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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 144 – 7 de Febrero del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Mentiras, nunca más!

 

Ricardo llegó de la escuela, tiró la mochila sobre una silla y fue directo para la cocina, donde su madre estaba preparando el almuerzo.

— ¡Hola, madre!

— ¡Hola, Ricardo! ¿Qué pasa, hijo mío? – preguntó al verlo, notando que algo no iba bien.

Con aire descontento, el chico dijo:

— Nada. Está todo bien.

— ¿Entonces por qué esa carita?

— Es Jorge, mamá. ¡No aguanto más las mentiras de él!

— Ten paciencia, hijo mío. Deja que la propia vida enseñe a Jorge que no debe mentir. La verdad siempre aparece.

— Yo lo sé, mamá, pero no soporto oír tantas mentiras. ¿Sabes lo que él dije hoy? ¡La profesora preguntó sobre las familias de los alumnos y él contó que su padre es un hombre muy rico, que ellos viven en una bella casa y que tienen un coche último modelo! ¡Pero sé que todo eso es mentira! Tengo ganas de desenmascararlo ante la clase.  

Doña Flora miró al hijo en su indignación de los ocho años y afirmó:

— Mentir es muy feo, pero seguramente Jorge no lo hace por las malas, hijo mío. Además de eso, él no tiene sólo defectos. Todos nosotros tenemos cualidades y defectos. Él también debe tener cualidades, como todo el mundo. Vamos a ver: ¿Qué encuentras que él tiene de bueno?

Ricardo pensó... pensó... y respondió, sorprendido:

— No sé. ¡Nunca lo pensé!

— Ahí está, hijo mío. Tú sólo viste el lado negativo de Jorge. Comienza a observarlo y descubrirás cualidades en él. Después volveremos a hablar, ¿está bien?

El niño concordó. Al día siguiente, se acordó de lo que había hablado con la madre y comenzó a prestar atención al compañero. Luego en la entrada, vio a un niñito que, apresurado, tiró todo el material en el suelo. Jorge corrió y, bajándose, recogió los objetos del niño.

 “Punto para Jorge” — pensó Ricardo. En la hora del recreo, una niña se cayó y comenzó a llorar. Los compañeros lo encontraron gracioso y cayeron en la carcajada. Jorge, sin embargo, se aproximó y la ayudó a levantarse, preguntando con delicadeza:

— ¿Te heriste? Ven. Voy a llevarte para hacerte una cura.

— No fue nada. Gracias, Jorge.

Sonó la señal y volvieron para la clase. Cuando terminó el aula, Ricardo continuaba observando al compañero. Vio cuando un chico dijo no entender nada de matemática. Jorge, inteligentemente, se ofreció para ayudarlo.

— Más tarde pasó por su casa y le explico la materia. Verás como es fácil. Después lo entenderás todo.

Ricardo estaba cada vez más sorprendido. Llegó a casa y su madre preguntó:

— ¿Y ahora? ¿Hiciste lo que hablamos?

— ¡Mamá, tú tenías razón! Él es delicado, generoso, gentil, servicial...

— ¡Vaya! ¿Todo eso tú lo notaste en un solo día?

— Sí. ¡Como lo juzgué mal! Reconozco que estaba equivocado.

Y contó para la madrecita todo lo que había visto durante aquel tiempo en la escuela, y terminó diciendo:

— ¿Sabes que hasta las mentiras de él no me molestan más?

— Lo creo, hijo mío. Es que el defecto de la mentira se hizo algo pequeño delante de las cualidades de él. Sólo lo lamento porque, algún día, él va a sufrir por eso.

Una semana después, estaban en el aula cuando alguien golpeó en la puerta. Era un hombre simple, apariencia de obrero, con un paquete pequeño en las manos. Tímidamente, pidió permiso y entró.

— Buenos días, profesora. Soy el padre de Jorge. Estaba atrasado para el trabajo, pero noté que él había olvidado el bocadillo y vine a traerlo. Aquí está.

Jorge, rojo de vergüenza, se encogía en la cartera intentando pasar desapercibido. Pero, no tuvo forma. Fue obligado a levantarse e ir a buscar el bocadillo que el padre había traído. El hombre dio las gracias y se despidió. Jorge no tenía ni coraje de mirar para los lados, humillado, notando risas apagadas.  

Ricardo, apenado de la situación del compañero, se volvió para él y dijo, en voz alta:

— Me gustó mucho tú, Jorge. Él es muy simpático y demostró que se preocupa contigo. Aunque estaba atrasado para el trabajo, se acordó de ti. ¡Enhorabuena!  

Los demás, viendo la actitud de Ricardo, comenzaron a cambiar de conducta, estando de acuerdo con él. Alguien preguntó:

— ¿Qué es tú padre?

— Él es albañil. Trabaja para una gran constructora — respondió Jorge, aún avergonzado, sin embargo ahora más a gusto.

— ¡¿Albañil?!... ¿Es el que ayuda a construir casas y aquellos edificios enormes? — preguntó una niña.

— Así es, sí. Mi padre muchas veces trabaja allá en lo alto de los edificios. ¡Y no tiene miedo!

— ¡Anda! ¡Entonces él debe ser muy valiente!
 

— ¡Qué importante es él! — exclamó otro chico, prosiguiendo — Sabe, profesora, vi el otro día en el periódico de la televisión que cayó un edificio y muchas personas murieron y otras perdieron todo lo que tenían. ¡Es preciso poder confiar en las personas que construyen los edificios!

— Eso mismo. Todos tienen que tener responsabilidad delante de lo que están haciendo. Tanto los ingenieros que hacen las plantas, como los que trabajan en la construcción.

La conversación se generalizó de forma amiga y agradable. Mientras los otros hablaban, Jorge intercambió con Ricardo una mirada agradecida.

A la salida, Jorge se aproximó a Ricardo.

— Gracias, amigo. Me quitaste de una situación difícil. Sin embargo hoy aprendí una lección. Mentiras, nunca más. No merece la pena. Además de eso, tú me hiciste entender una cosa importante.

— ¿Qué?

—  Que debo estar orgulloso de mí padre.

— ¡Es eso así! ¿Amigos?

— ¡Amigos!

— ¿Aceptas almorzar en casa hoy? Quiero presentarte a mí madre. Ella tiene muchas ganas de conocerte.

— ¿De verdad? ¿Por qué?

— Porque ahora yo te admiro mucho.

Emocionados, ambos se abrazaron como verdaderos amigos.      

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita