libre albedrío, pudiera optar entre el bien y el mal y llegara a sus finalidades últimas de forma militante y resistiendo al mal. Si hubiera creado el alma tan perfecta como él y, al salirle ella de las manos, la hubiera asociado a su beatitud eterna, Dios lo habría hecho, no a su imagen, pero sí semejante a sí mismo. (Bonnamy, La Razón del Espiritismo, cap. VI.)

 

Referências: 

1. COSTA, Renato. Adão e Eva. In Revista Internacional de Espiritismo, outubro de 2004.

2. KARDEC, Allan. A Gênese, os Milagres e as Predições segundo o Espiritismo. 36. ed. Rio de Janeiro: FEB, 1995.

3. Id. O Livro dos Espíritos. 76. ed. Rio de Janeiro: FEB, 1995.

4. de LIMA, Raymundo. Maniqueísmo: O Bem, o Mal e seus Efeitos Ontem e Hoje. Revista Espaço Acadêmico Ano I, no 07, Dezembro de 2001.

5. SAMPAIO, Rudini. Santo Agostinho, Elementos Fundamentais de sua Doutrina. Obtido em 29/05/2006, de http://www.ime.usp.br/~rudini/filos.agostinho.htm.



 


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