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Año 3 129 – 18 de Octubre del 2009

PAULO DA SILVA NETO SOBRINHO 
pauloneto@ghnet.com.br   
Guanhães, Minas Gerais (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Evolucionismo y Creacionismo

 Cuando el hombre perciba que lo más importante es nuestro espíritu, y con eso decida dar menos valor al cuerpo físico, tal vez pase a admitir que haya venido de animales inferiores


En La Génesis, cap. IV, Kardec hace los siguientes apuntes:

La historia del origen de casi todos los pueblos antiguos se confunde con la de su religión; por eso, sus primeros libros fueron libros religiosos; y, como todas las religiones se prendieron al principio de las cosas, que es, también, el de la Humanidad, dieron, sobre la formación y disposición del Universo, explicaciones en relación con el estado de los conocimientos de la época, y de sus fundadores. De eso resultó que los primeros libros sagrados fueron a la vez los primeros libros de ciencia, como fueron, durante mucho tiempo, el único código de las leyes civiles. (KARDEC, 1993, p. 72.)

Al querer colocar la Biblia como un libro de ciencia, el hombre reprodujo lo que su conocimiento podía darle acerca de las leyes de la Naturaleza.

Eso es comprensible, no debemos condenarlos por ese motivo. Sin embargo, querer mantener la Biblia como un libro en que se encuentra toda la ciencia del Universo es pensar como nuestros ancestrales pensaban. Debemos abrir nuestra mente para aceptar esta verdad indiscutible.

Continúa Kardec: 

La Biblia contiene, evidentemente, hechos que la razón, desarrollada por la ciencia, no podría hoy aceptar, y otros que parecen extraños y repugnan, porque se prenden a costumbres que no son más las nuestras. Pero, al lado de eso, habría parcialidad en no reconocer que ella encierra grandes y bellas cosas. La alegoría, en ella, tiene lugar considerable, y, bajo ese velo, esconde verdades sublimes, que aparecen si se busca el fondo del pensamiento, porque, entonces, lo absurdo desaparece. (KARDEC, 1993, p. 75.)

Querer coger el avance de la ciencia es de una infantilidad pueril, para no decir ignorancia sin tamaño. Por más que avance la ciencia ella irá a desvelar siempre las leyes que rigen los fenómenos de la Naturaleza. Ahora, como quién creó la Naturaleza y sus leyes fue Dios, lo que el hombre descubriera sobre ellas, por las consecuencia, son Leyes Divinas.

Interesante un apunte de Kardec a ese respecto:

Sólo las religiones estacionarias pueden temer los descubrimientos de la ciencia; esos descubrimientos no son funestos sino a aquellos que se dejan limitar por las ideas progresivas, inmovilizándose en el absolutismo de sus creencias; en general, hacen una idea tan mezquina de la Divinidad que no comprenden que asimilar las leyes de la Naturaleza, reveladas por la Ciencia, es glorificar a Dios por sus obras; pero, en su ceguera, en eso prefieren hacer homenaje al Espíritu del Mal. Una religión que no estuviera, en ningún punto, en contradicción con las leyes de la Naturaleza, nada tendría que temer al progreso y sería una religión invulnerable. (KARDEC, 1993, p. 77.)

No haciendo caso de ser Adán y Eva la primera pareja humana, los creacionistas quedan delante de algo que no tienen cómo explicar

Se percibe, claramente, que en la realidad los adeptos del creacionismo, garantizado por la Biblia, en el libro Génesis, están lanzando anatema sobre la Teoría de la Evolución, por lo menos por dos motivos:

1º - Por no querer (¿o poder?) cambiar la opinión sobre la Biblia, ya que dicen que ella es infalible.

2º - Por repugnar a muchos la idea de que podamos haber venido del mono.

No haciendo caso de que sea Adán y Eva la primera pareja humana, quedamos delante de algo que no tienen cómo explicar. Ahora, después de matar a Abel, Caín va para otra región y allá encuentra una mujer, teniendo un hijo con ella, y poco después llega aun a fundar una ciudad, en la cuál pone el nombre de su hijo. Se pregunta, entonces: ¿Que mujer es esa, que pueblo es ese? Ya que para fundarse una ciudad tenemos que presuponer que existan personas para habitarla.

Sin embargo, si admitimos que Adán y Eva eran sólo un símbolo, que ellos no fueron la primera pareja humana, las cosas pasan a encajar en cuanto a la cuestión de la mujer de Caín y para los habitantes de la ciudad que él fundó, eso sin ningún tipo de problema. Pero con eso la teoría creacionista caería por tierra.

Recurrimos nuevamente a Kardec, que dice:

La ley que preside a la formación de los minerales conduce, naturalmente, a la formación de los cuerpos orgánicos.

El análisis químico nos muestra todas las substancias, vegetales y animales, compuestas de los mismos elementos que los cuerpos inorgánicos. Aquellos, de esos elementos, que desempeñan el principal papel son el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono; los otros ahí no se encuentran sino accesoriamente. Como en el reino mineral, la diferencia de proporciones en la combinación de esos elementos produce todas las variedades de substancias orgánicas y sus diversas propiedades, tales como: los músculos, los huesos, la sangre, la bilis, los nervios, a materia cerebral, la grasa, en los animales; la savia, la madera, las hojas, los frutos, las esencias, el aceite, las resinas etc., en los vegetales. Así, en la formación de los animales y de las plantas, no entra ningún cuerpo especial que no se halle igualmente en el reino mineral.

[...] Una vez que los elementos constitutivos de los seres orgánicos y de los seres inorgánicos son los mismos que vienen incesantemente, en circunstancias dadas, formar las piedras, las plantas y los frutos, se puede de eso concluir que los cuerpos de los primeros seres vivos se formaron, como las primeras piedras, por la reunión de las moléculas elementales en virtud de la ley de afinidad, a medida que las condiciones de vitalidad del globo fueron propicias a tal o cual especie. (KARDEC, 1993, p. 169-171.)

Del punto de vista corporal, y puramente anatómico, el hombre pertenece a la clase de los mamíferos

Es fácil ahora concluir que del punto de vista de los elementos que nos componen tenemos los mismos elementos encontrados en el barro y en el mono. Sin embargo, es más racional que admitamos haber viniendo de un ser vivo que de una materia inorgánica, incluso por respeto a la propias Leyes Divinas.

Encontramos, en Actos 10,15, una frase muy interesante que podemos presentar a los que aún se niegan a aceptar que podamos haber venido, por evolución, de una especie animal inferior, veamos: “Lo que Dios purificó, tú no debes llamar impuro”. ¿Análogamente, podríamos decir que no existe nada que Dios haya creado que podríamos clasificar de cosa repugnante, no es lo mismo?

Pero vea como el hombre se comporta. Muchos medicamentos solamente pudieron ser útiles al hombre porque fueron antes probados en animales, tales como monos y ratones; debería el hombre, entonces, por coherencia, repugnarse cuando fuese a utilizar tales remedios.

Para una mejor comprensión del estudio, tendremos que volver la Kardec, específicamente, cuando él dice:

Del punto de vista corporal, y puramente anatómico, el hombre pertenencia a la clase de los mamíferos, de los cuales no difiere sino por variedad en la forma exterior; del resto, la misma composición química que todos los animales, los mismos órganos, las mismas funciones y los mismos modos de nutrición, de respiración, de secreción, de reproducción; ella nace, vive y muere en las mismas condiciones, y, en su muerte, su cuerpo se descompone como el de todo lo que vive. No hay en su sangre, en su carne, en sus huesos, un átomo diferente de aquellos que se encuentran en el cuerpo de los animales; como estos, muriendo, vuelven a la tierra el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono que estaban combinados para formarlo, y van, por nuevas combinaciones, a formar nuevos cuerpos minerales, vegetales y animales. La analogía es tan grande que se estudian las funciones orgánicas sobre ciertos animales, cuando las experiencias no pueden ser hechas en él mismo.

En la clase de los mamíferos, el hombre pertenece al orden de los bímanos. Inmediatamente por debajo de él vienen los cuadrúmanos (animales de cuatro manos) los monos, de los cuales unos, como el orangután, el chimpancé, el mono, tienen ciertos comportamientos del hombre, hasta tal punto que, por mucho tiempo, fueron denominados: hombres de los bosques. Como el hombre, esos monos caminan erectos, se sirven de bastones, construyen sus cabañas, y llevan los alimentos a la boca con la mano, señales características.

Por poco que se observe la escala de los seres vivos del punto de vista del organismo, se reconoce que, desde el liquen hasta el árbol, y tras el zoófito hasta el hombre, hay una corriente elevándose gradualmente sin solución de continuidad, y de la cual todos los anillos tienen un punto de contacto con el anillo precedente; siguiéndose paso a paso la serie de seres, se diría que cada especie es un perfeccionamiento, una transformación de la especie inmediatamente inferior. Una vez que el cuerpo del hombre está en condiciones idénticas a los otros cuerpos, química y constitucionalmente, es que él nace, vive y muere de igual manera, debe haber sido formado en las mismas condiciones.

En cuanto eso pueda costar a su orgullo, el hombre debe resignarse a no ver, en su cuerpo material, sino el último anillo de la animalidad sobre la Tierra. El inexorable argumento de los hechos ahí está, contra el cual protestaría vanamente.

Pero, mientras el cuerpo más disminuye de valor a sus ojos, el principio espiritual más crece en importancia; si el primero lo coloca al nivel del animal, el segundo lo eleva a una altura inconmensurable. Vemos el círculo en que se detiene el animal: no vemos el límite donde puede llegar el Espíritu del hombre. (KARDEC, 1993, p. 177-178.)

En términos de comportamientos, la experiencia indica que es poca la diferencia entre los chimpancés y los seres humanos

Las consideraciones de Kardec fueron por nosotros verificadas recientemente, cuando la TELE Escuela pasó, algún tiempo atrás, un diario acerca de experiencias y observaciones con chimpancés. En la cuestión del habla, ellos solamente no consiguen pronunciar los sonidos de las palabras porque la anatomía de su boca no lo permite. Pero eso no impidió que ellos se comunicaran. Fue desarrollado un aparato lleno de varios dibujos y símbolos aleatorios, los lexigramas (1). Cuando se aprieta un símbolo cualquiera, el aparato emite el sonido de la palabra que aquel símbolo corresponde. Así, a través de este método, incluso muy rudimentario, se estableció un determinado nivel de comunicación entre los chimpancés y los investigadores.

En otra situación, enseñaban ciertas señales, que correspondían a un tipo de acción, ellos, los chimpancés, fueron capaces de combinar esas señales para expresarse. Una de las experiencias que hallamos muy interesante fue cuando colocaron sólo un chimpancé en una jaula, y allá dentro, en un lugar alto, colocaron un plátano. El chimpancé observó lo que estaba a su alrededor, cogió un cubo de madera, fue empujándolo hasta quedar bien bajo el plátano. Sin embargo, no consiguió atraparlo, pues la altura no era aún suficiente. Así que percibiendo eso, fue a buscar otro cubo, lo colocó por cima del anterior, consiguiendo, con eso, coger el plátano. Después colocaron otros chimpancés en aquel lugar, colocando otro plátano, el chimpancé que había conseguido coger el plátano, aún percibiendo la dificultad de los otros para coger el plátano, fingió que no sabía nada. Sin embargo, esos otros chimpancés utilizaron un nuevo método. Cogiendo una vara larga, golpearon en el plátano, que, inmediatamente, cayó. Con esta experiencia queda probado que ellos pueden desarrollar un tipo de planificación y pensar en la manera, más fácil a su alcance, de resolver el problema a su frente.

En términos de comportamientos es poca la diferencia entre ellos y los seres humanos. Al  aproximarse uno del otro, saludándose, con abrazos o besos. Las madres huyen para otra tribu para que el padre no venga a cometer el incesto con la hija. En la relación sexual, la posición más tradicional de los humanos es la que ellos usan. Existen casos de homosexualismo entre macho y macho y hembra con hembra. Cuando andan erectos, la similitud con el hombre es muy grande.

Los chimpancés y gorilas poseen una función cerebral relacionada al habla que se pensaba era exclusiva del ser humano

Finalmente, quien tuvo la oportunidad de asistir a ese diario no quedó con la más mínima duda de que, si no descendemos de ellos, nuestro origen es por lo menos el mismo.

Pero las evidencias no paran por ahí, vean lo que la revista “EstoEs” 1679, del diez/2001, publicó en la columna “Siglo 21” (p. 91): “Chimpancés, primates y gorilas poseen una función cerebral relacionada al habla que se pensaba era exclusiva del ser humano. Eso sugiere que la evolución de la estructura cerebral del habla comenzó antes de que primates y humanos tomaran caminos distintos en la línea de la evolución”.

Ahora, eso viene a colocar justamente más fuerte aún el origen común entre nosotros y ellos, los monos.

Cuando el hombre perciba que lo que es más importante es nuestro espíritu, y con eso decida dar menos valor al cuerpo físico, tal vez pase a admitir que haya venido de animales inferiores. Pero, hasta que eso llegue, muchos quedarán irritados al afirmar que vinimos del mono. Pobres monos evolucionados.

 

(1) El término viene del griego lexigram “léxico”, que significa “perteneciente a la letras” y “Gramma”, representando "la escritura o palabras". Lexigrama significa literalmente "letras símbolos (o) que forman las palabras”. Los lexigramas han sido usados por décadas, principalmente en Lingüística y particularmente en Zoología, donde estos son utilizados para evaluar el comportamiento animal, los estudios de comunicación e inteligencia. Por ejemplo, los animales aprenden a asociar un triangulo rojo con los alimentos. Así, cuando un animal presenta este símbolo, un investigador irá a ofrecerle alimentos. Así, cuando un animal presenta este símbolo, un investigador irá a suministrar alimentos. Este método ha sido utilizado desde 1970 para comunicarse con los gorilas y chimpancés (fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Lexigrama, con traducción por el Google).

 

Referências bibliográficas:

KARDEC, A. A Gênese. Araras, SP: IDE, 1993.

Revista IstoÉ, nº 1679, São Paulo: Editora Três, 05/dez/2001.


 


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