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Año 3 132 – 8 de Noviembre del 2009

JOSÉ CARLOS MONTEIRO DE MOURA
jcarlosmoura@terra.com.br
Belo Horizonte, Minas Gerais (Brasil)
 

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org


La tempestad amainada 

Jesús jamás nos dejó entregados a la propia suerte, pues hasta
en aquella hora, en que la furia de las aguas y de los
vientos se abatía sobre la barca, se hallaba
presente en medio de sus discípulos
 

 “Y ellos, dejando la multitud, lo llevaron consigo, así como estaba, en el barco; y había también con él otros barquitos. Y se levantó un gran temporal de viento, y subieron las olas por encima del barco, de modo que ya se llenaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre una almohada, y lo despertaron, diciéndole: ¿Maestro, no será que perezcamos? Y él, despertando, reprendió al viento, y dijo al mar: Cállate, aquiétate. Y el viento se aquietó y hubo grande bonanza.” – Marcos, 4:36 a 39.

Los Evangelios de Mateo (8:23 a 27), Marcos (4:35 a 41) y Lucas (8:22 a 25) narran de forma casi idéntica uno de los diversos acontecimientos excepcionales que marcaron la presencia de Jesús entre nosotros: la tempestad que él amainó en el mar de Galilea.  

Ese carácter extraordinario fue lo que, desde el inicio, despertó la mayor atención de todos para el hecho, relacionado entre sus incontables milagros. En torno a él, se creó una mezcla de curiosidad, sorpresa y misterio. El propio lenguaje utilizado por los evangelistas sirvió para aumentar su aspecto misterioso e inusitado, principalmente en lo tocante a la reprensión que Jesús hizo a los vientos y al agua: “Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y el mar, y siguió una gran bonanza” (Mat. 8:26); “Y él, despertando, reprendió al viento, y dijo al mar: Cállate, aquiétate. Y el viento se aquietó, y hubo gran bonanza” (Mar. 4:39); “Y él, levantándose, reprendió al viento y a la furia del agua; y cesaron y se hizo la bonanza” (Luc. 8: 24).

A La luz del Espiritismo, sin embargo, el episodio nada contiene de extraordinario, sobrenatural o milagroso. Se trata, sólo y tan solamente, de uno de los muchos fenómenos de efectos físicos que él realizó y que la Doctrina de los Espíritus explica como la consecuencia de leyes que la humanidad apenas comienza a desvelar y a conocer.  

En la Revista Espírita de febrero de 1859 (Edicel, Editora Cultural Espírita Ltda., San Pablo, Vol. de 1859, p. 89), Kardec se refiere a fenómenos semejantes, diciendo: “Es sobre todo necesario no perder de vista este principio esencial, verdadera llave de la ciencia espírita: el agente de los fenómenos vulgares es una fuerza física material, que puede ser sometida a la leyes del cálculo, mientras que en los fenómenos espíritas ese agente es constantemente una inteligencia que tiene voluntad propia y que no se somete a nuestros caprichos”.  

Aun hoy, gran parcela de la humanidad ignora y no comprende a Jesús, el alcance y la razón de su venida al mundo

Más tarde, en La Génesis, demostró la total inviabilidad y falta de necesidad de los milagros, aún cuando son atribuidos a Dios: “Pero, en base de las cosas divinas, tenemos, para criterio de nuestro juicio, los atributos mismos de Dios. Al poder soberano reúne él la soberana sabiduría, donde se debe concluir que no hace cosa alguna inútil. ¿Por qué, entonces haría milagros? Para demostrar su poder, dicen. Pero, ¿el poder de Dios no se manifiesta de manera mucho más imponente por el grandioso conjunto de las obras de la creación, por la sabia providencia que esa creación revela, así en las partes más gigantescas, como en las más mínimas, y por la armonía de las leyes que rigen el mecanismo del Universo, que por algunas pequeñas y pueriles derogación que todos los prestígitadores saben imitar?”

No obstante, hasta aquellos que convivían más de cerca con Jesús se mostraron asombrados en base de lo ocurrido: Y sintieron un gran temor, y decían unos a los otros: Más, ¿quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen”? - Mar. 8:41.

Aún hoy, gran parcela de la humanidad ignora y no comprende a Jesús, el alcance y la razón de su venida al mundo y, principalmente, el sentido del mensaje que nos legó.  En razón de esa postura de auténtica indigencia espiritual, apela para su divinización, a fin de intentar explicar la existencia de los dones sobrenaturales que le confiere y a los cuales atribuye la causa determinante de los extraordinarios efectos que era capaz de producir, en virtud del pleno y absoluto dominio que poseía sobre todos los elementos de que se compone el planeta, en virtud de su condición de Espíritu de más alta categoría  que ya pisó el suelo de este planeta. 

El Libro de los Espíritus esclarece, en la cuestión 625, que Jesús fue “el tipo más perfecto que Dios ofreció al hombre para servirle de guía y de modelo”.  Esa información, aliada a aquellas otras que hablan de la jerarquía de los Espíritus, principalmente las que se encuentran en las anotaciones que siguen a la cuestión 113, permiten la formulación de la explicación lógica para el fenómeno, principalmente en razón de la reconocida actuación de los Espíritus sobre la naturaleza, conforme la lección de la Espiritualidad Superior, en los términos de las preguntas 536 a 540 de la misma obra.

Todos los habitantes del orbe hacen, periódicamente, travesías semejantes a aquella que, un día, los discípulos hicieron en compañía de Jesús. Pero, la mayoría no consigue ver en ella sino su lado material y aparente: un barco yendo de un margen para el otro de un lago, de un río o de un tramo del mar. Pocos ya notaron que esa travesía significa la propia existencia terrena del ser humano, con sus dificultades, luchas y percances naturales, verdaderas tempestades que, muchas veces, caen sobre los incautos y desprotegidos viajeros.

La mayor parte del ministerio de Jesús fue ejercida en las cercanías del lago de Genesaret o mar de Galilea

Los discípulos, a pesar de la presencia física de Jesús, tampoco asimilaron y no entendieron el verdadero sentido de aquel pasaje para el otro lado del mar de Galilea y, delante de la tormenta, se mostraron impotentes y temerosos, aunque fenómenos de aquella naturaleza fueran comunes en el lugar, con los cuales se hallaban más que habituados.

De la cuna al túmulo, del túmulo a la cuna, existe un guión sistemático e inmutable, traducido en el “naitre, mourir, renaitre encore y progresser sans cesser telle est la loi” (nacer, morir, renacer aún y progresar siempre esta es la ley).  Son travesías que nadie escapa, como consecuencia natural de la ley de causa y efecto y de la justicia divina, en los términos de la advertencia de Jesús contenida en el Evangelio de Mateo: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles: y entonces dará cada uno según sus obras”. - 16:27

La mayor parte del ministerio de Jesús fue ejercido en las cercanías del lago de Genesaret, o mar de Galilea, en cuya proximidad se localizaban, entre otras, las ciudades de Cafarnaún, Magadã o Magdala, Betsaida, Corazim y Gadara. Volviéndose como referencia sus propias palabras - “No necesitan de médico los sanos, pero, sí, los enfermos”, Mat. 9:12 - puede deducirse que los habitantes de aquella región eran los más necesitados de su auxilio, no obstante las dificultades naturales en asimilar sus lecciones y ejemplos. 

La elección de la travesía marítima, aparentemente innecesaria o consecuencia de un mero capricho suyo, y la tempestad que, luego a continuación se levantó delante de la barca, probablemente provocada por él en virtud de su ascendencia y superioridad sobre los elementos de la naturaleza, fueron episodios usados para probar la fe de los discípulos, en razón del espectáculo aterrador que un fenómeno de tal orden normalmente acarrea. El resultado, conforme se ve en las narraciones evangélicas, no fue de los más animadores. Sus más asiduos y próximos compañeros dieron un elocuente testimonio de que aún no habían aprendido, tanto como nosotros tampoco aun no aprendemos, a enfrentar las tempestades de la vida y se revelaron poco preparados y desesperados delante de los obstáculos y dificultades característicos de la existencia terrena, exclamando: “¿Maestro, no será que perezcamos”? - Mar. 4:38.

Su respuesta, antes de reprender a los vientos y el mar, fue en el sentido de cuestionarlos acerca de su fe: “Por qué teméis, hombres de poca fe”- Mat. 8:26.

Eso, en verdad, significa que él jamás los dejó entregados a su propia suerte, pues hasta en aquella hora, en que la furia de las aguas y de los vientos se abatía sobre la barca, se hallaba presente en medio de ellos.

Sólo una condición fue impuesta para que el Consolador habite en nosotros y esté con nosotros: la fidelidad a las enseñanzas de Jesús

Lo mismo ocurre con nosotros. En época alguna de nuestras tumultuosas y delictuosas existencias, el Mesías nos relegó a nuestro propio destino. Prometió estar siempre junto a nosotros, nos trazó un camino y un guión, de los cuales infelizmente nos alejamos y creamos las tempestades que no sabemos enfrentar y vencer. Esa presencia, siempre constante en el mensaje evangélico que los hombres insistieron en no conocer o desvirtuar, se hizo más efectiva a mediados del siglo pasado, cuando se cumplió, gracias al trabajo hercúleo de Kardec, la promesa contenida en el Evangelio de Juan: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre  y él  os dará otro Consolador, que quedará con vosotros para siempre. El  Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir,  porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque habita con vosotros, y estará en vosotros. Pero aquel Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo cuánto os he dicho”  - Ju. 14: 15 a 17 y 26.

Sólo una condición fue impuesta para que el Consolador habite en nosotros y esté con nosotros: la fidelidad a las enseñanzas que Jesús nos legó, lo que implica, fatalmente, el aumento de nuestra confianza y la adquisición de una fe inquebrantable, por cuanto es calcada en la razón y en la lógica, factores indispensables a nuestra evolución ético-espiritual. 

Fue por eso que, después de dialogar con Tomás y Felipe, que se revelaban frágiles, inconstantes e ignorantes, tanto cuanto casi toda la humanidad, él les respondió y respondió a todos los que aún se colocan en el grupo de los hombres de poca fe que: “En la verdad, en la verdad, os digo que aquel que cree en mí también hará las obras que yo hago, y las hará mayores que estas, porque yo voy para mi Padre” - Jo. 14:12.

Tempestades, truenos, vientos y huracanes, tormentas y borrascas de toda suerte integran el día a día del habitante del planeta.  Casi siempre son el resultado de su acción en el pasado, próximo o remoto, en razón de lo inevitable de la ley de causa y efecto.

En El Cielo y el Infierno, Allan Kardec enfrenta la cuestión en el Código Penal de la Vida Futura, cuyas normas están sintetizadas en tres principios:  

“1º. El sufrimiento es inherente a la imperfección.

2º. Toda imperfección, así como toda falta de ella venida, trae consigo el propio castigo en las consecuencias naturales e inevitables: así, la dolencia castiga los excesos y de la ociosidad nace el tedio, sin que haya menester de una condena especial para cada falta o individuo.

3º. Pudiendo todo hombre liberarse de las imperfecciones por efecto de la voluntad, puede igualmente anular los males consecutivos y asegurar la futura felicidad.

Cada uno según sus obras, en el Cielo como en la Tierra: tal es la ley de la Justicia Divina.” (Obra citada, item 33.)

De ahí se entiende, pues, que, en la medida en que el hombre evoluciona, transformará su travesía en una tarea más suave, y el peligro de ser tragado por la olas que se levantan delante de él disminuirá  progresivamente. Esa tarea solamente podrá ser realizada y su finalidad solamente será alcanzada cuando el Evangelio se transforme en su principal código,  cuya regla áurea, básica, indispensable y absoluta es y será siempre el amor.



 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita